CAPÍTULO III.II
El príncipe Jay caminaba con dificultad entre una nube de arena, su rubia cabellera estaba protegida con un turbante que cubría su rostro, llevaba una sucia camisa arremangada hasta los codos, sus pantalones y sus botas se encontraban desgastados, y sus brazos y cuerpo estaban cubiertos de cicatrices y golpes.
El ejército de Pandora llevaba varios días caminando entre la arena y enfrentándose al nuevo desafío que esta representaba.
Detrás de Jay caminaban varios hombres quienes en realidad eran menos de los que habían partido aquella lejana mañana de Erontios. Todos caminaban con evidente cansancio y tristeza, sin rumbo fijo entre la cálida y asfixiante arena, la cual quemaba y secaba sus pieles haciendo el cansancio aún peor.
Luego de unos segundos Jay detuvo su andar, entrecerró los ojos y entre aquella nube de arena fue capaz de ver algo que por un corto segundo le hizo sentir alegría.
—¡Por aquí! ¡Una cueva! —tras decir eso, él y sus hombres comenzaron a correr hacia la que parecía ser su salvación de aquel terrible infierno.
Cuando el último hombre entró, el chico también lo hizo. Se quitó la asfixiante máscara, dejando su rostro al descubierto. Se había cortado el cabello de la nuca y el que se encontraba arriba de sus orejas, el resto estaba sujeto en una coleta, pues no aguantaba más su larga cabellera debido al calor; su tez se encontraba bronceada y en uno de sus ojos se encontraba oculto bajo un espeso vendaje manchado de sangre seca.
—¿Cuántos soldados quedan? —preguntó a Kuma mientras pasaba la mirada entre los hombres y mujeres restantes del ejército.
—Perdimos a varios cuando entramos al territorio, el resto fueron comida de los ranikums, ahora somos cerca de unos cuatrocientos —el chico asintió al oír esto.
Echo un vistazo encontrándose con los cansados y aterrorizados ojos de sus soldados, quienes sentían próximo su fin.
—Descansen soldados, apenas termine la tormenta de arena seguiremos con nuestro camino —ordenó el príncipe. Algunos soldados se acercaron a él.
—Disculpe general, varios hombres se preguntan cuál es su plan. Hemos recorrido estas tierras austeras por varios días sin encontrar nada más que terribles horrores y muerte. —Jay suspiró ante sus palabras, pues él se hacía la misma pregunta todos los días.
El rubio estaba harto y cansado de toda aquella expedición, quería dar media vuelta y regresar a Erontios, notificar sobre la pérdida de tiempo y vidas que había sido aquella misión, atenderse a las consecuencias del Rey Kingyo y hacerle saber a todo Hypen que no había nada que los pudiera salvar de la guerra en esas tierras. Pero hacer eso significaba sellar el destino de todos los reinos y deshacerse de la última esperanza que tenía la gente. Ese pensamiento y aquel extraño presentimiento que tenía sobre qué había algo más en esas áridas tierras, eran lo único que lo mantenían ahí.
—No podemos regresar aún, no sin antes hallar algo que nos ayude a detener la guerra —habló con firmeza.
—Señor, realmente no creo que haya algo parecido aquí. Sería mejor darnos por vencidos y regresar a casa —habló Cirrus.
Casa. Esa palabra fue recibida como una daga caliente cortando su piel. Jay quería regresar a casa, extrañaba a su hermana y a todos los habitantes del castillo y le aterrorizaba la idea de perder la vida ahí y nunca más poder regresar. Pero más que nada lo que deseaba desesperadamente era ver a aquel chico pelinegro con hermosos ojos felinos que era dueño de sus pensamientos y de su corazón, la idea de no verlo nunca más era lo que más le afligía, siquiera pensar en no poder escuchar su voz, su risa, ver sus hermosos hoyuelos al sonreír, sentir el cálido contacto de su piel y cómo todo dentro de él se alteraba con sólo verlo, le parecía algo fatídico.
ESTÁS LEYENDO
Cross the Line {Cursed-Blessed}
Fiksi PenggemarEl príncipe Park Jongseong de Nostriel ha sido enviado a explorar las tierras más peligrosas de todo el reino de Hypen. El resultado de esta importante misión determinará el curso de la terrible guerra entre los humanos y los Oscuros. Si lo consigue...