Capítulo 31

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David se consideraba una persona que podía defenderse en una pelea o por lo menos derribar a su oponente. Por algo se pasaba dos horas diarias haciendo ejercicio. Pero ver a Hector en ese momento, le dejaba en claro que esas dos horas no servirían. Por lo menos no en una pelea con Hector, no cuando casi podía ver la ballesta de la parca en sus manos, deseando enterrarla en su puto corazón. 

Con un gesto derrotado se volteó para ver a la mujer que estaba ya con un pie fuera de la oficina, pero que se había quedado prácticamente congelada al escuchar el estruendoso golpe de Hector al escritorio de madera buloke australiano. La cual no era cualquier madera. Era nada más y nada menos que la más dura y resistente. Pero tal parecía que Hector no tenía sensibilidad en los nudillos, ya que seguía como si no hubiera golpeado su mano contra prácticamente una roca. 

Con un suspiro le dio a Scarlet una mirada compasiva, que después fue interrumpida por un gruñido profundo de Hector. Tal parecía que Hector había pasado de ser un ser humano racional, a ser una bestia en posición de ataque.

David sin poder hacer nada por calmar la ira de Hector levantó ambas manos en señal de rendición y camino hacia la salida. 

—No hagas que se asuste. —dijo esas últimas palabras y rodeo a Scarlet temiendo tocarla. No quería provocar más a Hector. 

Y se fue. 

Dejando a Scarlet a merced de Hector. 

Scarlet vio el puño de Hector sobre la firme madera y por tonto que se oyera, no sentía miedo. Por lo menos no el que le provocaban sus agresores al momento de golpearla. Todo lo que Hector la hacía sentir, por lo menos desde que esos estúpidos sentimientos no dejaban de crecer, eran cualquier cosa, menos miedo. 

—Entra y cierra la puerta. —dijo Hector en un susurro ronco y Scarlet sintió como su piel se erizaba al escuchar esas cuatro simples palabras. 

Tragó con dificultad y entró con cautela a la oficina para después cerrar la puerta. 

No quería obedecer como si no tuviera control de ella misma. Pero la mirada que estaba sobre ella, simplemente hacía que obedeciera sin protestar. 

Hector rodeó su escritorio y caminó hacia Scarlet, hasta que estuvo a un solo paso de ella. El que fuera por lo menos treinta centímetros más alto que ella, era como un signo de intimidación. La veía hacia abajo y la mirada que había tenido desde que lo provocó aún seguía ahí. Viéndola como si hubiera cometido algún tipo de crimen imperdonable. 

—¿Querías irte con él? —Hector preguntó. Pero por la mirada que aún tenía en el rostro, le decía a Scarlet que no quería una respuesta. —¿Quieres ir a beber con él? —con cada palabra su altura parecía hacerse mayor. Como si con el solo hecho de verla la intimidara más que con las palabras. Y una risa, que no parecía para nada tener humor, salió de él. Scarlet se estremeció una vez más al verlo dar ese paso que los separaba. —Todo el puto día estaba conteniendo me para no llevarte devuelta a casa y tu lo jodes queriendo ir a tomar una copa con mi jodido amigo. El cual por cierto no se si entra en esa categoría, por lo menos no al querer tomar lo que es mi… —Hector se detuvo a sí mismo. ¿Qué estaba diciendo? ¿En verdad iba a decir mío? No. Ella no… 

Hector se alejó de Scarlet y caminó hacia la ventana. Ese pensamiento de posesión no estaba bien. Pero… 

—Vete. Quieres irte con el. Entonces vete… jodidamente Vete. —No sabía quien estaba en su cuerpo, ni quien decía esas palabras. Solo las dijo como si esas palabras no envenenaran poco a poco su cuerpo, desde la garganta, hasta la punta de sus pies. 

Scarlet se atoró con un gemido. Sintió que la garganta se le cerraba. Estaba asustada de Hector cuando lo vio iracundo, pero ver su espalda era mucho peor. 

El Peso De Su Traición. (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora