Piso de Marin.
- Aquí tienes la mochila del colegio...
- Ya lo sé. Me lo dijiste ayer.
- Y hazle el almuerzo que se lleva al cole como toca. Nada de porquerías. Y asegúrate que se tome todos los cereales. Ya sabes que muchas veces se entretiene jugando y luego no hay tiempo para hacerle desayunar bien.
- Todo ésto ya lo sé, Marin. No hace falta que me lo repitas a cada segundo.
Aioria estaba todavía vestido con los pantalones del pijama y una camiseta vieja de la indumentaria del ejército del aire que usaba únicamente para dormir. Hacía unos minutos que había decidido alejarse del rango de acción de su esposa a riesgos de ser arrollado sin miramientos en cualquier momento, y vista la situación, se cruzó de brazos y se apoyó contra el respaldo del sofá, asumiendo el rol de simple espectador sin mucho derecho a voz. Por mucho que intentara hacer comprender a Marin que las instrucciones a seguir con el renacuajo de la casa, el cuál también era hijo suyo y no un extraño del vecindario, ya le habían quedado más que claras la noche anterior.
- ¿Estás seguro que tu hermano se acordará de ir a buscar a Regulus cuando se acaben las clases?
- Claro que sí, pero si tanto te angustia ya se lo recordaré.- Suspiró Aioria, resignado pero macerando un creciente ardor interno ante tanta reiteración de pautas y tantas dudas sin sentido.
Marin apenas había tomado la mitad de su café con leche, y lo poco que se había dignado a saborear fue de pie y sin saber apenas qué se tomaba. Tampoco había dormido mucho por la noche, tal y como lo delataban las ojeras que lucía Aioria y los bostezos que luchaba para tragarse con toda la discreción que podía, presentándose como la primera víctima colateral directa de los nervios que asaltaban a la joven abogada.
- A ver...¿qué más?- Se auto-preguntó Marin, quedándose milagrosamente quieta en medio del salón por un corto instante.- ¡Ah, sí! Debería preparar una muda por si sale hecho un desastre del cole, así Aioros podrá cambiarle de ropas y - Marin...- y quizás poner un pijama también, por si el asunto se alarga más de la cuenta y - Maaaarin...- al final se tiene que quedar a dormir en casa de Aioros o de tus padres, aunque quizás_
- ¡Marin! - Aioria tuvo que agarrar a su esposa del brazo para conseguir que dejara de hablar, o como mínimo, para apaciguarle las idas y venidas y hacerse escuchar él.- ¿Quieres estarte quieta y callada por un momento, por favor?
- Sí, pero espera, que todavía_- Dijo ella, tratando de zafarse del agarre para seguir sumida en su propia vorágine de creciente histerismo.
- ¡Marin, por dios! - Exclamó Aioria al fin, muy a su pesar endureciendo su voz.- Regulus ya no es un bebé que tenga que viajar con mudas a cuestas. Y si se ensucia en el cole no pasa nada, es un crío. Debe ensuciarse, y yo me preocuparía en el caso que no lo hiciera.
Marin se quedó muda y estupefacta ante el clamor de autoridad que su marido se había visto empujado a enarbolar. No era habitual descubrir a Aioria enfadado, pero la frunción de sus cejas relataba a la joven abogada que si persistía en ese comportamiento que tentaba el desquicie incluso de las paredes, el león que yacía bajo su piel no demoraría mucho en rugir, y en hacerlo de verdad.
- Lo siento, Aioria, pero es que estoy un poco inquieta por el día que tenemos que afrontar, y me sabe mal dejarte solo con Regulus, y siento que hay detalles que no he previsto y...y...
Marin desvió la mirada a la vez que exhalaba un accidentado suspiro y una de sus manos iba hacia sus cabellos, peinándolos en un vano intento de acomodar las rebeldes y cobrizas ondulaciones que enmarcaban su tez. Aioria aflojó el agarre al que sometía su brazo solo para posar ambas manos sobre sus hombros y atraerla un poco más hacia él, que seguía apoyado contra la parte trasera del sofá.