28. El cinturón

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Día del Juicio

Apartamento de Kanon. Sobre las 7:00 de la mañana.

El cálido vapor acumulado en el baño conquistó con ansias el pasillo una vez Kanon apareció entre brumas. Su rostro lucía alguna que otra rojez debido al exhaustivo afeitado que se había practicado, pero las absurdas dudas sobre el resultado seguían revoloteando sus nervios, e hicieron que demandara una segunda opinión experta en el tema del vello facial.

- Oye Wyvern...¿me he dejado algún mechón?

Rhadamanthys se acercó a él, olvidándose de acabar de abrocharse la camisa de color gris perla que se estaba vistiendo, e inspeccionó cada recodo del rostro que esperaba su aprobación.- No, está bien...- Su mano tomó el mentón de Kanon e invitó a que éste alzara el rostro y lo ladeara de derecha a izquierda mientras la ambarina mirada estudiaba el resultado.- Teniendo en cuenta que jamás te ayudas del espejo, lo que consigues es todo un logro...

- No me gusta perder el tiempo mirándome al espejo. Además que era imposible porque tu paso previo por ahí ya lo ha dejado todo empañado, afeitarme bajo la ducha me sienta bien.

El Wyvern negó en silencio, dando por perdida una pequeña batalla sobre la higiene personal que nunca había tenido opción de ganar. Las manías de Kanon se habían convertido en costumbres demasiado arraigadas ya, y nada podía decir el inglés para poderle ver algún día usando gel de afeitar y un lienzo reflectante donde comprobar él mismo si lo estaba haciendo bien o fatal.

El abogado se adentró de nuevo a la habitación, y sin ningún tipo de vergüenza dejó que la toalla que se enroscaba bajo su cintura cayera sobre el suelo y su trasero desnudo sobre la cama revuelta. Unos bóxer negros fueron arrancados del cajón de la mesita de noche, ensartados hasta las rodillas y allí detenidos momentáneamente, esperando que un par de calcetines también negros protegieran los pies mal secados. Un silencio sepulcral acompañaba todo el proceso de dignificación corporal, sin tener en cuenta el momento en que el abogado se alzó, tiró de los calzoncillos hacia arriba y se acomodó sus atributos masculinos con un gesto mecánico que los asentaba en su posición más comoda.

A Rhadamanthys solo le faltaba calzarse los zapatos, pero antes debía pasarles algún tipo de paño que se tragara el polvo acumulado sobre ellos. Mientras también optaba por sentarse en la cama y abrillantar la protección de sus próximos pasos, de refilón se iba fijando en el peculiar orden secuencial del que hacía uso el gemelo menor a la hora de irse vistiendo. La camisa que eligió fue la negra, y allí el Wyvern se sonrió para sí; algo le decía que no tendría en cuenta las otras dos que le había regalado y que el negro sería el color afortunado. Luego, en vez de ponerse los pantalones, Kanon se enfundó la americana que ya nunca más sería de su gemelo. El traje que venía con el boleto ganador fue el gris oscuro, y en conjunto los colores quedaban bien, pero ver a Kanon ataviado con la americana y las piernas todavía desnudas, daba una impresión un poco extraña, o como mínimo, pintoresca.

- ¿No vas a usar corbata? - Preguntó al darse cuenta que ni intención había de buscar ninguna de ellas.

- No Wyvern. No me siento cómodo con esa soga atándome el cuello.

- Ya te hago yo el nudo si es ése el problema, y no te la ciñas mucho...

- ¿Qué no entiendes del "no"? - Le replicó el abogado, subiéndose por fin los pantalones.

- ¡Kanon, por favor! ¡Estarás al frente de un tribunal! ¡Muestra un poco de decencia!

- ¡Que me la suda, Wyvern! ¡No voy a usar corbata y punto! - Kanon se giró hacia él y le dedicó una mirada que desbordaba un nerviosismo imposible de disimular, quizás el mismo que le había instalado en esa actitud de no querer aceptar ningún tipo de recomendación u opinión no demandada con previa presentación de instancia.

Duelo Legal IV: Justos por PecadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora