Capítulo 11_El sin sabor de la victoria.

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Jenny

Me siento como si estuviera debajo del agua. Los sonidos se escuchan lejos y estoy como flotando. Veo los labios de Dani moverse, pero no escucho lo que dice, gesticula exageradamente, mi hermana está llorando. No escucho nada, el mundo ha perdido los sonidos y, de pronto, un ruido agudo y fuerte. Todo vuelve de golpe.

—Jenny, escúchame, yo no sé nada, no es lo que parece.
—Hermana, por favor, perdóname, pero no me pude contener. Al fin y al cabo, es el padre de mi hijo.
—Enana… —Jenny.
—¡SILENCIO! —grité por fin—. Callaros los dos. No hay nada más que decir, no quiero escucharos. —Pero enana, yo…
—Cállate, Dani. Por favor, cállate.

Doy media vuelta y me retiro de aquella habitación, dejando una parte de mí. Contengo las lágrimas tanto como puedo, salgo casi corriendo de la casa, me subo a mi moto y, ya con el casco puesto, rompo en llanto. Las lágrimas no me dejan ver, estoy conduciendo a ciegas.

Freno en bruto al escuchar la bocina de un coche, casi me estrello contra un taxi. Tiro la moto a un lado de la carretera y me siento en el piso a llorar. No sé cuánto tiempo ha pasado, no sé cuánto he llorado. Siento mi móvil vibrar en el pantalón y contesto, sin mirar quién es.

—Hola —contesto entre sollozos—. Estoy cerca del puente antes de la playa, ¿podrías venir a recogerme?
Y, sin esperar respuesta, cuelgo. Continúo sentada en el piso con la cabeza enterrada entre mis piernas, hasta que siento una voz masculina y una mano acaricia mi cabello.
—Jenny, cariño, ¿qué te sucede? ¿Estás bien?
Alzo la vista y veo a Dylan con ojos rebosantes de curiosidad y cariño.
—Ven, párate. ¿Qué haces ahí sentada? —me ayuda a ponerme de pie—. ¿Estás bien? ¿Te has lastimado?
—Sí, estoy bien —contesto, secando mis lágrimas. —Yo… lo siento, no sabía que eras tú cuando contesté la llamada. Lamento hacerte venir hasta aquí.
—No pasa nada, cariño. Te llamaba para saber si ibas a participar en la carrera, pero viéndote en estas condiciones no creo que puedas. ¿De verdad estás bien? ¿Pasó algo?
—Todo está bien —contesté, recobrando mi carácter habitual—. No quiero hablar de eso, pero sí me gustaría correr y no acepto un no por respuesta.
—Está bien. Tan testaruda como siempre, así me gusta. Vamos, te llevo a la pista.

Fuimos el resto del camino en silencio. Nadie dijo nada y de verdad agradecí esa tranquilidad. Tuve tiempo para calmarme un poco. Llegamos a la pista y estaba lleno de personas, más de lo habitual. Entramos directos al VIP por un pasillo lateral y nos interceptó un rubio.

—Hola, Dylan. ¿Cómo estás? Pensaba que ya no venías y me habías hecho hacer el viaje por gusto.
—Pero qué dices, Joel, yo nunca le haría eso a un amigo —y, girando su mirada hacia mí, dice—. Jenny, anda. Ve abajo a prepararte. Escoge la moto que quieras, te veo luego de la carrera. —Ok —contesto—. Si me disculpáis, tengo que ir a ganar una carrera.
Y me retiro, dejándolos atrás.
—Esa es la chica de la que me hablabas.
—Sí, es ella.

Escojo la misma moto de la carrera anterior, me sentí muy bien con ella. Entro al circuito de carreras y decido dejar atrás todo lo sucedido y correr para expresar mis emociones. Dejo que la moto sea la que guíe el camino y formo una relación estrecha con el acelerador.

Ha sido la mejor carrera, sentí que, en lugar de conducir, estaba bailando. Era un dulce vals en el que la moto marcaba y yo seguía el ritmo y, al terminar la música, yo era la primera en la línea de meta. Adoraba esa sensación luego de bajar de la moto y escuchar cómo gritaban mi nombre, ver que las personas apreciaban mi esfuerzo y mi pasión.

Salí del circuito y fui directa a la zona VIP. Allí me recibió Dylan con una gran sonrisa en el rostro, me dio un fuerte abrazo.
—Sabía que ibas a ganar, lo sabía. 
—Tenías razón, Dylan. La chica es buena, es muy buena. Muchas felicidades —dijo el rubio, extendiendo su mano.
—Ah, cierto, no los he presentado oficialmente. Jenny, él es un viejo amigo, Joel, excorredor y ahora mánager de algunos de los mejores. Tiene una escuela donde les ayuda a pulir sus técnicas y a triunfar. Lo invité para que te viera correr.

Yo estaba en silencio, completamente estupefacta, digiriendo toda aquella información. Finalmente, solté la mano del rubio, que llevaba moviendo un minuto mientras Dylan lo presentaba.
—Un placer —logré decir.
El placer es todo mío —sacó una tarjeta de un bolsillo de la chaqueta del traje y me la dio—. Aquí tienes mi número. Tengo entendido que estás en el último año de instituto, me encantaría que te unieras a nosotros y ayudarte a triunfar. Llámame una vez que lo pienses si estás interesada.
—Muchas gracias, muchas gracias —lo abracé emocionada —. No tengo nada que pensar, claro que quiero —rápido lo solté de mis brazos y me disculpé avergonzada.
—Bueno, te espero el lunes para culminar detalles.

Y se retiró conversando con Dylan. Yo me quedé de pie, en medio de la sala, rebosante de felicidad. Saqué el móvil de mi pantalón para llamar a Dani y contarle las buenas noticias y rápido paré cuando recordé la escena de unas horas antes.
Allí estaba yo, con millones de sentimientos encontrados, repleta de felicidad, pero con el corazón destrozado. Así se sentía el sinsabor de la victoria.








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