DOCE

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Jules Davies

– Sabes, ahora me siento avergonzada – dije una vez entramos en mi casa y dejaba mis cosas sobre la mesa que había cerca de la puerta.

– ¿Porqué? – Juan Pablo me miró confuso.

– Vamos, ¿Ya has visto a tu alrededor? – él lo hizo pero siguió confundido.

– Vives en un palacio, Juan Pablo.

Cambió su semblante serio por uno divertido. Comenzó a reir mientras caminaba hacía el único sofá de la sala y se dejaba caer en él.

– ¿En un palacio? No digas tonterías, Jules.

– Nada de tonterías. Por dios, mi casa es del tamaño de tu maldita cocina.

Seguía riendo mientras negaba con la cabeza divertido.

– Ven acá – palmeo el lugar a su lado.

Camine hasta él y me dejé caer también a su lado. Rodeó mi cuerpo con su brazo y me apretó contra él.

– Además, tu casa es asquerosamente ordenada – murmuré sin poder dejar atrás el tema.

– ¿Asquerosamente ordenada? – mencionó sonriendo.

– Sí. Mucho orden, mucha limpieza da asco. Creeme.

– Pues perdón por tener mi humilde hogar con tanta limpieza y tanto orden y no todo lo contrario –

Me aparté de él para mirarlo a los ojos.

– ¿Estás insinuando que mi casa es un desastre? – enmarque la ceja.

– Yo no he dicho nada – levantó las manos con inocencia pero luego esbozo una sonrisa burlona – pero he escuchado que a veces las cosas o en este caso, las casas de las personas, hablan mucho de ellos.

– ¿Así que ahora me estás diciendo que soy un desastre como persona? Jum, genial, Villamil.

– Tú sola estás insinuando cosas que yo no dije.

– Estoy comenzando a arrepentirme con esto de darnos una oportunidad – bromeé cruzando los brazos.

– ¡¿Qué?! – su cara era de susto puro – Jules no pero...

Lo jale del cuello de la camisa para besarlo interrumpiendo sus palabras.
Le di un beso nada suave, la temperatura corporal de mi cuerpo comenzaba a subir y justo cuando él iba a tomarme de las caderas su celular comenzó a sonar en los bolsillos de su pantalón.
Juan Pablo murmuró algo entre mis labios que no entendí muy bien pero no dio señales de querer despegarse de mí.

– ¿No vas a responder? – dije despegandome un poco con la respiración entre cortada.

– No. Estoy en mi hora del almuerzo – volvió a besarme pero su celular seguía sonando una vez tras otra sin parar.

– Debe ser una emergencia, anda responde.

Me puse de pie y caminé hasta el refrigerador para tomar una botella de agua.

– Más te vale que sea una emergencia, Martín – dijo irritado.

Esbocé una sonrisa al verlo con el entre cejo fruncido, los labios rojos por el beso y el cuello de la camisa levemente arrugado.
Pero borré ma sonrisa de golpe cuando una pregunta llegó a mi mente.

¿Estaba haciendo lo correcto?

– ¿Sólo para eso me llamas? Menudo chismoso.

Juan Pablo seguía irritadisimo con su llamada. Eso volvió a hacerme sonreír.

La Última Noche de DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora