23 - Charla

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Chat Noir corría hacia la mansión Agreste como si le fuera la vida en ello.

El corazón le latía a cien por hora, los músculos de las piernas le ardían pero no por agotamiento físico, y tenía un sabor raro en la boca, como a podrido.

Cierta sensación de alerta persistía en su estómago, como si aún no estuviera fuera de peligro. Aunque tal vez fuese por lo repentino que había sido despertar sobre el Arco del Triunfo, convencido de que su mayor enemigo amenazaba la vida de la chica que amaba, y descubrir que, en realidad, Hawk Moth ya se había ido.

«Lo has ahuyentado», había dicho Ladybug.

Pero ¿cómo? ¡¿Qué demonios había pasado?!

Chat tenía una ligera idea, pero sus recuerdos estaban confusos y borrosos.

Había... ¿perdido en control?

Eso le había dicho Ladybug, pero el Arco del Triunfo seguía de una pieza, así que Chat esperaba que no hubiese sido tan grave.

Oh, Ladybug...

El sermón que le esperaba de ella la próxima vez que se vieran iba a ser monumental.

Y cuando le pidiera explicaciones...

No, no, no.

Chat definitivamente no podía confesarle a su lady que lo que le había hecho perder el control habían sido las similitudes entre su padre y Hawk Moth. Porque esa parte la recordaba. Por desgracia, esa parte, justo antes de que todo se volviera negro, la recordaba perfectamente.

Sin embargo, también recordaba esa sonrisa, siniestra y malvada... una que resultaba tan fuera de lugar en la cara de su padre que tal vez fuese la prueba más convincente hasta la fecha de que Gabriel Agreste no era un terrorista.

La mente de Adrien era un nido de avispas, los pensamientos y los recuerdos saltaban de un lado a otro interponiéndose en el camino de cualquier razonamiento coherente, sin dejarle concentrarse en nada en particular.

Por si fuera poco, los gritos de Plagg en el fondo de su mente tampoco ayudaban, así que trató de ignorarlos, por lo menos hasta que pudiera de-transformarse en su habitación y, una vez allí, se detendría a reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir.

Bueno, si su padre no lo mataba antes. (Figuradamente.)

De hecho, aquel había sido el primer pensamiento de Adrien al darse cuenta de que el peligro había pasado: tenía que volver a la mansión antes de que alguien se percatase de su ausencia. Su padre podría perdonarle una escapada nocturna, pero ¿dos? Dos lo dudaba mucho.

(Una parte de él había sentido la urgencia de volver a la mansión precisamente porque Hawk Moth también había vuelto a su guarida, pero Adrien no le hizo mucho caso.)

Por fin, Adrien entró por su ventana de un salto y deshizo la transformación antes de que sus pies tocaran el suelo. De inmediato, su enfurecido kwami salió del miraculous y comenzó a pegar berridos:

―¡¿Cómo te atreves?! ―bramó Plagg.

Adrien trastabilló hacia atrás, tomado por sorpresa. Se había esperado que Plagg le echara la bronca, pero su kwami estaba mucho más furioso de lo que había previsto. Daba la impresión de que volutas de humo negro le salían por las orejas y Adrien habría jurado que sus ojos se habían vuelto un tono de verde más oscuros.

Plagg no se enfadaba en serio por casi nada ―era un kwami bastante despreocupado― así que verlo tan encolerizado hizo que Adrien comenzara a digerir la gravedad de la situación.

―¡¿Cómo te atreves a robarme mi poder?! ¡¿Tienes idea de lo que podría haber pasado?! ¡¿De lo cerca que ha estado el mundo de acabarse si hubieras tenido una pizca menos de autocontrol?!

Última jugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora