Capítulo 22: Mentiras

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Jenny

Toco el timbre por tercera vez y estoy comenzando a sospechar que mi madre no está, aunque me resulta extraño, pues ella nunca sale los domingos. Decido llamar al móvil antes de alejarme, el sonido lejano de un móvil me hace pegar mi oreja a la puerta.

—Mamá, sé que estás ahí. Por favor, abre la puerta.

Pasados algunos minutos, la puerta principal del que fue mi hogar se abrió, dejando ver una versión deteriorada de mi madre. Llevaba puesto un pijama de pantalón largo rosa, su cabello no estaba como lo recordaba, las canas blancas reinaban en su cabellera y unas bolsas grises debajo de sus ojos me decían que llevaba tiempo sin dormir.

—Hola, cariño —saludó mientras abría la puerta y me indicaba que entrara.
—¿Se puede saber qué pasa, mamá? ¿Por qué no contestas mis llamadas? ¿Por qué me ignoras? Creí que estarías feliz de que volviera.
—Jenny, cariño, siéntate, necesitamos hablar. A ver, por dónde empiezo… —suspiró profundo, colocó un mechón de cabello detrás de su oreja y me miró a los ojos. Algo dentro de mí me dijo que no me iba a gustar lo que estaba a punto de escuchar—. Lo que te voy a contar no es algo de lo que me sienta orgullosa. En ese momento era joven y estúpida, muy estúpida. Yo quise mucho a tu padre, ¿sabes? Desde el primer momento que lo vi supe que él era el hombre de mi vida, pero en ese entonces éramos muy jóvenes.

»Yo ya tenía a tu hermana, producto de una mala decisión, y cuando conocí a Blake mi mundo no tenía color, giraba en torno a pañales y biberones. Él me mostró un mundo nuevo de motos, carreras, cargado de adrenalina y en ese momento amé su mundo y quedé deslumbrada. Durante un tiempo fue suficiente, pero tu hermana comenzaba a crecer y me necesitaba a su lado y tu abuela ya no la quería cuidar, así que me fui alejando de todo aquello y mi relación con Blake se comenzó a enfriar. Nunca estaba en casa y el ambiente de alcohol y drogas no era lo que quería para mi hija, así que siempre discutíamos y él se pasaba días sin volver. 

»En ese tiempo, él tenía un amigo que frecuentaba la casa y siempre estaban juntos. Una noche, después de una pelea, le dije que no quería seguir con él, que escogiera entre ese mundo o yo. Él dijo que ese era todo el mundo que conocía y que no lo podía dejar, así que se fue. Yo me quedé muy mal y con el corazón roto. Su amigo vino buscándolo horas más tarde y me encontró llorando, nos pusimos a conversar, bebimos unas copas y una cosa llevo a la otra y terminamos en la cama. Cuando nos dimos cuenta de la estupidez que habíamos hecho, prometimos que no volvería a pasar y decidimos olvidarlo.
»Tu padre regresó y me prometió que cambiaría y un mes más tarde me enteré de que estaba embarazada. Tu padre estaba tan contento, que se alejó completamente de las carreras y se dedicó completamente a la familia. Yo nunca tuve el valor de contarle lo que pasó y, cuando su amigo se enteró de que estaba embarazada, vino a preguntarme si era suyo, pero yo lo negué y juré que llevaría a la tumba mi secreto. Pero unas semanas antes de que te marcharas de la ciudad a seguir tus sueños me encontré con el amigo de tu padre, estuvimos conversando, me preguntó por mis hijas y por Blake. Le conté que murió y le dije tu nombre y fue el peor error que cometí, porque una semana después vino con un análisis de ADN que confirmaba que tú eras su hija, pero como te ibas de la ciudad me juró que no diría nada, a menos que regresaras. Y así fue hasta que decidiste volver, por eso no quería verte, porque sabía que tendría que contarte la verdad y no estaba preparada para hacerlo. 

—¿Quién es? —fueron las únicas palabras que logré pronunciar a través del nudo en mi garganta.
—Cariño, necesito que comprendas…
No le permití seguir hablando y la interrumpí.
—¿Qué tengo que entender? ¿Que eres una zorra, que traicionaste a mi papá, que me has mentido toda mi vida, que mi padre murió sin conocer el verdadero tipo de persona que eres?
—Jenny, por favor —espesas lágrimas rodaban por sus mejillas.
—Dime de una maldita vez quién es.
—Dylan, su nombre es Dylan.

Y ahí todo cobró sentido. Cómo había cambiado el comportamiento de Dylan, sus miradas ya no eran de deseo, sino de cariño, por eso la preocupación. Me puse de pie como un resorte y, sin decir nada más, salí de aquel nido de mentiras. Monté en el coche y me dirigí a ver a Dylan.

Él no era mi padre, mi padre me había enseñado a montar en bicicleta, a montar en moto, mi padre era bueno, amable, cariñoso, no un borracho inestable, y mi padre ya no estaba, mi padre estaba muerto.

Abrí la puerta del coche y me senté, golpeé el volante con frustración y fui a ver a mi donante de esperma. Cuando llegué al bar, todo estaba igual que siempre. Los custodios me saludaron al entrar y me dijeron que Dylan estaba en la oficina. Entré sin tocar la puerta. Él frunció el ceño ante mi acción, pero al ver que era yo se relajó notablemente.

—Jenny, ¿qué te trae por aquí?
—Me mentiste.
—No sé a qué te refieres.
—No finjas, ya lo sé todo. Sé que te acostaste con mi madre, sé que soy tu hija y sé que la obligaste a contarme. ¿Desde cuándo, Dylan? ¿Desde cuándo lo sabes y me mientes?
—Creo que algo dentro de mí siempre lo supo y por eso me resultabas tan atrayente. Al principio pensaba que era físicamente, porque eres una chica hermosa, pero no, no era sexualmente, eran deseos de ayudarte y protegerte. Cuando empezaste a salir con Dani le hablaste de tu padre y él me lo contó, inmediatamente supe quién eras, así que busqué a tu madre, con la esperanza de que me dijera la verdad y confirmara mis dudas, pero ella lo siguió negando. Así que un día que viniste tomé un vaso de donde habías bebido y realicé una prueba de ADN y mis sospechas fueron confirmadas. Quería decirte, hablar contigo, pero tenía miedo de que me odiaras, así que acepté dejarte ir sin contarte nada para que te fueras feliz. Pero ya no aguantaba más, no soporto verte y no poder desahogarme y contarte todo, así que le exigí a tu madre que lo hiciera. Jenny, eres mi hija, mi única hija y lo que quiero es que recuperemos el tiempo perdido. Por favor, dame una oportunidad.
—Llevan mintiéndome años y ahora los dos piden perdón. Quieres una oportunidad, quieres ser mi padre…, pues llegas muchísimos años tarde, yo ya tuve un padre y no creo que puedas superarlo.
—No pretendo superarlo, solo quiero…
—No me interesa lo que quieras, me voy y no te molestes en llamarme, necesito estar sola. 

Hay momentos en la vida en los que las emociones te sobrecargan y todo lo que guardaste dentro de ti termina saliendo. Dicen que llorar te relaja, te quitas cargas. A mí nunca me gustó llorar, al menos no por lo que llora la mayoría, yo solo lloro cuando leo o veo la televisión. Así que ahí iba yo, manejando un Porsche a trescientos kilómetros por hora con un nudo en la garganta y aguantando las lágrimas que amenazaban con salir.

Porque para mí la forma de liberarme no era llorar, yo necesitaba más, necesitaba adrenalina, sentir el motor acelerar, las gomas quemándose en el asfalto; porque solo en ese momento me sentía libre, solo ahí podía olvidarlo todo y concentrarme en comerme la carretera y, así sin pensarlo ni planificarlo, terminé en el mejor lugar para ahogar mis penas. En el bar de la playa, cerca de la pista de carreras, donde por primera vez le dije a Dani que lo quería, donde fui sincera. Donde fui feliz.


Amor Sobre Ruedas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora