31. Punto de encuentro de los hermanos

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El Fiscal siempre llevaba consigo un estuche que contenía algunos pequeños objetos prestos para la higiene personal.

Saga dejó su maletín sobre el mármol que albergaba varios lavamanos, previa inspección que no existiera ningún charco que contribuyera a mancillar la cara y oscura piel de su inseparable alforja de trabajo. Sustrajo dicho estuche de uno de los compartimentos externos, y de sus entrañas, un tubo de dentífrico a medio gastar y un cepillo de dientes típico de viaje. La pasta con fresco sabor mentolado fue asentada sobre las cerdas del cepillo, y el posterior cepillado no se hizo esperar. Enérgico y concienzudo, tal y como se mostraba el fruncido ceño que el Fiscal avistaba reflejado sobre el extenso espejo que replicaba cada uno de sus rutinarios gestos. La lengua también sufrió un exhaustivo barrido, propinado con tanto ahínco que una creciente náusea le indicó que la presión empleada ya había sido más que suficiente. Saga escupió la amalgama resultante de la limpieza con la naturalidad que le ofrecía el saberse solo en esa zona destinada a acciones íntimas y privadas, y después de accionar el temporizado grifo, se olvidó del cepillo para hacer cuenco con ambas manos y llevarse el agua a los labios para el necesario enjuague bucal. Las gotas de agua se escurrían por su mentón, muriendo directamente a los alrededores del sumidero, y alargando la mano consiguió un paño de papel directamente del dispensador y se secó el rostro con suavidad, intentando no arrancarle a su piel más rojeces de las que le había dejado como recuerdo el exhaustivo afeitado que había llevado a cabo en su casa. Arrugado el papel y desechado en una papelera aún vacía, Saga enjuagó el cepillo, lo sacudió para despojarlo de gotas de agua y lo guardó en el estuche junto con el tubo de dentífrico. Una peculiar y arraigada manía casera hizo que con la ayuda de la mano limpiara las restos consecuentes de su higiene estampados por toda la pica, y para finalizar, volvió a tomar otro paño para secarse definitivamente ambas manos.

No pudo ni quiso evitar tomarse unos segundos de reflexión, enfrentándose al espejo y aprovechando el momento para acomodar por última vez algún que otro mechón alzado en resistencia contra la gomina que procuraba domar su largo cabello azulado.

La última vez que se había enfrentado a ese mismo espejo lo había hecho acompañado de Kanon, quién con amargura le invitó a descubrir sobre la reflectante superficie el rostro menos amable del que había sido su padre. Se parecían físicamente, nadie podía negarlo. Y ese detalle, a él no le molestaba. Estaba orgulloso de ser hijo de quién era, y clavando su verde mirada más allá de su propia imagen, un sentido rezo acudió a sus labios.

- Papá...donde quiera que estés...ayúdame, por favor. Hoy te lo pido más que nunca...Ayúdame a obrar como corresponde, como tú y yo sabemos que la verdadera justicia se merece. La que en alguna ocasión ambos hemos ensuciado para proteger lo que nos es amado...

La plegaria se silenció en el mismo instante que la puerta de acceso a los aseos se abrió de sopetón, facilitando el paso a alguien que esa mañana le inspiraba las mismas ganas de extrangular que había tentando la buena consejera fe del Juez Dohko.

- ¡Saga! No esperaba encontrarte aquí...

Kanon hizo aparición perfectamente ataviado con unas ropas que Saga ya daba por perdidas desde hacía semanas, y la tranquilidad que le supuso al Fiscal saber que su gemelo no llegaría tarde a la cita con la justicia se mezcló peligrosamente con la acidez que escalaba su garganta, recordándole que esa cintura lucía un cinturón que no había optenido ningún permiso para mudarse de cuerpo.

Al parecer, el menor tenía prisa para alcanzar uno de los excusados, y así lo hizo, pasando de la mirada reprobatoria que le lanzaba Saga a través del espejo que ahora también retrataba toda la retaguardia del abogado defensor.

- Los nervios me hacen mear que no veas...- Dijo Kanon, pasando olímpicamente del tenso silencio que le brindaba Saga.- Y tampoco es que haya bebido tanto...Un café en casa, dos aguachirri de ésas que salen de la máquina en la cárcel...y ya está...- Continuó, acompañando sus últimas palabras con el rasposo sonido de la cremallera de la bragueta al ser subida de un tirón.

Duelo Legal IV: Justos por PecadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora