CAPÍTULO DOCE

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SAN

Me gustó.

Y se suponía que no debía gustarme.

Maldigo el trío.

Porque desde allí comenzó todo, la tensión sexual, las miradas que yo le hacía sin que él se diera cuenta, la curiosidad por mi parte, y esa misma curiosidad me hizo hacer lo que hice hace unas horas.

Estuve con él.

Estuve con uno de mis mejores amigos.

Dejé que estuviera adentro de mí, dejé que me tocara, que me besara, que me llevara a la locura.

Pero a un nivel superior.

Y me gustó, me encantó, me fascinó, al punto en el que ahora no soy capaz de quitarle la mirada de encima, exactamente está fija en su pantalón, en esa tela que cubre lo que me dejó como loco hace tan solo horas.

Los demás están durmiendo, Lily está con Julio hablando, Abraham está pegado al celular y por eso es que me percato de que no se dé cuenta de lo que estoy haciendo, porque no tengo ninguna excusa para darle.

El jeans negro que trae puesto simplemente le resaltan más esas piernas musculosas sin exageración, la camiseta de tirantes deja a la vista sus brazos musculosos, dejando a la imaginación para los que no lo conocen el tremendo six pack que se carga y sé que me estoy poniendo rojo en el momento en el que siento como la cara se me calienta por pensar en su cuerpo, y evito pasar a mayores borrando cualquier rastro de flashbacks.

Mi mente y yo usaremos eso más tarde.

Sacudo la cabeza saliendo del estado de embobamiento luego de tal pensamiento, todo se me descontrola cuando me doy cuenta de que me está viendo.

Se dio cuenta.

¿Lo peor? No sé hace cuánto tiempo.

Le mantengo la mirada y él me da una sonrisa torcida de boca cerrada, pone su celular al lado, se acomoda sentándose inclinándose poniendo sus codos sobre sus rodillas y no sé qué me pasa que simplemente mis ojos se van a sus brazos.

«Te gustan las mujeres San».

Pienso y me repito lo mismo una y otra vez, causándome una frustración tremenda que solo hace que me levante del sofá y camine más rápido de lo normal hasta llegar a mi habitación cerrando la puerta con seguro. Mi corazón está a mil, la confusión me tiene mal, al punto en el que desearía que los padrinos mágicos existieran y me hicieran borrar cualquier rastro de lo que pasó entre él y yo.

Y por tanto pensar en esta situación no me percato el momento en el que me empieza a sonar el celular provocándome el susto de la vida ocasionando que deje salir un largo suspiro, saco mi celular y veo el nombre de la persona con la que menos quisiera hablar en estos momentos.

Elías.

Tomo fuerza y me concentro en guardar mis emociones contestándole la llamada.

— ¿Qué quieres?

— ¿Tienes condones en tu habitación?

¿Es en serio?

—Sí, en el tercer cajón de mi mesita de noche.

La llamada termina y lo agradezco. Me voy directo a la cama y quedo acostado viendo al tejado, los pensamientos vuelven obligándome a llevar mis dos manos a mi cabello y agarrarlo con fuerza por la frustración que también vuelve, hasta que lo suelto dejando caer mis manos a los costados.

VOLANDO ENTRE LO AMARGO. Libro 2. [En edición].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora