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—¿Qué te sucede? —Preguntó Alberto, su labio inferior le estaba escurriendo sangre.

—Tu padre y tú son responsables de todo lo que está pasando —dije sin pensarlo, miré sus ojos y puedo ver lo confundido que está.

—¿Por qué estás diciendo eso?

—Tu padre me lo advirtió.

—Sebastián, enserio no te estoy entendiendo nada —pude notar que decía la verdad al ver su, o solo estaba mintiendo para que creyera que él era inocente.

—Te lo diré, pero si me sueltas.

—Bien, pero no intentes llamar a la policía, no quiero que haya malos entendidos.

Alberto me soltó de las muñecas y se alejó de mí, me enderece, quedando enfrente de él, observe como se limpió la sangre con el reverso de su mano, haciendo una línea roja un tanto invisible debajo de su labio.

—Ayer cuando estaba buscando a Danna me encontré a tu padre —empiece hablar mientras lo miraba—, me llevó hasta la habitación de Antonio, me pregunto porque últimamente hemos estado juntos, no le dije la verdad, pero él me comentó que lo dejara de hacer, creo que por eso se ha llevado a Danna y a mi padre.

—¿Qué te hace pensar en eso?, tal vez confundiste lo que te dijo.

—Él me advirtió que alguien cercano iba a desaparecer, y cuando eso sucediera significaba que ya sabían que yo tengo las esferas.

—¿Mi padre? —Preguntó Alberto frunciendo el ceño.

—No, el día que fuimos a la cueva hice un ritual, en donde te comunicas con... —me quedé pensando por un momento, no tenía la menor idea de cómo definir a ese ser—. Es como una sombra que te dice lo que quieres saber, las dos veces que le he preguntado por Antonio nunca me dice en donde se encuentra, según porque no puede, pero esta vez me advirtió que alguien cercano iba a desaparecer.

—Danna y tu padre —dijo Alberto en un susurro.

—Tu papá me dijo que dejara de meterme en lo que no me importa, cuando le pregunté a qué se refería, me contestó que pronto lo sabría, creo que se refería a Danna y sobre todo a mi papá.

Alberto se quedó en silencio por un momento, no sabía si él me creía o no, pero esperaba que sí, él era la única persona en la que le podía contar sobre esto.

—No lo sé Sebastián —dijo Alberto al momento de pasar sus dedos por el cabello, se notaba que se encontraba confundido—, tal vez sea una coincidencia no creo que mi padre los haya secuestrado.

—Piensa en lo que quieras, solo te vine a decir eso, ya es tu elección si creerme o no.

Me puse de pie para agarrar mi celular, por fortuna solo se le había estrellado un poco la pantalla, estaba por salir de la habitación cuando Alberto habló.

—¿Qué vas a hacer? —Preguntó.

—No lo sé —contesté, solté un suspiro de cansancio—, no te preocupes, no pienso ir a la policía a contarles todo esto, no creo que me crean, además de que no tengo pruebas.

No esperé a que él dijera algo más, solo salí de su habitación y caminé hasta la salida.

Después de haber ido a la casa de Alberto todo se volvió un caos, solo habían pasado tres días y las personas seguían desapareciendo, además de que mi madre me regaño por haberme salido de la prepa, aunque no le dije la razón y a donde fui, pero estaba castigado.

Como habían desaparecido más personas, la escuela decidió darnos solo dos horas de clases al día, para dar instrucciones sobre las actividades que teníamos que hacer. Miré una y otra vez el cuaderno, intentando de entender los ejercicios de algebra.

Solté un suspiro de frustración, al momento de querer agarrar el vaso de agua, lo tire por accidente, haciendo que el líquido se esparciera por todo el escritorio, busque entre mis cajones un pedazo de tela que me ayudara a limpiarlo, al abrir el tercer cajón lo encuentre, al levantar el cuaderno vi que se encontraba totalmente empapado.

—Lo que faltaba —dije en voz baja.

Estaba a punto de cerrar el cajón cuando algo llamó mi atención, agarré la llave que Clarisa me había dado, recordé la vez que habíamos ido al bosque y encontramos una puerta, podría que le perteneciera, pero había una forma de averiguarlo, si la persona que le dio esa llave a Clarissa y no le hizo nada podría ser de confianza, hasta llegue a pensar que él le pudiera dejar las esferas y quitarme esa responsabilidad.

Pero también sabía que si se trataba de una persona que estaba detrás de las desapariciones era como si le entregara la llave para que abriera el mundo de los muertos.

Agarré mi mochila y caminé hasta llegar a la puerta del closet en el fondo había una parte secreta, saqué una caja de cartón, en donde habían estado guardadas las esferas. La saqué para meterlas a mi mochila, bajé las escaleras y salí de la casa, era la oportunidad de ir al bosque, mi madre no se encontraba, aunque me prohibió salir, intentaría regresar antes que ella regresara.

Tomé mi bicicleta, me detuve hasta llegar a la orilla del bosque, la dejé escondida entre algunos árboles y arbustos, para evitar que alguien se la robará. Después de caminar por quince minutos llegué a la puerta que ya había visto antes, saqué la llave del bolsillo de mi pantalón y la puse en la cerradura, al girarla sentí como la puerta se abrió, pero dude un momento en abrirla, se podría tratar de una trampa y que había alguien esperándome para algo malo.

Tuve el valor y la abrí lo primero que noté fue el olor a humedad, además que no podía ver nada todo se encontraba sumergido en una oscuridad, saqué el celular de mi bolsillo y prendí la linterna.

Al adentrarme más, vi una gran mesa, encima había diferentes objetos, como libros y frascos con cosas adentro, algunas tenían plantas mientras que las otras no sabía que eran, parecía ser animales en formol. Al ver hacia la pared noté que se encontraban repisas con libros, los cuales estaban desordenados, tomé uno y vi que era antiguo, de hecho, todos lo eran.

En el fondo se encontraba un sillón, todo indicaba que alguien se la pasaba en ese lugar, estaba dispuesto a dejar las esferas e irme antes de que llegará alguna persona. Regresé a la mesa y puse mi mochila encima, deslicé el cierre hasta abrirlo, saqué la caja y la dejé sobre la mesa.

Al pasarme la mochila sobre los hombros escuché como la puerta se cerró detrás de mí, al voltear vi a un hombre parado, solo podía ver su rostro con ayuda del fuego de la lámpara de petróleo que él traía, lo más llamativo era su altura, además de la barba un tanto larga.

—Te estaba esperando Sebastián —dijo, su voz era grave lo que hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo.

—Te estaba esperando Sebastián —dijo, su voz era grave lo que hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo

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DesaparecidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora