44 - Primos

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Felix aterrizó sobre el marco de la ventana abierta de Adrien haciendo el ruido que haría una pluma al caer sobre un alféizar. Encontró a su primo sentado en el borde de la cama, mirando al techo y profundamente sumido en fantasías sobre Marinette, a judgar por su radiante y asquerosa sonrisa. De hecho, parecía estar tan distraído que Felix pensó que necesitaría llamar su atención con un carraspeo, pero al final no hizo falta.

Antes de que Felix pudiera hacer ningún movimiento, Adrien percibió su presencia y giró la cabeza de golpe. En un segundo, toda esa placidez en su rostro mudó en una mueca de pura desconfianza.

Felix sintió un nudo en el estómago. Ya había previsto una reacción negativa de parte de Adrien, pero imaginársela y ser el objeto de tanta animosidad eran cosas muy diferentes.

—Primo —lo saludó, seco y distante.

En vez de responder al saludo, Adrien echó la vista a los tejados de Paris a espaldas de Felix, seguramente en busca de algún sentimonstruo.

—¿No confías en mí? —le preguntó él, intentando y fracasando en ocultar la decepción en su voz.

Le avergonzaba admitir que, pese a lo que le había hecho a Adrien, había esperado —deseado, más bien— una bienvenida un poco más calurosa.

Qué iluso había sido...

Entonces sí, Adrien clavó una mirada asesina en él.

—Dos semanas. Han pasado dos semanas, Felix.

Cuando Adrien se levantó de la cama de golpe, Felix pegó un respingo. Se llevó una mano al abanico que colgaba de su cintura, pero al ver que Adrien no daba otro paso adelante, se relajó.

—¡Te he estado esperando! ¿Dónde has estado? —Adrien no alzó la voz porque sabía que no estaban solos en la casa, pero su tono contenido transmitió el mismo mensaje: estaba enfadado, muy enfadado—. Te defendí delante de Ladybug y el resto. Les prometí que volverías pese a no tener garantías. ¿Y qué haces tú a cambio? ¡Desaparecer durante semanas!

Adrien apretaba los puños con tanta fuerza que le temblaban las manos. Su mandíbula estaba tan tensa que Felix escuchó sus dientes rechinar.

Parecía a punto de estallar y echarse sobre Felix, para descargar toda esa impotencia que había acumulado durante las semanas que su primo lo había dejado en vilo, pero justo cuando parecía que Adrien iba a hacer un movimiento, toda la tensión en sus músculos se liberó y el chico se desinfló como un globo.

La ira fue sustituida por la tristeza y el rencor por una profunda decepción. Soltó su siguiente frase con un tono tan desvalido que Felix sintió que una daga se le clavaba en el corazón:

—¿Tienes idea de cuántas noches me he pasado en vela preguntándome si tomé la decisión correcta al confiar en ti?

Felix no pudo más que apartar la mirada. Adrien tenía el mal hábito de no saber enfadarse, no de verdad, lo que resultaba mucho más doloroso que si se hubiera liado a tortas con él. La decepción que emanaba de Adrien era como un millón de espinas que Felix iba a tardar una eternidad en sacar.

Decepción hacia Felix, por no haber cumplido su promesa, o por lo menos no haberla cumplido con suficiente celeridad. Decepción porque había creído que Felix podría redimirse, pero todo apuntaba a que no.

Felix sintió el impulso de abrir la boca para disculparse, pero en el último momento, se contuvo.

¡Adrien no era quien para echarle a él toda la culpa! Adrien también le había guardado un gran secreto, y si no lo hubiera hecho, la conversación que estarían manteniendo tal vez fuera muy distinta.

Última jugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora