8. De regreso al origen

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30 de Diciembre. Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid - Barajas.

Las manos formaron un cuenco por segunda vez, llenándose de agua que rápidamente fue aplicada sobre un rostro cansado que apenas había pegado los ojos durante todo el transcurso de un agotador y tenso vuelo.

En realidad, el viaje en avión se había presentado plácido y sin demasiadas turbulencias destacables, pero la tensión que almacenaba el cuerpo de Defteros se debía a un sinfín de pensamientos y temores que no dejaron de acecharle la mente desde el preciso instante que se había despedido de Sasha con una terrible sensación de abandono envenenándole por dentro.

¿Cómo procedería una vez llegara a Atenas? ¿Cómo daría con Saga y Kanon? ¿Cómo se presentaría? ¿Qué les diría?

Qué les diría...

Ésta era la cuestión que había conseguido arrebatarle cualquier mínima posibilidad de distraerse con las películas ofrecidas o dormirse de aburrimiento. Ésta era la pregunta que veía inscrita en su mirada remojada, cansada y enrojecida que le era devuelta por el vasto espejo desplegado ante sí. La hora actual de Madrid rondaba las once de la noche del día 30 de diciembre, y el reloj que adornaba su muñeca le recordaba que Sasha aún estaba viviendo de lleno un día al que él le había robado unas cuántas horas de vida.

A sus espaldas desfilaban varios hombres que acudían a saciar sus urgencias más básicas y algún que otro individuo también cedía a la necesidad de refrescarse el anquilosamiento de espíritu con copiosas dosis de agua. Incluso hubo alguien que le ofreció un formal saludo cuando se personó a su lado para secarse las manos con el dispositivo preparado para ello, consiguiendo que Defteros dejara de ver tantas incógnitas asentadas sobre su reflejo, que también saludara en respuesta y que decidiera acercarse a una de las varias cafeterías sin procurarse un adecuado secado de rostro y manos. La parte inferior de la camisa medio secó su rostros y los jeans fueron su toalla accidental para las manos una vez hubo recuperado la pequeña mochila dejada en el suelo, entre sus piernas, para colgársela de un solo hombro y avanzar con toda la dignidad que sus agarrotados músculos le permitían.

En Madrid transcurría una buena hora par dar cuenta de algo parecido a una cena, pero a Defteros le apeteció repetir desayuno. No tenía mucha hambre, de modo que mientras avanzaba lentamente, respetando la fila y deslizando la bandeja aún vacía sobre los raíles metálicos dispuestos para tal uso, tomó un par de pequeños bocadillos rellenos del típico jamón crudo español y ordenó un zumo de naranja natural que acompañaría con un pequeño e intenso café solo, bendiciéndolo como si la ofrenda a un dios se tratara después de haber tenido que acostumbrarse durante años a sucedáneos que apenas conseguían replicar el fuerte y amargo sabor que recordaba su lejana juventud. Pagó con unos billetes nuevos para él, y al recibir el cambio necesitó ceder a la infantil tentación de observar las monedas asentadas en su mano, buscando entre sus diseños alguna que ya le acercara a Grecia. No tuvo suerte. Suspiró resignación y guardó dentro del bolsillo de sus jeans una pequeña colección de euros acuñados en la misma España, uno de Francia, otro de Italia, y ninguno procedente de algún compatriota suyo.

Tomó asiento en el lugar más apartado y temporalmente solitario que halló, deseando para sus adentros que a nadie se le ocurriera ocupar el espacio contiguo, o lo que sería peor, aprovechar los tres asientos libres que yacían a su alrededor.

Cinco horas estaría perdido en tierra de nadie. Cinco horas que no podía aprovechar distrayéndose en las calles de una ciudad que no dormía, pero que tampoco ofrecía un plan alternativo para alguien que se consideraba viejo y cansado. Entre bocado y bocado, sorbo de zumo y degustación de café aeroportuario, exquisito para sus sentidos añorados, avistó la hora de su reloj. Sasha estaría viviendo sus sies de la tarde en ese momento, y las ganas de perpetrar una llamada para escuchar su voz se presentaron de improviso. Pero en Massachusetts eran las seis de la tarde, y el turno de Lisa, la gentil enfermera y cercana confidente, aún tardaría un tiempo en dar comienzo. Quizás antes de embarcar en el definitivo vuelo podría intentarlo. Llamar al centro hospitalario y hablar con Lisa, tranquilizarse sabiendo que Sasha estaba bien, o dejándose engañar por esa joven voz que le había prometido cuidar de ella como si su propia madre fuera.

Duelo Legal IV: Justos por PecadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora