Veintinueve: Donde tú no me veas.

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A través de mi vida tiembla sin sollozo,
sin lamento, un profundo dolor.
La sangrante nieve pura de mis sueños
alimento es de mis días más callados.
Pero a menudo la gran pregunta cruza
mi camino. Me haré pequeño y frío
y pasaré como por sobre un mar,
cuya marea no me atrevo a medir.
Después, desciende de mi pena una tan turbia
como el gris sin brillo de las noches de verano
que una estrella centelleante atraviesa —alguna vez—.
Mis manos buscan el amor
que no puede hallar mi ardiente boca,
y quisiera en voz bien alta rezar.

· · ·

SeokJin regresa a casa con manos temblorosas y una respiración incontrolable, las llaves chocan entre sí, enredadas en sus dedos y tintineando al ser inconscientemente movidas. Una vez dentro, SeokJin les permite descansar sobre el mármol de la cocina. Sus manos, antes ocupadas, ahora se esfuerzan por sostener a su dueño en el acero del lavaplatos, el hombre respira con pesadez, son bocanadas breves y rápidas, una después de la otra, hiperventilándolo, su pecho sube y luego baja, siente que la temperatura de su cuerpo aumenta y que está pronto a sentir unas gotas de sudor recorriendo su cuello.

Se obliga a recuperar la compostura, lo hace con una inhalación bruta, una que a su vez le endereza la columna. Su diestra vaga hacia el grifo, abriendo la llave sin duda y empapando ambas palmas, juntas y curvas, para que contengan el líquido, se dice a sí mismo que solo requiere de ser refrescado un instante para escapar de esta emoción extraña que controla su cuerpo, y se engaña con que es así cuando pausa ya sumergido, lo repite, dejando que el agua dibuje caminos en sus antebrazos y se desprenda hacia el piso, mojándolo en círculos pequeños. 

Está seguro de que ha pasado, sin embargo, cuando toma un aire que llena sus pulmones, SeokJin no se siente más ligero, sino que agregó unos kilos a su peso, unos que sus débiles piernas no son capaces de aguantar ahora. Vuelve a apoyarse de los bordes, absorbiendo por la boca y cerrando los ojos, niega con la cabeza. Cargar consigo mismo es un esfuerzo extra, pero eventualmente lo logra, así consigue sacarse el móvil del bolsillo y recordarse las opciones que tiene para llevar a cabo su decisión: renunciar a su empleo. Escribe lo más sincero y arrepentido que se le viene a la cabeza, puede que mal redactado e inconcluso en cuanto a motivos, pero no podría interesarle menos. Lo envía, sin ánimos por recibir respuesta, es lo mejor que puede pensar, en caso de que esté haciéndolo.

Lo ha terminado, es todo, es la única preocupación que quedaba y ya no hay nada que deba pensar ni nada de lo que arrepentirse, él está bien, las cosas están bien y se sacó cada peso que podría tener a futuro, es imposible que los días se compliquen luego de esto.

No lo hacen, o de momento eso supone, la mente de SeokJin es mejor descrita como un libro de hojas en blanco, el viento las lee, pero ellas no le susurran nada, el hombre actúa por instinto, dejándose llevar y moviendo sus extremidades cual marioneta, la voz que sale de su garganta es la suya, pero no cree ser él quien habla, no cree ser él quien se pasea de un lugar a otro, quien saluda y da las cordiales gracias cuando de tienda en tienda busca un nuevo lugar al que ir como distracción.

Los días son interminables, las salidas son tediosas y la búsqueda de empleo tarda más de lo que su forzado optimismo esperaba. SeokJin ocupa ansioso un sofá en su salita y espera todas las tarde que el teléfono suene, que un número desconocido llame para informar lo que quiere. Por fin, lo hace, es el dueño de un lugar que SeokJin recuerda, vio el cartel en la puerta que pedía un trabajador de tiempo completo, pero no lo recuerda por eso, sino porque le pareció lindo y acogedor, también porque le queda en exceso lejos, lo que garantiza no toparse con algún inoportuno conocido.

Incidente. | JinKook.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora