11 - Orbe

449 34 46
                                    


―Mi turno, Félix. ¿Cuál es la verdadera identidad de Hawk Moth? ―preguntó Chat.

Félix soltó un resoplido divertido.

―No voy a contestarte a eso. Sería como preguntarte a ti quién eres bajo la máscara.

―Es justo ―contestó Chat. De hecho, incluso sintió alivio, porque aunque la identidad de Hawk Moth era la pregunta evidente, lo que más quería saber era por qué Félix había decidido unirse al bando equivocado―. ¿Por qué le entregaste los miraculous a Hawk Moth?

Félix no se hizo de rogar:

―A eso puedo contestarte, pero necesito que prometas que no le dirás nada a Adrien.

Chat se lo juró sin dudarlo. Incluso tuvo que ocultar una risilla.

―Necesitaba el miraculous del pavo real ―contestó Félix. Chat no mostró sorpresa, ya había deducido esa parte. Sin embargo, lo que Félix añadió después hizo que le diera un vuelco al corazón―: Mi madre se está muriendo. Le está ocurriendo lo mismo que le ocurrió a mi tía, pero pienso salvarla.

Chat se quedó blanco como el papel. ¿Amelie? ¿Muriéndose? ¿Por lo mismo que su madre?

Debajo del traje, Adrien sintió que sus piernas se convertían en mantequilla.

Félix tenía que estar mintiendo, discurrió. Solo estaba diciendo eso para hacer que Chat sintiera pena por él. Para que Chat fuera más indulgente con la paliza que estaba a punto de meterle.

Sin embargo... si había algo que pudiera empujar a Félix a cometer una atrocidad como entregarle los miraculous a Hawk Moth... era su madre. La persona que Félix más amaba en el mundo.

Por desgracia, Félix no se quedó para charlar por más tiempo. Hizo un gesto feo como despedida y acto seguido desapareció en una nube de burbujas moradas.

Chat se quedó petrificado en medio de la habitación, a solas. La pequeña bola de destrucción seguía chispeando en su dedo índice y el anillo parpadeaba peligrosamente, indicando que su transformación estaba a punto de acabarse.

Aun así, Adrien dejó que las energías del anillo se agotaran. Cuando el traje desapareció y Plagg salió del miraculous, Adrien aún se encontraba de pie en medio de la habitación, mirando a la nada pero con un millón de pensamientos en la cabeza.

¿Amelie se estaba muriendo por lo mismo que Emilie? ¿Pero qué era lo que había matado a Emilie? Lo único que Adrien sabía era que su madre había estado enferma durante más o menos un año, y de repente, de la noche a la mañana, había desaparecido.

En la mente de Adrien esa época estaba... borrosa, como mínimo. Aunque nunca le había extrañado: acababa de perder a su madre, la ausencia de lucidez se daba por hecho.

Y sin embargo...

Adrien podía enumerar los hechos, pero por alguna razón no se localizaba a sí mismo en ellos. ¿Dónde estaba mientras los medios aporreaban las puertas de su casa y la policía sometía a su padre a interrogatorios interminables? Recordaba vagamente la sombra de Natalie sobre él, vigilándolo en todo momento, pero... ¿qué más? ¿Qué había sentido Adrien al enterarse de que su madre quizá no fuera a volver?

No lo recordaba.

Hacía casi dos años, los medios se habían hecho eco y el alcalde había movilizado a la policía, pero la búsqueda duró solo tres días. Después de eso, Gabriel exigió a las fuerzas del orden que dejaran de buscar a su esposa y se recluyó en la mansión sin querer contestar a las preguntas de los periodistas. A pesar de que jamás hablaron del tema, Gabriel se comportaba como si su esposa estuviera muerta, así que Adrien dio por hecho que lo estaba.

Última jugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora