30 de Diciembre.
En la Avenida Ermou de Atenas...
Rhadamanthys andaba con aire distraído por la calle peatonal más concurrida de la ciudad. Sus pasos pisaban los adoquines sin mantener ningún rumbo predefinido, y su ambarina mirada se iba fijando en el sinfín de comercios que se desplegaban a su alrededor. La mayoría de los transeúntes caminaban arriba y abajo con las típicas prisas que asaltan a todas las mentes descuidadas cuando el tiempo de adquirir presentes y regalos para los seres queridos para celebrar la despedida del año comienza a agonizar en el calendario, y el inglés irremediablemente se hallaba atrapado en la misma espiral de consumismo que afectaba a gran parte de la población. O quizás era el aburrimiento que le consumía el que había decidido esa escapada comercial por él.
El Wyvern estaba aburrido, no lo podía negar. Tener el local clausurado por orden expresa del Fiscal, siendo éste convertido en temporal centro de operaciones legales y de investigación, contribuía con una eficacia detestable a ensalzar el estado del "no saber qué hacer" con el que el rubio y serio inglés no era capaz de lidiar. Kanon se había ido del apartamento antes que el reloj marcara las fatídicas ocho de la mañana, dejándole a él con plena disposición de la cama para poder seguir saboreándola a gusto, pero el indiscreto portazo que el gemelo menor despachó con su marcha hacia el encuentro de Saga en los Juzgados, le había arrebatado el sueño de golpe. Cierto es que había estado haciéndose el remolón durante un largo rato, hasta que el tedio y las cálidas sábanas consiguieron hacérsele demasiado pesadas. Rhadamanthys se levantó con su mañanero mal humor a cuestas, se preparó un café aguado sin tener que soportar las burlas de Kanon sobre su poco arte con la cafetera doméstica y decidió seguir poniendo orden a su nueva vida sin el engorro que suponía tener a Kanon y su dejadez de orden revoloteando por doquier. Acabó de reestructurar el armario a su gusto, ubicó sus libros y Cds dónde le vino en gana y finalmente optó por regalarse una larga ducha que consiguió despertarle del todo al nuevo día. Un día que se le presentaría extremadamente largo y sin quehaceres empresariales que atender, rindiéndose como todo preciado mortal víctima de las fiestas de conclusión de año al consumismo que tanto detestaba, pero que ese día en el que Kanon supuestamente trabajaba en el caso le ayudaría a pasar las horas fuera de casa. Acercarse al centro con la ayuda de su gran motocicleta fue la opción elegida, estacionándola cerca de las calles centrales para poder recorrerlas a pie. Con calma y con tiempo de pensar en qué podía regalar a Kanon para festejar la entrada al año nuevo.
No necesitó dar demasiadas vueltas de mente para decidirse. La opción estaba clara, tanto como que Kanon solo tenía una camisa digna de pisar un tribunal y que sus iniciativas para acompañarla de otras partenaires de altura brillaban por su absoluta ausencia. Aventurarse con la adquisición de un traje ya suponía un reto demasiado peligroso, dado que el gemelo menor ya se había apoderado de un par de los que habían estado engrosando la colección de Saga, y que en cuestión de cuerpos y cortes, en esa área la intuición del Wyvern quizás fallaba. Las camisas podía probárselas él mismo sin problemas, puesto que su tallaje de hombros y torso era muy parecido, pero no sucedería lo mismo con los trajes...Kanon era un hombre muy alto, casi tanto como él, pero también era cierto que Rhadamanthys no poseía un trasero tan contorneado y formado como el que lucían los gemelos y la gran mayoría de sus compatriotas griegos, aunque él no se podía quejar de la firmeza que seguía guardando el suyo.
Así pues, camisas. Como mínimo un par. Éste sería el regalo del Wyvern para aquél que siempre había estado arraigado en lo más profundo de su ser, y sería un presente ofrecido sin esperar nada a cambio, sabiendo de antemano que los milagros de los detalles era algo con lo que Kanon no acostumbraba a codearse muy a menudo.