𝐥𝐚 𝐮𝐥𝐭𝐢𝐦𝐚 𝐦𝐮𝐣𝐞𝐫𝐜𝐢𝐭𝐚

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E P Í L O G O  2


Una parte de mi siempre se preguntaría porque el señor Loughty había decidido casarse conmigo. Una parte de mi siempre se preguntara porque el señor Loughty me amaba de tal forma, tan apasionado, tan sutil, tan delicadamente. ¿De dónde había sacado tanto coraje para amar a alguien que era complicado amar?

Pero él se las ingeniaba perfectamente. Conseguimos un teatro fuera del pueblo y repetimos el plan una y otra vez mientras que en nuestro hogar descansaba la planificación de una boda perfecta. Benjamin ya le había enviado la invitación a todos sus socios. Políticos importantes y estrellas de la ópera norteamericana buscarían la forma y el camino para llegar a nuestra boda y ser partes de lo que nunca antes había imaginado que alguien puede ser parte.

Dorian y yo nos despedimos oficial y brevemente en la estación de tren antes de que partiera a Nueva York. Al parecer mi último poemario comenzaba a expandirse rápidamente y predecía una buena temporada para esta poeta. El señor Loughty y yo habíamos encontrado algo más para hacer que lo que todas las parejas comprometidas hacen. No íbamos a bailes, teníamos los nuestros en la residencia, a solas, tan íntimo como un beso en la clavícula. Benjamin solo iba a la iglesia un domingo por medio para no perder la costumbre y siempre que podíamos salíamos a dar una vuelta por Concord en nuestro carruaje. Si ibamos a pasar el resto de nuestras vidas juntos, debíamos saber de antemano a qué nos enfrentábamos.

Casi no teníamos contacto con el mundo exterior a excepción de un par de socios y amigos del señor Loughty y sus parejas. Todos los viernes hombres cultos y mujeres extravagantes venían a cenar y el silencio del hogar se convertía en risas frecuentes y charlas profundas que nunca había conseguido con nadie más. Fue en ese entonces en el que me di cuenta de todo el mundo que me faltaba explorar, y debía empezar por aqui, por donde creci. El grupo de socios y colegas del señor Loughty parecían ser un grupo muy selectivo de personas que no me sorprendía que hayan sido elegidas por el antiguo tutor del señor Loughty. Un grupo de personas que realmente sabía de qué hablar y cómo sacarle provecho al tiempo que pasaban distrayéndose de sus vidas.

Pero a excepción de eso, ambos nos habíamos acostumbrado a la presencia del otro más de lo normal. No sabía cuanto podía necesitar a alguien que calmara todos mis miedos, no sabía si de hecho existiese alguien así, pero aqui estaba, yéndose a la cama con una vela sobre la mesa de noche para terminar de leer lo antes posible todos mis poemas.

Poemas que apenas hacían referencias a él.  Poemas que jamás le pertenecerían.

Muchas veces a lo largo del tiempo intenté escribirle poesía pura que salga del sentimiento que me generaba ser amada por alguien como él. Pero de alguna forma u otra las palabras me sonaban familiares, y cuando terminaba de hacer memoria al respecto me encontraba frente a una vieja página llena de lágrimas de un amor no correspondido.

Intentaba olvidarlo, olvidarme que alguna vez derroche todo mi amor y mis palabras por alguien que no se sentía suficiente para mi. Pero olvidarlo era exactamente lo que más me aterraba. ¿Y si lo olvidaba? ¿Y si olvidaba lo bien que me sentía imaginando en Londres que algún día volvería? ¿Y si me olvidaba de todo eso, de las tardes leyendo en su biblioteca, de los paseos nocturnos en tren, del silencio tranquilizador, de nuestro árbol, nuestras charlas, nuestras miradas? 

¿Y si algún día llegaba a olvidar lo nuestro? ¿Volveria de todas formas a escribir como lo hacía sintiendo hasta el más mínimo músculo de mi dolor moverse en mi pecho al recordarlo?

Era frustrante, pero tambien doloroso. Porque una parte de mi seguía queriendo que fuera él quien dormía a mi lado, quien leía mis poemas y quien entendía cada uno de mis pensamientos con solo mirarme a los ojos. Y dolía porque no sabía por cuánto tiempo debería sentirme de esa forma.

Lorelai March ⸻ LITTLE WOMENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora