VEINTE

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Juan Pablo Villamil

Revisé la hora una y una vez. Estaba impaciente por agarrar el teléfono y llamarle para saber cómo estaba. Hace una semana que había salido de viaje a Madrid para terminar la revisión de una de las obras que tenía a mi cargo. Mi padre había venido conmigo solo para firmar el cierre del contrato con la empresa con la cual habíamos estado trabajando los últimos meses. Luego de la firma se había ido diciéndome "Necesito que te concentres, Juan Pablo. Ella estará bien sin ti dos semanas. También merece tener un descanso de ti, hijo, que no dejas a la pobre chica ni a sol ni a sombra" Sí, así de cariñoso era mi padre.

Pero para aclarar las cosas y que no piensen que era un maldito novio posesivo, les diré que era lo que me pasaba con ella. Y la verdad es que ni yo sabía que era lo que me pasaba cuando estaba a su lado. Solo sabía que tenía la gran necesidad de tenerla siempre conmigo.
Jules era como el agua que no debía faltarme día a día, era como el aire que necesitaba para poder respirar. Era muchas cosas.
La llamaba todos los días sin falta - claro siendo cuidadoso y llamarla a una hora prudente. Era consciente de la diferencia horaria que nos separaba-. Jules me había dicho que estaba bien y que no hacía falta desvelarme para llamarla pero era obvio que no haría caso porque tenía el ligero presentimiento de que las cosas no iban del todo bien como ella me aseguraba.

Voy a admitir también que vivía aun con el temor de que con Jules fuera a pasar lo mismo que pasaba con Amaya cuando me iba de viaje por cosas del trabajo. Siempre se enojaba porque la dejaba tanto tiempo sola, a pesar que también le llamaba cada día. Pero ella jamás me entendía. Recuerdo que en una ocasión deje ir dos excelentes contratos porque tenía que irme dos meses hasta Alemania. Mi padre estaba que echaba fuego por la rabia y eso me costó demasiados problemas en la constructora.
Y con Jules era... diferente. Ella era todo lo contrario a Amaya. Ella no presento signo de enfado o fastidio cuando le dije que me iría por dos semanas. Ella me apoyo y ayudo a preparar maletas, papeles y todas las cosas que necesitaría para mi viaje.

Un pitido...

Dos pitidos...

Tres pitidos...

Nada. Suspiré bajando el teléfono de mi oreja.

- ¿Hola?

Respondió al otro lado de la línea.

- Jules - susurré su nombre volviendo a pegarme el teléfono a la oreja a una velocidad impresionante - yo... eh... ¿Te he despertado? - me rasqué la nuca.

- No. Ya estaba despierta ¿Estas bien? ¿Cómo te fue hoy?

El tono de su voz parecía estar cansado. Parecía tener cero ánimos. Fruncí el ceño al escucharla así.

- Bien. La obra está a nada concluir - camine dando vueltas por el pequeño departamento que había alquilado para pasar las dos semanas - ¿Tu estas bien? - trataré de indagar que era lo que le pasaba.

Esperaba una respuesta pronta de su parte pero en su lugar solo recibí silencio.

- ¿Jules? ¿Sigues ahí?

- ¿Uhm? Sí, si aquí sigo. Lo siento. Eh... - soltó una respiración pesada - Estoy bien. Solo creo que no descansé del todo bien. Ayer terminé agotada del trabajo, ya sabés cómo son los niños, con mucha energía.

Reí junto a ella.

- Te extraño, Jules.

- Y yo a ti, Juan Pablo.

Me inquiete cuando me pareció escuchar que su voz se rompía.

- Jules ¿estas segura que estas bien? Cariño si estas enferma o algo solo dime y me montare en el primer avión que -

La Última Noche de DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora