Capítulo 27: Pasión

105 11 0
                                    

Daniel
No creo que pueda existir una mujer con la boca más sucia y la cara de ángel que Jenny. Escucharla hablar así me la pone durísima y me vuelve idiota con sus encantos. Apenas he podido hablar desde que llegué y la vi con ese diminuto bikini. Vine con la idea de conversar y pasar página, me imaginé estresado viendo cómo su novio tocaba y disfrutaba lo que alguna vez fue mío, pero me encontré todo lo contrario. Él no estaba y ella me ha dedicado toda su atención, y aquí voy, camino a una habitación para volver a tropezar con la misma piedra y, aunque no sé qué es en realidad lo que ella siente o lo que puede pasar mañana, hoy quiero quedarme con su fuego.

—Dani —gime mi nombre mientras le beso el cuello y recorro con mi lengua hasta llegar a ese lunar que tiene encima de su seno izquierdo.
—Esto es lo que quería, enana.
Hablo mientras libero mi erección y ella la acaricia, se pone de rodillas y la introduce dentro de su boca. Me estremezco con la sensación, se siente tan bien. No sé si esto es el cielo o el infierno, pero sé que no quiero salir de aquí.
—Oh, Jenny —gimo su nombre de placer.
—Te extrañé tanto —susurra y sé que si sigue así voy a terminar antes de empezar.

La aparto y la pongo de pie de espaldas a mí y contra la pared, pegando su rostro. Le quito el nudo de la parte superior del bikini y le arranco el tanga, pongo una mano en su cuello y la ahorco mientras que la otra baja hasta su clítoris.

—Estás tan mojada, nena, me tienes loco.
—Lista para ti.
De una estocada me hundo en ella y es tan placentero. Había olvidado lo bien que se siente sentirla.
—Dios, Daniel, fóllame así, hazme tuya.

Mis estocadas eran cada vez más salvajes, no eran delicadas, estaban cargadas de deseo. La viré, puse mis manos en sus piernas y la cargué para volver a hundirme en ella. Nos besamos mientras la penetraba, nuestra respiración era irregular, gemía y gritaba mi nombre.

—Me vengo, Daniel, no pares.
—Así, nena. Dámela toda, pero grita mi nombre —le mordí el labio, instándole a que hablara mientras la penetraba más duro, más rápido—. Di mi nombre, Jennifer. Yo soy quien te hace gemir así.
—Sí. Oh, Dios, Daniel. Dani.
Sentí su cuerpo arquearse y no pude aguantarme más, el espasmo llegó y un orgasmo arrebatador me hizo gruñir su nombre junto un último suspiro.
—Jenny.

La cargué hasta la cama y la deposité, tumbándome a su lado mirando el techo. Luego de unos minutos en silencio me dispuse a levantarme, pero su mano me detuvo. 

—No te vayas, quédate conmigo esta noche.

No dije nada. Volví a acostarme y ella puso su cabeza en mi hombro, su respiración se fue volviendo más pesada y, antes de dormirse, susurró.

—Te amo, Daniel Fernández.
Sonreí, le besé la frente y la estreché entre mis brazos.
—También te amo, Jennifer Rodríguez.

Me despertó el sol que entraba a través de la ventana. Miré al otro lado de la cama y estaba vacío. Me sentí estúpido por esperar que ella todavía estuviera a mi lado, maldije en mi interior mi estupidez. La puerta de la habitación se abrió y entró Jenny con un vestido corto de verano y una bandeja llena de comida.

—Ya estás despierto —resaltó lo obvio, nerviosa—. Quería sorprenderte.
—Créeme que me sorprendes. ¿No se supone que la del cumpleaños eres tú y que soy yo quién te debe atender?
Puso la bandeja en la mesita de mi lado de la cama y se sentó junto a mí.
—Después de la energía que te gasté anoche creo que lo mínimo que podía hacer era alimentarte.
—Viéndolo así, creo que tienes razón.
Reímos y, por un momento, volvimos a mi habitación en casa de mis padres, donde hacíamos bromas cada mañana después del sexo, donde todo era tan natural y solo éramos los dos. Pero ya no era así.
—Creo que por la forma en que ha cambiado tu cara me estás diciendo que es hora de conversar.
—Pues sí, creo que es lo mejor y también creo que lo de ayer fue un error —me adelanté, pensando que eso era lo que ella iba a decir. Mi corazón no soportaría otro más de sus desplantes—. Yo me voy a casar, Jenny, y tú vives a tu aire y no quieres relaciones o tienes una con ese tal Joel. Yo qué sé, lo de ayer no sé si lo hiciste porque te sentías sola y no me quejo, estuvo bien, pero no se va a repetir, ¿estás de acuerdo? —no la miré durante mi discurso por temor a arrepentirme.
—No —dijo, alzando la voz, y la miré a los ojos—. No estoy de acuerdo, Daniel. Para mí lo de anoche no fue un error y no estuvo simplemente bien, fue especial. Además, ya te dije que no tengo nada con Joel y no estuve contigo porque estaba aburrida, lo hice porque te amo, porque te extraño, porque el pensar que te vas a casar con otra me vuelve loca y no puedo soportarlo. No puedo permitir que tus manos toquen a otra mujer, que hagas el amor con otra. Yo te quiero solo para mí, Daniel, y tenía que decírtelo antes de que tomes la decisión de unirte a otra mujer, porque sé que tú también me quieres, me lo dijiste anoche y sé que es verdad. No te cases, Daniel, quédate conmigo, volvamos a estar juntos, a ser una pareja.

Esperé tanto tiempo para escuchar esas palabras que no me puedo creer que al fin llegaron, justo dos semanas antes de mi boda. ¿Qué se supone que voy a hacer yo con su confesión, si ni siquiera sé cómo afrontar mis sentimientos? Amo a Jenny, claro que la amo, más que a nada en el mundo, pero ella me dejó y no le importó el hueco donde me dejó hundido, redujo mi mundo a cenizas con su partida y Sally estuvo ahí para mí, me ayudó a salir adelante, a volver a ser yo, al menos lo que quedaba. Estoy seguro de que no la amo, pero me siento en deuda con ella y, a pesar de que es un poco superficial, sé que en el fondo no es mala y sé que me quiere.

—Si te quedas en silencio, interpretaré que mi confesión no fue suficiente, que no soy suficiente o que en realidad ya no me amas —luego de decir lo último, sus ojos se llenaron de lágrimas. Los cerró con fuerza, apretándolos para no llorar, y cuando los volvió a abrir ya habían desaparecido las lágrimas—. ¿Sabes qué? —forzó una sonrisa—. Mejor no me des tu respuesta ahora, quédate conmigo hasta mañana y hoy vamos a disfrutar de mi cumpleaños. 

Me duele ver que puedo hacerle daño con mi respuesta. No quiero ser yo quien la lastime, yo solo quiero hacerla feliz.

—¿Quieres tu regalo de cumpleaños?

Amor Sobre Ruedas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora