CAPÍTULO VEINTISEIS

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ABRAHAM

Observo a lo lejos al ser de ojos verdes, está totalmente ido en el celular pero con las venas de las manos totalmente resaltadas. No ha bailado o buscado a nadie, no ha sonreído ni dado señales de que se esté divirtiendo a como normalmente lo hace.

—Disculpe señorita.

Me despido de la mujer con la que estaba sentado, camino entre la gente hasta que llego a la barra tomando por sorpresa el señorito Fisher.

— ¿Qué pasa pescado? —Le pregunto con tono alegre.

— ¿Pescado? —Guarda su celular y levanta su mirada para verme.

—Si quitas el "er" de tu apellido queda "fish" que significa pescado en español, ese es tu nuevo apodo, o bueno, así es como te voy a decir yo de ahora en adelante.

— ¿Eres normal? —Me pregunta sonando asustado.

—No, es aburrido serlo, yo simplemente soy yo y con eso me basta para mí mismo.

—No puedo volver a mi casa.

Suelta logrando que me quede callado y lo vea fijamente, aprecio cuando baja la cabeza ocasionando que se me apriete el pecho.

— ¿Qué pasó en tu casa? —Lo tomo del brazo y lo saco del bar adentrándolo de a primeras en mi auto en el asiento de copiloto, rodeo el mismo y en segundos estoy en el asiento de piloto con el auto encendido, las ventanas cerradas y el aire acondicionado activado.

—Salí, follé con mujeres, muchas mujeres... —vuelve a verme y tiene aún con la oscuridad que nos rodea puedo ver sus ojos rojos de llorar—las sigo adorando, las disfruto, me encantan los pechos, su intimidad, el sexo con ellas...

— ¿Pero?

Pregunto y nada más veo como se me viene encima con desesperación chocando sus labios con los míos, trata de una manera u otra de quitarme la camisa que traigo y dejo que lo consiga atrayéndolo para que quede a ahorcadas sobre mí.

—Para mis padres soy un enfermo—tomo la palanca que hace que el asiento se vaya para atrás, poniendo el ser ojos verdes encima de mí—, una vergüenza, un ser que no merece nada de lo que ellos tienen...

Sus lágrimas chocan contra la piel de mi pecho y en lugar de hacerme sentir tristeza me hace sentir cólera, rabia, molestia ¿cómo es posible que todavía haya personas que juzgan por los gustos de los demás? Y que todavía se tomen el total derecho de decirles lo que según ellos merecen, lo que son...

—Mi madre me dijo que me iré al infierno porque me gusten los chicos...

—Y ella por tomarse el tiempo de juzgar, si de pecados estamos hablando, ella está cometiendo uno de los más graves—me inclino un poco hacia arriba y tomo su cara entre mis manos logrando que me vuelva a ver—, aunque te digo yo, la única que está pecando es ella, porque tú amas a quién quieras—le quito las lágrimas—, nunca vas a tener el poder de elegir a quién amar, a quién desear, a quién querer—me dejo caer nuevamente en el asiento—, lo contrario de la persona que juzga, porque elige, desea y quiere hacerlo sin tener argumento válido y sólo se esconde detrás de algo que ven como protección o justificación.

— ¿Quién soy...?

Recuerdo cuando me hice esa pregunta hace unos años atrás.

—Nos reímos mucho de la frase de Barbie pero, tú puedes ser lo que quieras ser, con tal de que no seas lo que la sociedad quiere que seas.

Sus manos se van a mis costados y el simple hecho de verle las venas de los brazos hace que se me endurezca la polla.

Se viene contra mí y nuevamente sus labios hacen contacto con los míos, el overol que trae puesto me despierta el sentimiento de odio porque deseo quitárselo y tirarlo para que nunca más se lo ponga a pesar de lo bien que se ve con él.

VOLANDO ENTRE LO AMARGO. Libro 2. [En edición].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora