EPÍLOGO

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Cuando regresé a casa en la mañana del 01 de enero, lo hice solo. Sin ella tomando mi mano y riendo por cualquier cosa que yo hubiera dicho.

Miré a mi alrededor y sentí el vacío y soledad que ahora me brindaba la casa.
Un escalofrío me recorrió la espina dorsal al recordar las veces que bailamos juntos en la sala, junto a la chimenea. Las veces que corríamos jugando atrapadas como dos críos que solo disfrutan del momento.
Las veces que la besé sobre el sofá, en cocina mientras miraba confundida las instrucciones de alguna receta.
Todos sus te amo que susurraba contra mi pecho cuando pensaba que estaba dormido.

Caminé hasta mi estudio donde había papel de muchos colores desperdigado por todos lados por qué ahí era donde ella también hacía sus materiales didácticos.

Ya no la vería trabajar hasta la madrugada, desesperada por que sus planeaciones no salían tal y como ella quería.
Ya no la oiría hablar de su trabajo pero sobre todo, ya no escucharía su voz cantando a todo volumen las canciones que tanto le gustaban.

Tomé un respiro trantando de aguantar el insoportable dolor que me estaba causando su ausencia.
Mi cabeza era un cortometraje de todo lo que había sucedido.

Ella solo se puso de pie para ir por un café. Todo pyaso tan rápido. No pude hacer nada que evitar que el disparo la lastimara. No pude salvarla. No pude salvarnos.
Tengo la ropa manchada de su sangre, pero no tengo ganas de cambiarla.

Alguien llama a la puerta pero tampoco tengo ánimos de abrir, así que ignoro los golpes. Camino hasta el mini bar para ahogarme en alcohol por que es lo único que anestesiara mi dolor.

Levanto la vista cuando parece que se han cansado y se han ido, pero vuelven a tocar.
Dejo el whisky intacto y voy a abrir.

- ¿El señor Juan Pablo Villamil? - pregunta un policía que baja la mirada a mi ropa y de un momento a otro, su rostro se vuelve pálido.

El sol intenso lastima mis ojos hinchados por el llanto.

- Soy yo.

- Debe acompañarnos a la estación de policía.

Resoplo.

- Lo siento, pero no estoy en condiciones de querer ir. Estoy ocupado - rechazo su invitación - ahora, si me permite...

Trato de cerrar la puerta en su cara pero no lo hago cuando menciona su nombre.

- El responsable de la muerte de la señorita Jules Davies Lee se ha entregado a las autoridades - dice - Debe acompañarme para seguir el procedimiento y cerrar el caso.

La tristeza que brota de mi pecho se esfuma. La ira es quien la remplaza.

Ese hijo de puta que hizo esto las va a pagar muy caro. Lo juro.

Tomo mi celular y mi chaqueta y voy junto al policía.

Media hora después estamos en la estación de policías.
Me pasan a una sala que tiene un gigante vidrio, en donde tu pudes ver a los interrogados pero ellos no pueden verte a ti.
Mis ojos no creen lo que ven cuando la miro. Todo me da vueltas y el pecho vuelve a dolerme. Es Amaya quien está ahí sentada con las manos sobre la mesa. Además, está esposada. Un revólver está sobre la mesa dentro de una bolsa transparente.

- Lo hemos traido para que escuche la declaración. La culpable Amaya Montes ha dicho que lo conoce y también a su victima.

Tenso la mandíbula.

- ¿Sabe el nombre de su víctima? - le preguntan dos oficiales.

- Jules Davies - responde seria.

La Última Noche de DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora