››› Un Poema Descarado (ᴠɪ)

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Pasados un par de días, mi relatos infantiles habían captado los oídos de los mayores

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Pasados un par de días, mi relatos infantiles habían captado los oídos de los mayores. Quienes pasaban por el comedor a ese tiempo, se quedaban sentados en una mesa, junto con quienes desconocían. Dorian me acompañaba observando las expresiones de todos a mi alrededor y seguir la melodía de mis palabras lo despejaba.

Un día, en vez de contarles un cuento que hablara el idioma de las metáforas, les redacte un poema.

Los pequeños se sentaron cuando el sol advertía su caída a través de las ventanas del comedor y yo corría por el barco para llegar a él. Me gustaba esperar mirando el atardecer asomada en la proa. Me concentraba en la notable línea que dividía el cielo del mar y me preguntaba cuánto faltaba, o donde me encontraba.

Mis pasos firmes enunciaron mi llegada al comedor y cuando abrí las puertas un gran público me esperaba paciente ocupando la mayoría de los asientos del comedor. Algunos hombres me observaban desinteresados, otros esperaban que diera el más mínimo error para señalarlo con ojo criticó, otros parecían entusiasmados, entre ellos el señor Loughty sentado a un par de mesas de distancia de Dorian. Un par mínimo de mujeres elegantes se sentaron junto a los hombres de ojo criticó, uno de ellos el señor William el cual se quejo con el capitán de dejar sentar a una sirvienta en su mesa.

Cuando mi presencia interrumpió el aura, todos se quedaron callados observándome. Nunca había sido testigo de tal atención en mi vida, mucho menos por lo que generaban mis obras espontáneas.

―Buenas tardes a todos―salude antes de sentarme sobre el asiento frente al piano, pero dándole la espalda a este. 

Observandolos a todos en el comedor, me pregunte si podian ver a Lory March atravez de mi. ¿Que era para ellos? 

Me quedé inmóvil por varios segundos analizando la imagen frente a mi. Ante mi silencio, Dorian levantó su mirada de un viejo libro de política inglesa. Se veía alarmado, a punto de estarlo. Pero no podía soltar mi voz entre tantos arbustos. ¿Y si alguien descubre como me referia a los niños entre metáforas criticando a la sociedad y la política? ¿Y si me arrojan fuera del barco? ¿Y si...?

El señor William carraspeo insistente en su lugar sacándome de mis pensamientos y cerré los ojos. Aterrada memorice algún cuento de Jo, pero definitivamente no funcionaria, no podía hacer eso.

Uno de los hombres junto al señor William se levantó haciendo un simple pero notable ruido en el comedor y me apure con mis palabras.

"Si alguien podía tomar mi cuello noche y día, eras tú. Si alguien podía susurrarme al oído cosas inmorales, eras tú. Si alguien podía tocarme en lugares que ni siquiera yo conocía sin nadie notarlo, eras tú. Pero si alguien me rapta por la noche... Solo dame una señal más que la ausencia del todo para advertirme que eres tú. Con amor, tu más viva damisela"―dí por terminado el poema al cerrar mi cuaderno y una variedad de miradas se abalanzaron sobre mi. Los niños parecían aburridos, confundidos, aunque no esperaba que lo entendieran. Mientras que las miradas de los adultos variaban con visibilidad. La insinuacion al toqueteo para ellos parecia ser lo peor que habían escuchado en su vida, porque solo podían pensar en una sola clase de toqueteo.

La mirada de Dorian se tornó desesperada. Le había hablado del poema hace un tiempo. "Un poema conflictivo a los ojos de muchos, pero que esconde algo más profundo para aquellos que se atrevan a pasar más de treinta segundos con él" lo describí en su oficina.

El poema no era para nada algo sexual, quién podría imaginarlo de esa forma nunca llegaría a entender el resto de mis poemas. Hablaba de algo más penetrante, algo que grandes y chicos atravesaban pero que nadie se animaba a tocarlo con brutalidad y a enfrentarlo como era debido.

Hablaba de ese algo omnipotente que solo puede quitarte la vida. No Dios, definitivamente. No me gustaba pensar que aquel ente de poder podía tomar nuestra vida con tanta simpleza. Debía haber algo más complejo detrás de lo que ya conocíamos a medias, de lo que ya insinuábamos. Tocaba partes de nuestro cuerpo que no sabiamos que existian, emociones que nunca habíamos experimentado, pensamientos que nunca antes habíamos atravesado. Despertaba algo en nuestro interior con un toqueteo emocional. Podia arrebatarnos el milagro de la vida ya sea de noche o de día, y podía murmurar cuestiones inmorales sin ser juzgado porque muy pocos lo entendían. Era el malo por matarnos, pero nadie siquiera lo condenaba por su crimen. 

Pero luego el poema tornaba otro rumbo, un rumbo que había adoptado tras escuchar sobre el secuestro de Bartolomea Candau, una joven francesa que había llegado a la ciudad de Londres hacía unos meses. La joven tenía la ilusión de cantar en la ópera de la ciudad algún día, pero su familia la envió aqui para casarse, sola. Nadie sabe qué sucedió la noche de su sexto baile. Algunos dicen que se largó antes, otros dicen que se fue con un hombre, otros hablan sobre cómo creen haberla visto en situaciones comprometedoras. Nadie habla sobre cómo la secuestraron sin piedad, sobre cómo su cuerpo aun no aparece, sobre cómo todos ignoran el hecho de que una mujer haya desaparecido. Toda la ciudad estaba cegada ante la noticia. Nadie en ningún lugar hablaba al respecto. 

El silencio en la sala era rellenado con murmullos bajos. Los niños ni omitían palabra alguna y Dorian me hizo una señal para que lo siguiera antes de levantarse.

―Eso fue... Descarado, Lorelai―admitió y frunci el ceño.

―¿Disculpa?

―No creo poder permitir que una mujer escriba algo de esa forma en mi editorial.

―No hablas en serio, Dorian.

―¡¿Acaso has visto como te observaban?! ¡¿Lo has notado?!―exclamó.

―¿Y que con eso? ¿A quién demonios le interesa?

―A mi sí me interesa, Lorelai. Van a acribillarte como a Santa Juana, van a odiarte, van a hacer tu vida imposible―tomo mis hombros con sus manos y me miró de frente―. No voy a permitirles que te toquen un pelo, y si eso incluye detenerte con esto, entonces...

―Entonces te mueves de mi camino y me dejas publicar cuantos poemas se me antoje sobre la muerte y lo inmoral, Lord Plummer―musite y su mirada aterrorizada me observó con atención―. No viví hasta esta edad para publicar poemas sobre romance y hombres. Porque si así hubiera sido... ―hice una pausa antes de pronunciar tales palabras―, si así hubiera sido, creeme que ya me hubiera atragantado de tanto veneno que he puesto en mi boca.

Y volví al comedor, que para mi sorpresa seguía lleno. Me senté como si nada hubiera sucedido y prosegui a leer el siguiente poema un tanto más sutil y delicado.

―"Tus palabras funcionaban como monedas de alto valor, y tu solo eran un indigente de poca riqueza. Sabías cuando gastarlas y cuando ahorrarlas, y jamás pudiste entender el lujo de desperdiciarlas"―. Este último enterneció los rostros afligidos de los adultos y algunos pocos me observaron con ternura.

Quizá probar como Dorian tenía razón con él de testigo apoyando su peso en el marco de la segunda puerta del comedor. Lei los más terribles poemas que hablaban de amor, y los rostros se simplificaron. Las mujeres parecían ruborizadas y los hombres más cómodos. Ya nadie recordaba como le había hablado a la muerte, o como había insinuado hablar sobre Bartolomea.

Caída la noche por completo, di por terminada la sesión de poemas y me encerré en la recámara el resto de la noche, escribiendo en mi cuaderno con rabia y la espalda pegada a la pared sobre mi cama. Las lágrimas sentimentales que odiaba, resbalaban sobre mis mejillas y las limpiaba con la manga de mi vestido enfurecida. 

¿Que haría Jo? ¿Que haria Jo, acaso?

No.

Para empezar, Jo ni siquiera hablaría de la muerte de esta forma.

Lorelai March ⸻ LITTLE WOMENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora