Capítulo 18: El héroe

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Isy

Estoy sentada en uno de los sofás del VIP del bar-discoteca de Dylan. Jenny acaba de bajar con Joel a bailar a la pista mientras que Josy y Eli discuten algo en voz baja. Creo que hace unos meses que las cosas no les van muy bien, espero que lo resuelvan, hacen linda pareja.
De pronto, escucho la voz de Joel y dirijo mi mirada a la pista, está hablando con el micrófono en la mano y la mirada sobre Jenny. Le dedica una canción de Sebastián Yatra y todas las mujeres están babeando por él, conmovidas. Miro a Jenny, en busca de alguna reacción o sentimiento que la delate, pero no veo nada, solo confusión. Presiento a alguien a mi lado y me giro, son Josy y Eli que vinieron al cristal para ver más de cerca el espectáculo. 

—Es tierno —habla Eli cuando llega a mi lado.
—Sí, claro —bufa Josy poniendo los ojos en blanco—. Si te gustan seas cursilerías...
—No entiendo a quién no le gustaría un gesto tan romántico y lindo, además…
La canción termina y lo siguiente que dice Joel nos hace mirarnos a las tres y dejarnos sin habla, casi sin respirar.
—Apuesto 50 euros a que le dice que no —me dice Josy.
—Yo apuesto 50 a que acepta —la confronta Eli.

Me quedo en silencio esperando la respuesta de Jenny. Cuando solo asiente con la cabeza, Eli da brinquitos de la emoción, mientras que Josy bufa, pero yo sé que las dos están equivocadas. En primer lugar, porque a Jenny no le conmueven este tipo de actos, al menos si no vienen de un pelinegro de ojos azules; en segundo lugar, porque hubo un detalle que para el resto pasó desapercibido, pero no para mí. Joel intentó besarla y ella se apartó.

En fin, él parece ser muy bueno y tierno, pero no es lo que Jenny busca. Tal vez sea lo que necesita, pero no lo que ella quiere. Así somos los seres humanos, inconformistas y codiciosos. Me río ante mis propios pensamientos, ni que yo fuera psicóloga. Lo que necesito son un par de tragos más y bailar hasta que no pueda más del cansancio. Quién sabe, a lo mejor me ligo a alguien, pero eso no lo voy a conseguir aquí encerrada, así que lo mejor es bajar a mezclarme con la gente. 

Me dirijo directa a la barra y pido dos tequilas, eso es lo que necesito para calentar motores. Los tomo de golpe y bailo durante quince minutos, moviendo las caderas al ritmo de la música. Puedo sentir la mirada de alguien sobre mi cuerpo, creo que es él. Lo busco entre las personas, pero no lo veo, quizás solo lo imaginé. Se acerca a bailar un moreno y le sigo la corriente, pero manteniendo cierta distancia. Él no pilla la indirecta y sigue acercándose a mí, hasta que no tengo a dónde moverme y pega su cuerpo al mío.

—Te queda precioso ese vestido, nena, aunque me gustaría más lo que hay debajo.
—Lo siento mucho, pero esta “nena” no está interesada.

Me marcho alejándome de él y camino hacia la barra. Siento que me toman del brazo y me giro, es el moreno otra vez.

—Venga ya, nena, no te hagas la dura. Vámonos de aquí que te voy a llevar a pasarla bien.
Me zafo de su agarre y lo empujo.
—Te dije ya una vez que no me interesa. Me vuelves a tocar y te voy a enseñar a respetar a una mujer.
—¿En serio? —ríe—. ¿Qué me podría hacer una princesita delicada como tú?

Coloca una mano sobre mi hombro izquierdo, lo miro, miro la mano y sonrío, veo a mi derecha una botella de cerveza y con la mano derecha la cojo y la estrello contra su cabeza. Da dos pasos hacia atrás, aturdido y, aunque creí que tal vez lo podía derribar, viéndolo ahora molesto creo que mide el doble de mi tamaño.

—Te volviste loca, maldita zorra.
Levanta la mano para pegarme, pero alguien la atrapa en el aire. Estaba vestido de negro como siempre, impecable y sexy, justo como la primera vez que lo vi en esta misma barra.
—¿Estás bien? —me pregunta y yo estoy tan aturdida mirándolo que demoro un par de segundos en responder con un hilo de voz.
—Sí.
—¿Y tú quién rayos eres? —se libera el moreno con un golpe y un corte en la frente, que pronto se volvería morado y se infectaría.
—Solo alguien que va a enseñarte a dejar de abusar de una dama y a que te metas con alguien de tu tamaño.
Me río ante su respuesta, porque Leo es de mi tamaño y el moreno es el doble de grande. Antes de que las cosas se compliquen, llegan los de seguridad y sacan al moreno. Me giro hacia la barra, como si nada hubiera pasado, y pido dos tequilas más. Leo llega a mi lado y toma asiento.
—Oh, gracias, Leo, muchísimas gracias por ayudarme — comienza a fingir un ridículo diálogo con unas voces súper dramáticas—. No pasa nada, Isy, es un placer ayudarte, gracias a ti por ser mi damisela en apuros y darme la oportunidad de ser tu caballero.

Suspiro indignada.

—En primer lugar, no tengo nada que agradecer porque ya lo tenía todo controlado —bufa y pone los ojos en blanco—. En segundo lugar, no soy ninguna damisela y tú ningún caballero —lleva una mano al corazón, dramatizando como si le hubiera herido, y se toma uno de mis tragos de tequila que había en la barra—. Y, en tercer lugar, deja de tomarte mis tragos.
—Está bien, no tienes que agradecerme, pero deja de meterte en problemas que tú sola no puedes resolver.
—Te dije que sí podía.
—Ajá, lo que tú digas. Solo evita las peleas.
—Como si te importara lo que me pasa —dejo de mirarlo, tomo el trago y pido otro.
—Claro que me importa, Isy. Y deja de beber, que ya estás borracha. 
Me tomo otro trago, respiro profundo y luego otro, llenándome de valor para enfrentarle.
—No, Leo, no tienes ningún derecho a decirme qué puedo o no hacer, no eres mi padre, ni mi amigo, y mucho menos mi novio, así que deja de meterte en mi vida y lárgate, que entre tú y yo ya no queda nada.
—Claro que no queda nada —me confronta furioso—. Si te fuiste y me dejaste cuando más te necesitaba.
—¿Yo? Cómo no me voy a ir si tú nunca estabas. Pasaba días sin verte, regresabas borracho, me gritabas, te molestaba todo lo que hacía, no podía ver a mis amigas…
—Estaba trabajando, Isy. Estaba lleno de trabajo, estresado, yo solo luchando con la compañía y, ¿por culpa de quién? De tu amiga. Pasaba todo el día viendo a mi amigo destruirse en las drogas y el alcohol y escuchando sus lamentos, para luego llegar a casa y verte hablando con tu amiga y ver lo feliz que era ella. Cómo no iba a culparla.
—Y yo, Leo, qué culpa podía tener yo. Claro que sabía que trabajabas, pero ni siquiera tuviste la confianza de decirme en qué. Qué culpa tengo yo de los problemas de tu amigo o de los errores de mi amiga. Mi único error fue quererte —se me empieza a quebrar la voz—. Quererte como te quería, esperarte despierta por las noches, preocupada sin saber dónde estabas o con quién, haciendo qué. Y marcharme con la esperanza de que fueras detrás de mí, pidiéndome que volviera. Porque así de estúpida fui. Tres años, Leo, tres años sin saber de ti, sin un mensaje, una llamada o nada, solo escuchando noticias por aquí y por allá y de tu éxito y de tu carrera como mujeriego, y ahora vienes aquí y te apareces de la nada queriendo ser mi caballero con brillante armadura. Que te den, jódete, Leo, vete a la mierda, pero vete lejos de mí. 

Me tomo el último trago e intento ponerme de pie, pero mi salida triunfal se ve interrumpida por mis piernas que no quieren responder. Estoy a punto de caerme cuando Leo me sujeta en sus brazos y me carga. Empiezo a patalear y a gritar para que me baje.

—Solo déjame llevarte, no estás en condiciones de irte sola.
Me saca del local y tomamos un taxi. El silencio es incómodo, nadie dice nada y yo me estoy empezando a cansar. Los ojos se me cierran solos, Leo toma mi cabeza y la pone sobre su hombro.
—No te resistas y descansa, ya casi llegamos.

Cierro los ojos unos minutos y lo escucho hablar.

—Lo siento, Isy. Tienes razón para estar enojada, lamento haberte hecho daño. Te prometo nunca más dejarte sola y a partir de ahora viviré para recompensar todo lo malo que te hice, solo permíteme estar a tu lado. Te amo, ricitos.
Y su estúpido apodo fue lo último que escuché antes de quedarme profundamente dormida.

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