Capítulo 33: La Boda

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Dani

La vi salir por la puerta de mi oficina y supe que se llevaba parte de mí con ella, al menos la parte de los sentimientos. Ya solo quedaba un caparazón vacío. Ahora sí que había perdido a la mujer de mi vida para siempre, Jenny no me perdonaría que no la escogiera a ella, su orgullo no se lo permitiría.

—Gracias, cariño, por elegirme a mí.
—Espero que estés contenta, al final lograste lo que querías, ganarle una vez a Jenny.
—No sé de qué hablas —aseguró.
—Deja el dramatismo, Sally. Todo esto no es más que una pelea de niñas para ti, me quieres a mí porque sabes que soy el único hombre que le ha gustado a Jenny de verdad y querías ganarle, enseñarle lo que se siente. Y todo lo del supuesto suicidio, yo sé perfectamente que no intentaste matarte, llevas años tomando esas pastillas, que te he visto yo con mis propios ojos. Lo que pasó fue producto de tu estupidez, así que deja de intentar engañarme.
—Y si eso es lo que crees, ¿por qué te casas conmigo?
—Porque a pesar de todo esto, es cierto que tú me ayudaste cuando más lo necesitaba, estuviste ahí para mí y fuiste una buena compañera. Y esta obsesión con ganarle a Jenny no es sana, tú también estás enferma y yo voy a ayudarte, vamos a ir a terapia o lo que haga falta, y si para estar tranquila y gozar de la paz que mereces tengo que casarme contigo, lo voy a hacer. Pero no te puedo prometer que vaya a morir de viejo a tu lado, ni que voy a amarte, eso sería mentir.
—Aunque te divorcies de mí, ella no va a volver contigo, no después de lo de hoy.
—Lo sé.
—Lo siento por arrastrarte a esta guerra que nada tenía que ver contigo, pero la verdad es que, a pesar de todo, yo te amo de verdad. Y si, no es menos cierto que me acerqué a ti por ser el ex de Jenny, pero tantos años a tu lado me enseñaron a quererte. Así que no me importa que no me ames, yo puedo amar por los dos.

Besó mi mejilla y se fue. Me quedé sentado mirando a la nada con miles de cosas en la cabeza. Hoy era mi último día de soltero, pero no tenía ganas de celebrar ni de ver a nadie. Me despido de mi secretaria y le informo que voy a estar en mi casa, necesito descansar.
El no tan esperado día llegó. Mi madre estaba eufórica, parecía que era ella la que se casaba. Mi hermana tenía cara larga y yo sabía que no le hacía ninguna gracia esta boda, su lealtad a Jenny era innegable. Mi padre, como siempre, era imposible leer algo en su rostro. Y Leo, mi mejor amigo, parecía estar sufriendo un terrible dolor.

—Podrías quitar esa cara de velorio, estamos en mi boda.
—Eso te repites para engañarte, porque la verdad es que estamos en tu entierro, porque con esta decisión te estás matando, Daniel, te estás condenando a una vida de infelicidad.
—Basta ya de tanto conversar, chicos. Vamos para la iglesia, que la novia debe estar lista y no la queremos hacer esperar — intervino mi madre.
Media hora después llegamos a la iglesia donde se celebraría la ceremonia. Sally se había encargado sola de todos los preparativos de la boda y decir que todo estaba hermoso se quedaba corto, la verdad es que a ella se le daba bien esto y a mí no me interesaba saber cuántos adornos de flores había.

Todos comenzaron a tomar asiento y a ocupar sus lugares. La canción empezó a sonar y Sally entró a la iglesia colgada del brazo de su padre. Llevaba un vestido blanco con cola de sirena de seda que se ajustaba a sus curvas, el pelo recogido y una tiara sostenía el velo, el cual levanté cuando llegó a mi lado. Llevaba bastante maquillaje, se veía bien, pero yo seguía sin entender por qué las mujeres veían necesaria tanta pintura.

El cura comenzó su sermón y yo estaba concentrado pensando en todas las veces que había visto a Jenny y nunca la había visto usar tanto maquillaje. Ella siempre lucía tan natural, tan hermosa, incluso cuando se despertaba sin ninguna gota de maquillaje yo la encontraba divina.

—Daniel, Daniel —la voz de Sally me sacó de mis pensamientos.
—¿Qué?
—El padre te está hablando.
—Perdón, padre. ¿Me decía?

Sentí la risa de mi hermana resonar por toda la iglesia y a mi madre pidiéndole que guarde silencio. Leo estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no reír.

—Daniel Fernández —el padre retomó el sermón—, ¿aceptas a Sally Scott como legítima esposa, para amarla y respetarla en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe?

Aceptarla, debía aceptarla ya que estaba aquí. No podía salir corriendo simplemente, pero ¿debería?, no era lo que realmente quería para mi vida. La imagen de Jenny gimiendo mi nombre y el tiempo que pasamos juntos vino a mi cabeza. Eso sí era lo que quería para mi vida.

—Y bien, hijo, ¿aceptas?
—Yo, yo acep…
—¡Yo me opongo! —interrumpió la voz de mi hermana, haciendo que todos los presentes se giraran a verla—. Lo siento, siempre quise hacerlo, ya pueden continuar con la boda.

Algunos empezaron a murmurar, otros sonreían y mi hermana estaba feliz con su hazaña. No pude evitar sonreír yo también.

—Sí, acepto —respondí por fin.
—Sally Scott, ¿aceptas a Daniel Fernández como tu legítimo esposo, para amarlo y respetarlo en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe?
—Acepto —contestó sin titubear.
—Si hay alguien que se opone a esta boda, que hable ahora o calle para siempre.
—Yo me opongo —habló Leo a mi lado y comenzó a cantar. —. ¿Quién te ama como yo, cosita linda? Por Dios, si te casas, te llevarás mi vida.
—¿En serio, Leo? ¿Aventura? —lo interrumpió Sally enfurecida.
—Lo siento, yo también quería hacerlo.

El cura pasó la mano por su rostro, suspiró y volvió a preguntar.

—¿Hay alguien más que se opone a la boda o ya todos cumplieron su fantasía?
—Creo que ahora es mi turno.

La voz de Jenny resonó por todo el local. La busqué con la mirada y la encontré en la entrada de la iglesia, nada más y nada menos que vestida de novia. Llevaba un vestido con el que cualquier chica soñaría, corte de princesa, con un escote en forma de corazón ceñido al cuerpo y una falda ancha que caía desde su cintura.

—Yo no vine a cumplir una fantasía, padre. Yo vine a ver al hombre que amo, no vine a intentar imitar a Aventura con mi horrible voz. Vine porque necesito decirle al hombre que hoy está en el altar junto a otra que nadie nunca lo va a querer como yo y sé que suena a cliché, pero yo no puedo perder la fe. Mientras aún me quede algo por hacer, yo voy a luchar por recuperar a Daniel. Cariño, sé que mis palabras no son tan bonitas como tu canción, pero te las digo desde mi corazón. No tienes que casarte por estar en deuda, porque me condenas a una vida sin estar contigo.

»Deja de pensar en los demás y por primera vez en tu vida piensa solo en ti. No está mal ser egoísta y querer ser feliz. Olvídate de todo el mundo y deja que mi mundo solo seamos tú y yo. Y si te tienes que casar, solo debes cambiar la novia. Vivamos nuestra historia de amor, sé el protagonista de mi novela romántica. Sobre ruedas empezó nuestro amor y no tenemos más escapatoria, termina esta absurda boda y empecemos nuestra propia historia. 
Mientras hablaba fue acercándose al altar y yo no pude apartar mis ojos de ella ni un segundo. Bajé del altar y corrí hasta sus brazos, la abracé y la besé, olvidando por completo el lugar.
—Parece que una estúpida declaración de amor bastó para que olvidaras todo lo que hice por ti y el supuesto sentimiento de deuda. En algo tenía razón Jenny, eres un egoísta de mierda —Sally soltó el ramo de novia, dejándolo en el altar y salió de la iglesia, seguida por sus familiares y amigos.

Jenny subió al altar y tomó el ramo.

—Gracias por esto —gritó mirando hacia la puerta. Posando su mirada en mí agregó—. Entonces, ¿nos casamos o qué?

Yo aún no había recuperado el habla, así que solo pude mover la cabeza dando un gesto afirmativo. Mi madre salió furiosa y algunos invitados la siguieron. La sonrisa de mi hermana no podía ser más radiante, Leo puso su mano en mi hombro y sonrió. Al lado de Jenny se pararon sus tres amigas vestidas con el mismo modelo rojo. Retomando la capacidad de hablar me dirigí al padre.

—Ahora sí, padre. Puede terminar la boda, solo que cambie el nombre de la novia por Jennifer Rodríguez.

El padre suspiró, pidió algo a Dios y comenzó su sermón otra vez.

—Así que nuestra propia novela romántica, ¿no? —murmuré mirando a Jenny y ella sonrió—. ¿Y ya le tienes título? ¿Jazba?
—No, nuestra historia empezó sobre ruedas así que creo que el mejor título sería “Amor sobre ruedas”.
—Amor sobre ruedas —lo dije lento, saboreando cada letra
—Amor sobre ruedas, donde el deseo, la fuerte pasión y la adrenalina cobran vida en tu corazón.
Ambos reímos y nos tomamos de las manos.
—Yo, Daniel Fernández —comencé—, prometo amarte y respetarte todos los días de mi vida, ver todas las series que te gustan junto a ti, aunque tenga que escuchar como profesas tu amor por Damon Salvatore, prometo acompañarte en la lectura de tus libros y apoyarte en cada una de tus competencias, prometo dejarte ganar cuando compitas contra mí, prometo dedicarme a embellecer tu rostro con una sonrisa y follarte en todos lados y a cualquier hora, hasta que terminemos el Kama Sutra, cumplamos todas nuestras fantasías y podamos inventar nuevas posiciones. Y, por último, prometo no hacerte ninguna promesa que no pueda cumplir.
Sus ojos brillaban y su sonrisa quedó grabada en mi corazón y me juré hacer todo lo posible porque todos los días pudiera sonreír así.
—Yo, Jennifer Rodríguez, ya me quedé sin palabras románticas por los próximos diez años, así que solo puedo prometer intentar que cada capítulo de nuestra historia termine con un final feliz.
—Bueno, si nadie más se opone a esta boda, los declaro marido y mujer. Hijo, puedes besar a la novia.

Y así lo hice. Besé a mi ahora esposa, los presentes comenzaron a aplaudir. Miré a Jenny que sonreía y me sentí el hombre más dichoso.
—Bueno, señora Fernández, espero que tuviera un plan de escape.
—Por supuesto, señor Fernández, acompáñeme.
Tomó mi mano y me guio a la salida de la iglesia, donde me esperaban los pilotos de mi empresa y algunos competidores de las carreras que hacía Dylan, todos con sus respectivas motos, y en el centro dos motos blancas con un lazo y un cartel que decía “Recién casados”.
—¿Te gusta?
—Me encanta. Vamos, comencemos nuestra historia de Amor sobre ruedas.




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