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Al salir del baño vi a Alberto quien me miraba con el ceño fruncido, él había llevado el auto hasta el estacionamiento de la tienda.

—¿Estás bien? —Preguntó, asentí, aunque era mentira—. No te creo, estás muy pálido.

—Estoy bien —contesté, intentando de esquivarlo, pero él me tomó de la muñeca—. Solo estoy cansado, quiero ir a casa.

—Sebastián, ¿Qué pasó?

No lo volteé a ver, no quería contarle lo que sucedió en el baño, en ese momento era mejor que nadie lo supiera. No estaba seguro si era cierto lo que dijo aquel ser, de que alguien cercano posiblemente iba a desaparecer, no quería que se preocupara, tenía suficiente con lo que estaba sucediendo con su familia.

Alberto me suelta cuando escuchamos abrirse una puerta, al voltear vimos que Danna y Ana salieron del baño, la rubia se veía mucho mejor, posiblemente ya se le había pasado el efecto de la flor.

—Sebastián —dijo mi Danna, desvíe la mirada. Me sentía frustrado por lo que me acababa de enterar, no tenía ganas de escuchar lo que iba a decir—, lo siento.

—¿Qué es lo que sientes? —Pregunté molesto, ella desvió la mirada.

—Perdón por no habértelo dicho antes.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Cuando sucedió.

Al escuchar eso, fue como sentir una apuñalada, todo ese tiempo ella lo sabía y en ningún momento me lo dijo.

—¿Por qué no me lo dijiste? —mi voz salió como un hilo, sentí como un nudo se me estaba formando en la garganta, Danna se quedó en silencio, ella no sabía que contestar—. ¿Sabes por todo lo que he pasado?, todos me odian, todos se alejaron de mí —mi voz se cortó, las lágrimas acumuladas en mis ojos amenazaban con salir—. Hasta mi madre piensa que lo hice, todo esto se pudo evitar si tan solo hubieras dicho la verdad, pensé que éramos amigos, pero ya vi que no es así.

—Si lo somos —dijo ella alzando la mirada, algunas lágrimas salieron de sus ojos.

—Claro que no, si fuera así me hubieras dicho la verdad desde un principio.

Di la vuelta y empecé a caminar, algunas lágrimas salieron de mis ojos, las limpié rápidamente.

—¡¿A dónde vas?! —gritó Alberto detrás de mí.

—¡Me voy a casa! —Contesté molesto.

—Estás loco, ¿Cómo piensas regresar?

—No lo sé, caminando, en camión o pidiendo raid.

—No lo voy a permitir —dijo Alberto al momento de agarrar mi muñeca, por inercia me solté de su agarre—. Acaso no recuerdas que todavía siguen desapareciendo personas, no puedes estar solo y más en este lugar que parece que ha sido abandonado hasta por Dios. Además de que no sabemos si alguien nos vio entrar a la cueva y puede que nos estén vigilando esas sombras y sospechen que nosotros estamos buscando algo.

Solté un suspiro, era cierto lo que dijo Alberto, no era momento de arriesgarme de esa manera. Me di la vuelta y regresé al auto. En todo el camino nos mantuvimos en silencio, Alberto ni siquiera prendió la radio o puso música, solo escuchábamos como los autos pasaban a nuestro lado izquierdo.

Después de quince minutos llegamos al pueblo, el cielo tenía una tonalidad rojiza, estaba por anochecer, al volver a la biblioteca, aproveché bajarme junto con Ana.

—¿Te vas a quedar aquí? —Preguntó Alberto antes de que cerrara la puerta.

—Sí, le voy a llamar a mi madre para que venga a recogerme —contesté, tal vez me estaba comportando de una forma infantil, pero en ese momento no quería estar con Danna.

DesaparecidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora