27. Víspera del juicio

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Último atardecer antes del juicio.

Piso de Saga.

El día no había tenido suficientes horas para ofrecer, y las regaladas por norma se habían exprimido con una intensidad que había agotado el cuerpo y la mente de todos aquellos que de alguna forma u otra estaban implicados en un juicio que ya no podía esperar más. Apenas unas doce horas quedaban para escuchar el pistoletazo de salida por parte del Juez Dohko, y ya no había marcha atrás. No importaba la existencia de planes o el vacío total de ellos. El temple o los nervios. La verdad o la incetridumbre de poder llegar a ella. Solo valía alcanzar la justicia, pero ésta se intuía con unas alas demasiado ágiles, largas y ligeras.

No sería un juicio fácil. Y ni mucho menos ortodoxo. Todos lo sabían, aunque nadie se atreviera a poner voz a esa sensación que vibraba bajo la piel.

Saga había llegado a casa luciendo un semblante agotado y ojeroso. Su mente hervía en exceso, y como siempre antes de iniciar cualquier juicio, el piso debía quedar para su entera disposición al menos durante unas pocas horas que el Fiscal invertía en una necesaria relajación. Shaka lo sabía desde hacía tiempo, de modo que nunca era preciso pedirle intimidad; él ya se ocupaba de no estar en casa hasta bien entrada la noche. Su elección seguramente había sido quedarse con Mu después de su jornada laboral, e ir a cenar algo sencillo por el centro, haciendo honor al lazo de amistad que les había unido desde que se conocieran como estudiantes de Medicina en la Universidad.

Defteros tampoco estaba, detalle que sorprendió a Saga, pero que agradeció inmensamente. Era más que probable que el forense hubiera informado al mayor de los Samaras de las manías que Saga cultivaba antes de los juicios, sirviéndose de su natural discreción y sanos ánimos de facilitar la convivencia.

Suspiró hondo, llenándose los pulmones con el aroma de su necesaria soledad y se olvidó del maletín que contenía toda la información recuadada durante los últimos días. No había nada más que pensar, analizar o desentrallar. Para él, la suerte ya estaba echada. Todo lo que no se les hubiera ocurrido hasta entonces no iba a aparecer como arte de magia en las horas que agonizaban antes de afrontar la realidad de otro proceso de naturaleza tan singular, y había llegado su momento.

El ritual de despresurización del actual Fiscal General de Antenas aguardaba en dar comienzo. Porque a fin de cuentas, Saga era tan humano como todos los seres que le rodeaban. Su apariencia fría y ambiciosa escondía un alma bajo el caparazón de altivez y éxito con el que se cubría, y como todo ser que posee vellos capaces de erizarse, no podía combatir un nuevo amanecer sin rendirse a los efectos sedantes de su rito más íntimo y privado.

El primer destino elegido fue su dormitorio, donde se descalzó los pies para enfundarlos en un calzado más doméstico y cómodo. Bien podía elegir caminar descalzo, pero este gusto era más de Shaka que de él. Seguidamente se despojó de la camisa y se cubrió el cuerpo con una sudadera deportiva, recordándose a sí mismo que en cuanto todo hubiese finalizado y el cardiólogo le diera permiso debía comenzar a retomar sus rutinas atléticas matinales.

La siguiente parada fue el gran vestidor que guardaba toda la colección de lujosos trajes que reservaba para lucirse frente al estrado, y después de despachar una rápida ojeada eligió el que se iba a vestir la mañana siguiente. Los pantalones oscuros fueron colocados, con cuidado de no arrugarlos, en el perchero que siempre descansaba en un rincón de la habitación. La americana a conjunto no tardó en acompañarlos y la camisa blanca que también recibió la suerte de su elección fue colgada en la manija de una de las puertas del armario contiguo. Ahora solo le quedaba discernir qué corbata era la más indicada, y sus ojos toparon con una de intenso y brillante color verde marino que, sin saberlo o sin querer ser consciente de ello, le conjuntaba a la perfección con su mirada.

Duelo Legal IV: Justos por PecadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora