Capítulo 4: Dos es coincidencia, Tres es el destino.

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Jenny

No entiendo cómo alguien que no conozco es capaz de enfurecerme tanto. Es como si cada una de sus palabras fueran un detonante para mis demonios.

—Dios, ¿por qué me haces esto? —protesté.
—¿Ustedes se conocen? —interviene Dylan con asombro.
—Algo así —respondo, recobrando la compostura y mi normal mal carácter.
—Bueno, ella conoció la goma trasera de mi moto —sonríe de forma seductora.

“Mira que bien, hasta chistoso nos salió el muy capullo… y lo bueno que está”.

Mientras su sonrisa golpea cada parte de mí, me concentro y recuerdo que me está humillando y no puedo dejar pasar eso, y menos aquí, que tengo una reputación que mantener. Levanto la mirada y le regalo una sonrisa cínica y sarcástica.

—Algo así sucedió, pero lo que yo recuerdo es que conociste la fuerza de mi mano derecha, capullo.

La sonrisa de su rostro desaparece y sus ojos azules se dilatan, su blanca piel se enrojece y sus músculos se tensan, dejando ver evidentemente cuán furioso está. Ante su reacción, mi sonrisa llega a nuevos niveles. Me produce una gran satisfacción verlo así, hasta un punto en que me asombro de cuán feliz estoy. Dylan, al ver el rumbo de la situación, decide intervenir, por lo que agrega:

—Parece que mis mejores tesoros se conocen. Me alegra que ya exista cierta competencia entre ustedes, pero mejor relájense y vamos a celebrar esta victoria.

En ese momento nos interrumpe otro chico, súper atractivo y con una mirada muy dulce. Parece ser amigo del capullo creído (mi nuevo archienemigo). Le dice algo en voz baja al oído, se despiden de Dylan y se retiran.





Dani


Leo llegó en el mejor momento a recordarme que tenía un compromiso, por lo que tenía que marcharse. Luego de pensar en compromiso recordé que hoy me iban a ofrecer “el mejor sexo de mi vida”, o al menos eso me dijeron, por lo que nos despedimos y nos fuimos, no sin antes volver a observar a la chica que tenía frente a mí. Por alguna extraña razón me resulta interesante. Quiero más de ella. Al menos, ya sé dos lugares donde la puedo encontrar.

Cuando me siento en el coche decido mandarle un mensaje a mi cita de esta noche para vernos en un hotel. Luego noto que eso sería demasiado vulgar de mi parte, pero como ella no me interesa nada más que para sexo y no me importa lo que piense de mí, decido hacerlo.

Te espero en el hotel, en unos minutos te paso la ubicación. Dime a qué hora te conviene.

A las 7 sería perfecto, la vamos a pasar muy bien. Solo necesito que pases a buscarme a mi casa, mi coche está roto.

Apagué el teléfono y encendí el coche. En el camino a casa no pude parar de pensar en esa chica. Algo en ella me estimulaba, me hacía desearla. Me encantaría tenerla en mi cama para demostrarle qué tan capullo puedo ser y enseñarle quién manda.

Dejé a Leo en su casa y llegué a la mía. Tomé un baño, me vestí, busqué unos preservativos y me monté en mi coche. Me dirigí a la dirección que mi cita me había enviado. Al estar frente a la casa, toqué la bocina del coche, pero la chica no salió. La llamé al móvil, pero no me respondió, así que decidí bajarme y tocar el timbre. 

—Buenas noches —saluda una mujer en sus cuarenta, con un vestido rojo sencillo y poco maquillaje.
—Buenas noches, vengo buscando a… —y, antes de que terminara de hablar, la señora me interrumpe y me dice, con una sonrisa.
—Ah, eres tú. Pasa, te estábamos esperando —me toma del brazo y me introduce en la casa.

Me quedo asombrado. No entiendo nada, yo vengo a buscar a mi cita para tener sexo y resulta que esta señora me estaba esperando. “En qué lío me habré metido”. En eso baja las escaleras la persona que podía aclarar mis dudas. Estaba bella y sexy como siempre. Se acerca a mí y me da un suave beso en los labios. 

—Llegaste justo a tiempo, la cena ya está lista.
—Qué carajos estás inventando, Érica —digo enfadado.
—Relájate, Daniel. No sucede nada, solo quería que mi madre te conociera —responde, con una sonrisa en el rostro.
—Creo que te has equivocado de persona, creía que tenías claro que no me gustan los juegos y mucho menos el papel de novio. Lo nuestro es sexo y nada más, así que no te confundas —le señalo y luego me dirijo a la puerta para marcharme.

Justo en ese momento la puerta se abre. “Pero qué carajos con esta ciudad, ella otra vez”.

—Dicen por ahí que dos son coincidencia, pero tres ya es el destino. Parece que tú y yo estamos destinados, enana —le digo con mi mejor sonrisa de picardía.

Ella está tan asombrada como yo. Decide ignorarme y no me dice nada, pasa por mi lado y se quita la chaqueta y la cuelga. “De verdad que está riquísima”. Observo cómo la camisa deja ver sus pechos y esa falda le queda súper corta. Antes de que pueda controlarme, tengo una erección. Me dirijo a Érica, que aún está parada a mi lado, esperando a ver si decido irme o quedarme, y le digo:

—¿Dónde está el baño?

Ella me señala una puerta a la izquierda y sonríe, creyendo que lo pensé mejor y quiero quedarme. En el baño respiro profundo y trato de controlarme. Cuando baja la erección decido salir y ya están todas en el comedor, esperando por mí para cenar. A la señora Rodríguez (deduzco que es la madre de ambas) y a Érica se les ve muy feliz y con una sonrisa en su rostro, solo a la otra chica se le ve enojada y con muy mal carácter.

La cena transcurre sin problemas. Érica se la pasó hablando de la universidad, de cómo nos conocimos y de no sé cuántas cosas más… La verdad, todo lo que decía me la sudaba o ni la escuchaba. Solo respondí dos o tres preguntas que me hizo la señora Rodríguez y seguí en silencio, disfrutando de la vista de la hermosa chica al otro lado de la mesa, hasta que no aguanté más.

—Tú debes de ser la hermana menor de Érica, ¿no? —ella me ignoró y siguió cenando. Su madre, al ver que no me respondía, lo hizo por ella, avergonzada.

—Sí, ella es mi hija menor. Se llama Jenny. Perdona sus modales, no es buena con extraños.
—Ella no es buena con nadie —agregó Érica—. Por eso le dije que no viniera esta noche pero, como siempre, ella hace lo que le da la gana.
—No pasa nada, no se preocupen. Estoy adaptado a tratar con personas malcriadas —respondí mirándola.

Ella casi se atraganta con la comida y, como si ya no aguantara más aquella situación, se paró de la mesa, recogió su plato, se dirigió a la cocina y luego desapareció por unas escaleras.
Estuve un rato en la sala conversando, a ver si volvía a bajar, pero nunca lo hizo, así que decidí tomar la iniciativa en un momento que Érica se disculpó para ir al baño. Decidí hacer lo mismo y, como el de abajo estaba ocupado, la madre me indicó dónde quedaba el baño de arriba. Mientras subía las escaleras, un millón de ideas pasaron por mi mente. “¿Cómo iba a saber cuál cuarto era el suyo? ¿Habría salido sin que yo la viera?”. En cuanto llegué al segundo piso supe inmediatamente cuál era su habitación. Tenía un cartel en la puerta que decía:

Welcome to Hell.

Inmediatamente caminé hacia la puerta, giré la manilla y entré. Era una habitación que no parecía ser de una chica. El papel tapiz era negro con adornos, estaba llena de carteles y afiches de motos, había ropa por todas partes. Acostada en la cama estaba ella, con los ojos cerrados, escuchando música con unos audífonos puestos. No se había percatado de mi llegada.

Tenía puesta una bata de dormir negra de escote bajo, puede que le llegara a las rodillas, pero acostada en la cama se le había elevado. La encontré tremendamente sexy, tan despreocupada, con el cabello suelto sobre la cama. Era perfecta. Me acerqué a ella sin hacer ruido y, resueltamente me subí sobre ella. Al sentirme, abrió los ojos asustada e intentó con todas sus fuerzas apartarme.

—Ahora, enana, te voy a enseñar quién es el capullo.

Acerqué mis labios a los suyos y un sabor a fresa inundó mis sentidos. Era tan dulce, tan deliciosa. Aprovechando mi momento vulnerable me apartó, dándome un golpe en el abdomen.

—¿Estás loco? —gritó furiosa, desbordada de ira—. ¿Quién te crees que eres para entrar en mi habitación y besarme? ¿Quién te dio ese permiso?
—Tú —dije seguro de mí—. Tú lo hiciste cuando me devoraste con la mirada en el estacionamiento, cuando te mordiste el labio mientras discutías conmigo en la pista de carreras. Vamos, no lo niegues —dije de forma seductora, mientras me paraba de la cama y caminaba hacia ella—, sé que a ti te pasa igual. Me deseas —continué diciéndole, mientras la ponía contra la pared y ella me miraba con incredulidad—. Tú quieres que esto suceda tanto como yo, estás loca porque te folle aquí mismo contra la pared, que te haga mía —susurré en su oído, mientras me acercaba a su boca.

Puse mis manos en sus piernas mientras le hablaba y fui deslizando mis dedos suavemente hacia arriba, hasta llegar a su sexo, que ya se encontraba mojado por mis palabras. El saber que solo mis palabras la excitaron así me calentó muchísimo. Puse mis labios en los suyos y la besé con pasión.

Esta vez no opuso resistencia. Involuntariamente, sus piernas se abrieron para mí. Deslicé mis dedos y le acaricié el clítoris. Ella comenzó a gemir y sus ojos verdes cambiaron de color, se tornaron casi amarillos de deseo. Me miraba, implorando más. Sus labios estaban abiertos y listos para mi boca. Gemidos salían de ellos. La besé nuevamente, mientras mis dedos continuaban danzando en su sexo empapado de deseo por mí. Aparté mis labios de los suyos y le dije al oído.

—¿Ves que no puedes negar que me deseas?

Me aparté de ella con una sonrisa de victoria. Salí del cuarto, bajé las escaleras y me despedí. Le inventé una excusa a Érica para no llevarla conmigo. Salí de la casa y me monté en mi coche, donde me puse a pensar en todo lo que acababa de suceder y en cómo me había quedado con ganas de más.

¿Por qué me detuve? ¿Cómo pude ser tan tonto? ¿Qué tiene esta chica que me vuelve loco? Todas esas preguntas me estuvieron atormentando.






Holaaaa , es impresión mía o hace un poco de calor aquí 🥵😏

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Holaaaa , es impresión mía o hace un poco de calor aquí 🥵😏. Espero disfrutarán el capitulo,  no se olviden de votar y dejar su comentario .

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