Daniel
—Mi vida es una mierda —suspiró mientras se tiraba de forma dramática sobre el sofá de mi oficina.
—Hola Leo, yo también estoy bien, gracias por preguntar. A ver, qué te pasó ahora.
—Nada, ese es el problema, no ha pasado nada. Ni una llamada, ni un maldito mensaje. Creí que las cosas con Isabel iban a mejorar, pero nada, no sé nada de ella.
—¿Y por qué no la llamas tú?
—¿Yo? ¿Y por qué yo?
—Porque tú eres el interesado y el desesperado. A lo mejor ella está esperando que la llames, que es el primer paso.
—Tienes razón, hermano —de un salto se puso de pie y salió de la oficina.
Vuelvo a concentrarme en los documentos y el trabajo que tengo por delante y, como trampa del destino, aquí la tengo otra vez, en el informe semanal de su progreso, marca personal y los avances que realiza. Veo su tiempo y cada vez es mejor, hice un buen negocio contratándola en lo profesional, aunque no sé si haya sido lo mejor en lo personal. Tenerla cerca es un castigo, es tan tentadora, tan sexy y embriagadora, que nada más verla me dan deseos de arrancarle la ropa y follarla hasta que se desmaye.
Aquella mañana en los vestíbulos hice fuerza de todo mi autocontrol para no saltarle encima y comérmela completa. Cada vez que recuerdo aquel tanga negro de encaje, cómo le quedaba perfecto en su redondito culo. Dios, sus senos… Su cuerpo había cambiado tanto desde la última vez que la hice mía y me estaba volviendo loco por volver a besar el lunar que tiene encima de su teta derecha.
Y ahí estaba otra vez, con una erección que me iba a reventar el pantalón solo de pensar en ella. Esto definitivamente no es bueno para mi salud mental ni para mis pobres huevos. Le pedí a mi secretaria que cancelara mis citas de hoy. Necesito tomar un trago y relajarme y dejar de pensar en ella o voy a terminar haciéndome una paja para liberar frustraciones y no quiero hacerlo pensando en ella, no se lo merece.
Salgo del edificio y conduzco hasta mi retiro, ese lugar donde me gusta esconderme del mundo y puedo pensar con tranquilidad y relajarme.
—Buenas tardes, señor Fernández —me saluda la morena de siempre.
—Buenas tardes, Sophie. ¿Podrías llevarme una cerveza a la mesa de siempre?
—Lo siento, señor Fernández, pero hay una chica en su mesa, como no sabíamos que venía, no la reservamos.
—Está bien, ponme en alguna mesa cerca del mar, necesito aire puro.
—Acompáñeme, señor Fernández.
Seguí a la morena hasta el final del establecimiento, hasta la mesa disponible para mí, pero unas voces al final, en la última mesa, mi mesa, llamaron mi atención.
—¿Sucede algo allí? —pregunté a la morena.
—Nada de qué preocuparse, solo una clienta que quiere bañarse en la playa, pero ha bebido mucho y los camareros intentan convencerla de que no lo haga.
Decidí acercarme para ver si podía ser de ayuda en caso de que hubiera algún problema.
—Señorita, por favor, entiéndame, no puede bañarse sola, ha bebido mucho.
—Ya le dije que no estoy borracha, solo bebí unos tragos y necesito refrescarme. Por favor, he tenido un día de mierda, deme al menos un poco de felicidad.
Inmediatamente reconocí esa voz. Cómo no hacerlo si sueño con ella cada noche.Pero hoy había algo diferente, sonaba rota, cansada, supe que algo había pasado. Y así mis planes de olvidarla por un par de horas fracasaron, debí ignorarla, montar en el coche y alejarme de ella y de los problemas. Pero cómo podría hacerlo, cuando vi esos ojos verde esmeralda tan tristes, no tenían luz, no la que me encantaba de ella, no era la mujer fuerte que yo conocía, la que era capaz de todo, la que me retaba y sacaba lo mejor de mí. No, la que tenía delante de mí era una niña rota, dolida y triste, que pedía a gritos mi atención y mi cariño y yo no era capaz de decirle que no, no cuando posó sus ojos sobre mí y su mirada brilló.
Me sentí su salvador, me creí especial y supe que estaba luchando contra sus ganas de correr a abrazarme y llorar en mi hombro. Porque ella no era así, no quería parecer débil, pero cuando sus ojos brillaron al verme y sus labios se curvaron hacia arriba, regalándome la más sincera de las sonrisas, supe que no podía irme y dejarla, no a ella, no así. Porque no importaba lo que yo podía sufrir o las dificultades que tuviera que afrontar, sería incapaz de abandonarla cuando más me necesitaba, cuando estaba tan frágil y vulnerable.
—Dani —susurró en un hilo de voz cuando me vio.
—Pueden irse, yo me encargo —les informé a los camareros.
Ellos asintieron con la cabeza y se retiraron murmurando. —¿Te das un baño conmigo? —preguntó de forma coqueta mientras se quitaba la playera.
—Acabo de salir de la oficina, ando en traje. Mejor hazlo tú y yo te observo desde aquí.
—¿Desde cuándo te volviste tan aburrido? —me atacó haciendo una mueca con los labios—. Y sí, ya sé que últimamente se te da más lo de mirar —hizo referencia a lo del vestuario cuando me vio espiando y luego se tiró al agua, salpicando mi traje—. Ups, lo siento.
Tomé mi cerveza en silencio mientras la observaba nadar tranquilamente. Mi ninfa hermosa de ojos verdes, la sirena que me atraía hacia mi perdición con su dulce voz, ella era tormenta arrasando con todo. Mirándola tuve una idea. Tomé una servilleta de la mesa y saqué mi bolígrafo del bolsillo de la chaqueta del traje y comencé a escribir.
—¿Qué haces? —salió del agua mojando todo a su alrededor. Tomó una toalla de una mesita y se sentó enfrente. Yo guardé la servilleta y miré directo a sus ojos para no fijarme en su cuerpo o, en concreto, en sus duros pezones.
—Nada, trabajo. ¿Ya estás mejor?
—Perfecta —y esquivó mi mirada.
—No te creo. ¿Por qué me mientes?
—No te miento, Daniel. Estoy mejor.
—Voy a fingir que te creo y, cambiando el tema, ¿qué haces aquí?
—En todo caso eso debería preguntarte yo a ti, porque este es mi lugar preferido para ahogar las penas.
—El mío también —suspiro—. ¿Me vas a contar lo que te pasa?
—Solo si tú me cuentas lo que te pasa a ti.
—Yo pregunté primero.
—Está bien —cedió al fin y me contó todo, desde el engaño de su madre, las mentiras y su verdadero padre, y terminó rompiendo en llanto—. Lo siento —intentó controlar las lágrimas.
—No tienes que disculparte, no tienes que controlarte. Soy yo, Jenny, llora si es lo que necesitas, desahógate. Estoy aquí para escucharte, siempre estoy aquí para ti y siempre lo estaré.
La abracé y escondió su rostro en mi hombro mientras lloraba, mientras soltaba todo lo que tenía dentro, y yo sentí como si el tiempo no hubiera pasado nunca, seguíamos siendo los mismos chicos de hace años atrás, los que se amaban con pasión y disfrutaban del tiempo juntos. Ella seguía siendo mi enana y yo su pesado.
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Amor Sobre Ruedas
RomanceSinopsis: Jenny es una chica libre, que disfruta de las aventuras y la vida.Prefiere el sexo casual y no las ataduras; hasta que la vida pone a Dany en su camino, un chico sexy, atrevido y como diría el subconsciente de Jenny (jodidamente riquísimo)...