Edificio de los Juzgados.
La prensa que se había aglomerado a las puertas de los Juzgados fue vadeada con maestría por Saga. Si algo también le habían ido forjando los años de profesión pasados frente a los tribunales, era toda una colección de sublimes artes para escabullirse de los depredadores mediáticos cuando le interesaba o convertirse en el foco de antención cada vez que el momento requería de su dramatismo escénico para conducir la situación hacia las orillas de su propio interés.
Esa mañana no se daba el caso para ejecutar una estudiada actuación frente a las puertas de la casa de la justicia. O más sinceramente, al Fiscal no le apetecía en absoluto tener que esquivar micrófonos, móviles grabando algo más que su voz y preguntas que todo el mundo sabía que no se iban a responder.
En resumidas cuentas, Saga no estaba de humor. Y el cinturón sustraído de su casa era el último culpable en la escala de circumstancias que definían la actualidad de su estado anímico.
Había procurado llegar pronto, entrando directamente con el coche en el párking subterráneo destinado a los fiscales y demás letrados y trabajadores gubernamentales. Una vez dentro del edificio decidió obligarse a desayunar cualquier cosa que contribuyera a llenarle un poco el vacío de estómago típico de toda vigilia a un juicio. Le fue inevitable tener que forzarse a sonreír y a responder con cortesía a la parte de los empleados que se atrevían a mostrar un poco de respeto e interés sobre la buena evolución de su estado de salud. Y le supuso una necesidad vital hacerse con la mesa más apartada y resguardada de todo el espacio que se extendía alrededor del núcleo más bullicioso del restaurante-cafetería.
Tras comprobar por enésima vez que su móvil estaba asentado en un estado de respetuoso silencio, siguiendo las pautas de otro ritual sagrado para el Fiscal el cual consistía en nada de llamadas o mensajes si no era él mismo el que requería llevarlos a cabo, su siguiente paso fue dar cuenta de un recién hecho bocadillo y acompañarlo con el café de rigor. En soledad. Sin notícias que entretuvieran su vista. Sin repasar los apuntes que aguardaban dentro de su maletín. Sin hacer otra cosa que intentar vaciar la mente todo lo que el entorno cada vez más poblado le permitiera.
Todavía no llegaba la hora acordada con Shura para su encuentro.
Aún disponía de tiempo para irse adentrando en su rol de Fiscal infalible, el mismo que seguía buscando guía en aquél que en ese momento extrañaba con toda su alma.
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Al buen Juez Dohko no le importó convertirse en el primer asaltado del día por la prensa. Había llegado a las instalaciones a bordo de su bicicleta. La había amarrado al estacionamiento dispuesto para dicho medio de transporte, y sintiéndose inmune al ejército de periodistas que había acudido presuroso a cercarle e intimidarle con flashes y preguntas, consiguió alterar aún más los ánimos con sus lenta metodología a la hora de sacar el sillín y desmontar la rueda delantera, evitando así la tentación siempre latente del pequeño hurto urbano y evadiendo con admirable destreza toda la metralla de preguntas que agolpadas e ininteligibles llegaban a sus oídos, bien cubiertos por dos pequeños cascos que le ofrecían un hilo musical bastante más agradable. Las ropas que lucía en el momento de su llegada no se cernían a las que se consideraban adecuadas para un juicio, pero el posterior cambio que les esperaba en su despacho pronto las dejaría fuera de toda escena.
El maletín con todos sus documentos fue recuperado de su lugar de viaje sobre el transporta bultos con la misma parsimonia con la que había desmontado la mitad del vehículo ecológico, y entre silbidos que secundaban la música que colmaba sus oídos y los tranquilos gestos con los que recuperó asiento y rueda, pasó entre la presión periodística con la misma facilidad que alguien alguna vez se dice que cruzó unas aguas marinas partidas en dos.
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Duelo Legal IV: Justos por Pecadores
Fiksi PenggemarCuarta parte de la serie "Duelo Legal"