TRECE

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Jules Davies

¿Así que un diez? ¿Estás completamente segura? – preguntó curvando la ceja.

– Sí, papá, completamente segura – asentí divertida.

– Necesito ver la nota es difícil creerte, Jules. Ya me la has aplicado una vez diciéndo que era un diez y fue un cero.

– Literalmente fue un diez, la diferencia fue que yo dibujé el uno.

– Y sigo sin perdonarte del todo por eso, hija.

– En mí defensa, la causa del cero en el examen de matemáticas fue porqué tú me obligaste a ir a ese campamento contigo ¿Lo recuerdas? – lo miré mientras me cruzaba de brazos.

– Eh... Sí y por eso no te regañé – dió una sonrisa inocente – venga, enséñame la nota.

Rodé los ojos mientras sacaba la hoja del examen de mi mochila.
Se la extendí con demasiado orgullo. Me había matado estudiando todo el mes para poder entender las complicadas ecuaciones que eran causa de todos mis dolores de cabeza durando las tardes.
Nunca fui muy buena en matemáticas pero tampoco era tan mala. Digamos que siempre fui del tipo de alumno que va en medio de los inteligentes y los pésimos para las matemáticas.

– ¿Y como puedo estar seguro de que es un diez real? – dijo mientras inspeccionaba el exámen.

– Te lo aseguro pa. Es más lo verás reflejado en mi boleta de calificaciones en dos semanas – sonreí.

Volvió a doblar la hoja en cuatro partes, se estiró y la guardó en la guantera.

– Bien – frotó las manos – sí estrellas mi coche te advierto que perderás el dinero que tengo guardado para pagar tu universidad y lo usaré para repararlo o comprar uno nuevo.

Asentí dando una carcajada.
Bajamos del coche para intercambiar lugares. Una vez estando yo sentada en el lugar del conductor, puse las manos en el volante emocionada. Bajé una mano y giré la llave para encenderlo.

– Nunca te olvides de ponerte el cinturón de seguridad, Jules – me frunció el ceño.

– Lo siento. Estoy nerviosa – se puse el cinturón.

Ví de reojo como él también hacia lo mismo algo asustado.

– Tu madre va a matarnos si se entera que te he dejado al frente del volante – dijo dramáticamente – no se lo digas. Nunca. No hasta que aprendas bien, al menos.

Reí por sus ocurrencias.

– Será nuestro secreto, papá.

Quité el parking y sin pensarlo pise el acelerador ocasionado que papá se agarra fuerte mientras me daba de gritos reprendiendome por su vida y su coche.

Sonreí con nostalgia mientras algunas lágrimas caían de mis mejillas.
Sostenía en mis manos aquél examen de matemáticas. Papá lo había guardado y siempre lo tenía con él junto a una foto de él, mi madre y yo que nos hicimos en una cabina de fotos en una feria a la que fuimos para celebrar mi cumpleaños.

Me puse de pie limpiando las lágrimas bajo mis ojos. Tomé una gran respiración y guardé las cosas en dentro de una cajita de madera y la puse en mi closet. En un lugar donde no se viera con facilidad.
No lo ocultaba a nadie, me ocultaba yo sola los recuerdos que día a día me costaban sobrellevar.
Sorbi mi nariz y salí de casa poniéndome los audífonos para dar marcha a correr antes de ir al trabajo.
No era el tipo de persona que hacía ejercicio a diario pero lo hacía cada que podía. A demás de que salir a correr al aire libre me ayudaba a despejar mi mente. Justo lo que necesitaba.

La Última Noche de DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora