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Después de salir de la escuela, mis amigas y yo fuimos por un helado antes de llegar al hotel y comenzar con nuestros trabajos y tareas, estamos por entrar en semana de vacaciones y están muy cerca los exámenes.

Me sentía un poco aburrida luego de hacer tantas tareas y decidí ir al parque que estaba cerca del edificio a respirar un poco de aire fresco, lo necesitaba urgente.

Antes de cruzar la calle un carro grande se atravesó en mi camino casi atropellandome, di un brinco muy asustada hacia atrás casi di al piso. De pronto el vidrio ahumado bajó y pude ver el rostro muy enojado de chris. No puedo creerlo.

—¿¡QUÉ DEMONIOS PASA CONTIGO!?— le grité.

—Sube— se le notaba una vena en el cuello.

—¿¡QUIERES ACABAR CONMIGO!?— yo estaba muy enojada y asustada como para hacerle caso.

—No quiero ser grosero contigo, ángeles.— su voz desprendía enojo puro.

—No iré contigo a ningún sitio mientras estés en ese estado— le señale.

De pronto vi sus intenciones de bajar y lo que menos quería ahora era un show, suficiente con que algunas personas nos estaban observando. Agarré la manilla y tire de ella para abrir la puerta y así entrar, ya dentro me coloqué el cinturón de seguridad y lo mire fijamente, ignorando por completo mi mirada aceleró y condujo como un loco por las calles.

—¿Dónde vamos, christopher?— titubeé muy asustada.

Freno en un semaforo y note lo fuerte que apretaba el volante, sus nudillos estaban por ponerse blancos. —voy a matarte y tirarte a un río— murmuró con la mandíbula apretada.

La luz verde se presentó al instante y sentí la adrenalina correr por mi cuerpo, íbamos por una carretera con bosque en ambos lados pero conocía el lugar. —Si me muero yo, te mueres tu conmigo.— me miro con confusión y luego todo sucedió de repente.

Tomé el volante y traté de girarlo a mi lado pero chris fue más ágil y desvió mi mano a su pierna apretandola con mucha fuerza, sus ojos estaban muy abiertos y luego lo vi estacionar a un lado de la carretera.

—¡¿ESTÁS LOCA?! ¡¿QUÉ RAYOS PASA CONTIGO, CHICA?!— gritaba muy asustado. Luego de unos minutos en silencio comencé a reír y me miró perplejo.

—¿Creíste que el único loco aquí eras tú?— sonaba muy cínica —yo dejé de valorar mi vida hace mucho, no juegues conmigo— le señale mientras hablaba muy en serio, se veía cada vez más aterrado y decidió salir del auto. Solté una carcajada.

Baje el vidrio de mi lado. —Estás muy loca, ángeles. No vuelvas hacer eso nunca— aún le costaba respirar. Yo seguía riéndome.

—No vuelvas amenazarme con matarme porque no me va a importar llevarte conmigo, chiquito— le tiré un beso al aire.

—Eso no es gracioso, Sofía.— me señaló.

Y aquí es donde se desata mi furia, abro la puerta de golpe bajandome del auto y caminando en dirección a chris quien no estaba tan lejos viéndome ceñudo. —¿como acabas de llamarme?— mi voz sonó más seria de lo que creí.

Su rostro se tensó y luego cerró los ojos. Sabía que la había cagado. —Lo siento, yo...— le interrumpí.

—¿De dónde sabes ese nombre? Y si sabes sobre él, también sabrás que lo odio como no tienes idea— estaba furiosa, mucho.

—Solo sube ángeles— su tono fue cansado —nos están esperando— sin más camino hacia su lugar.

Aquí es donde todo el show se termina y quedo sin palabras y bastante confundida. —¿Cómo?— volví a entrar —¿quién nos espera?— continuó conduciendo. No contestó —christopher— nada. —Christopher Bryan Vélez Muñoz.

El estruendoso sonido de llantas frenando de repente hizo que mis oídos dolieran, y mi cuerpo, casi saliera de su lugar al no tener puesto el cinturón de seguridad. —¿Cómo sabes mi nombre?— su rostro estaba serio. Frío. Nuevamente.

—No respondes mis preguntas, no respondo las tuyas.— cerré los ojos y me acomode en el sillón —Así de fácil.

—Juro que estoy tratando de controlarme contigo, Sofía.— abrí mis ojos de golpe.

—Vuelves a llamarme así y lo vas a lamentar— dije, furiosa entre dientes.

—Y ¿Qué piensas hacerme?— su cuerpo se giró en mi dirección, lentamente se fue acercando hasta que su nariz casi rozaba con la mía.

—¿Qué estás haciendo?— susurre. Él estaba demasiado cerca de mí y eso no me gustaba.

—Responde la puta pregunta— su voz era severa y destellaba un poco de enojo.

¿Que fue lo peor de todo? Que el tontito que usó y la manera en que lo dijo, me gustó.

Sí.

Pueden juzgarme si quieren, pero eso, despertó algo en mí que causó un cosquilleo en mi estómago y que me pusiera más nerviosa de lo que ya estaba.

No me había puesto a ver lo lindo que era christopher, ojos color miel que aveces daban la impresión de tener un toque de verde, se le veía la piel como si fuera de porcelana, labios muy rosados con forma de medio corazón, tan apetecibles... Seguro tienen un sabor delicioso, quizás sabían a fresa, o piña, o...

—¿Quieres que te bese?— susurró casi inaudible.

Su pregunta me dejó perpleja. —¿Qué?— solté en un aliento.

Su cuerpo se movió más hacia mí y sentí que iba a besarme, incluso, estaba por abrir los labios cuando se alejó de repente y sonrió con egocentrismo. —En otro momento, bonita— guiño un ojo y siguió manejando.

Estábamos por llegar, cuando por la montaña donde se veía de lejos la pequeña casilla y frente a ella dos autos color negro, nerviosa me gire a chris quien estaba tenso y se veía algo preocupado.

—¡Mierda!— giro el volante y siguió montaña arriba por la carretera.

—Christopher...— tenía un muy mal presentimiento —¿qué está pasando?— murmure con miedo.

—¿Recuerdas la otra cabaña de la que te hablé la primera vez que vinimos aquí?

—Sí— contesté de inmediato.

—Bueno, iremos allí y te quedarás dentro— me miro serio —y no saldrás ni aunque escuches algún extraño ruido.

—Pero chris...— iba a refutarle pero me fijé en los grandes portones negros frente a mí.

Al abrirse pude ver una gran cabaña de dos pisos de una madera muy bonita y grandes ventanales. Era esas típicas cabañas modernas que salen en las películas.

—Entra y tranca todas las puertas que estén abiertas— me ofreció un manojo de llaves —y por lo que más quieras, no te asomes por las ventanas.

Y bueno, creo que no se sabe cuán necia y terca puedo ser cuando me lo propongo. Aveces soy demasiado testaruda para mi propio bien y debería cambiar ese maldito hábito.

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