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Ya habían pasado dos semanas desde la desapareció Antonio Lugo, hasta ese punto no se había encontrado ningún rastro de él, era como si la tierra se lo hubiera tragado. Repartimos y pegamos carteles de estaba escrito "Se busca", en todo el pueblo, en ellas se encontraba una foto de un sonriente Antonio.

La policía buscaba hasta por debajo de las piedras, con la esperanza de encontrar algún indicio, pero al parecer, no habían tenido éxito con ello. No era un secuestro como se había pensado al principio, nadie llamo a la familia Lugo pidiendo dinero para dejarlo en libertad.

Me encontraba en mi habitación leyendo un libro en mi cama, esperando olvidad un poco de lo que estaba sucediendo, cuando escuché como algo cayó al suelo, haciendo que me sobresaltara. Mi mirada se dirigió al suelo, donde se encontraba un libro tirado, que al principio estaba en la mesa de mi escritorio. Me levanté con flojera, era ya la tercera vez que el libro se caía al suelo, aunque estaba seguro de que no lo ponía en la orilla, pero siempre termina por caer, por una extraña razón, siempre se abre en la misma página, en el encabezado estaba escrito "Saber la verdad".

Lo cerré y lo volví a poner sobre el escritorio, era el libro que se había caído cuando estaba en la biblioteca de la prepa, desde que lo había llevado a casa no lo agarre para leerlo, ni siquiera esa misteriosa página.

Alguien golpeó mi puerta tres veces.

—Pasa —dije, lo más seguro era que se trataba de mi mamá.

—Tu padre me acaba de llamar, dijo que ya viene en camino —dijo ella después de abrir la puerta—, ¿Ya tienes empacado todo lo que vas a llevar?

—Sí.

Regresé a la cama, para ponerme mis tenis.

—No tengo ganas de ir con papá —dije mientras me amarraba las agujetas.

Mi madre se acercó, y se sentó en la cama junto a mí, sentí como puso su mano sobre mi hombro.

—La semana pasada no fuiste con él —comentó—, la desaparición de Tony a todos nos tiene muy afligidos, pero lo vamos a encontrar. Por lo tanto, tenemos que seguir con nuestras vidas, irán a pescar junto con tu tío Raúl.

—Bien —dije tratando de hacer una sonrisa.

El sonido de una bocina hizo que me levantará.

—Tu padre no puede salir de su auto y tocar la puerta como la gente normal.

Aquello hizo que soltará una pequeña risa. Ellos decidieron divorciarse cuando yo tenía diez años, al principio me fue difícil aceptarlo, pero con el pasar del tiempo me di cuenta que fue lo correcto, creo que se llevaban mejor estando separados que juntos.

Bajamos las escaleras hasta llegar a la puerta, al abrirla vi un auto gris estacionado en la entrada de la casa.

—Si saben algo de Antonio me llamas —le dije a mi madre antes de despedirme.

—Claro, pero deja de pensar en ello durante el fin de semana, ¿Okay?

—Bien.

Se escuchó otra vez la bocina del auto de mi papá, haciendo que ella soltará una maldición en voy baja. Me despedí de ella agitando la mano. Al llegar al auto, abrí la puerta, antes de ponerme el cinturón dejé la mochila en el asiento de atrás.

—Hola hijo —saludó mí papá al momento de darme un abrazo.

—Hola —respondí.

Él encendió el auto. Durante el camino nos quedamos en silencio, solo se podía escuchar una aburrida estación de radio, en donde solo reproducen canciones rancheras.

DesaparecidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora