25 - Markov I

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Adrien nunca se había fijado en lo efectiva que era su «sonrisa Agreste» hasta que tuvo que usarla a propósito. Normalmente la tenía reservada solo para las sesiones de fotos, aunque era consciente de que a veces le salía sin querer, como una especie de mecanismo de defensa, cuando quería convencer a su padre de que no se escapaba cada noche para patrullar, o cuando se sentía especialmente de bajón pero no quería preocupar a sus amigos.

Ese lunes, sin embargo, Adrien apareció en la escuela blandiendo su «sonrisa Agreste» como una espada.

El monóculo de Felix, la batalla contra Queen Bee, perder el control en el Arco del Triunfo... Ese fin de semana había sido tal montaña rusa que, una vez llegó el lunes, Adrien sintió que se había olvidado de cómo comportarse rodeado de gente.

Gente que se fijaba en él. Que le llamaría la atención si lo veía triste o pensativo.

Y Adrien no quería dar explicaciones, por supuesto que no quería, pero tampoco quería mentir. Así que se colgó la «sonrisa Agreste» más convincente que pudo y rezó para que ninguno de sus compañeros se diera cuenta de que la sospecha de que su padre era un villano lo estaba carcomiendo por dentro.

Nunca se había sentido tanto un fraude como en ese momento. Y aun así, la reacción de Nino fue:

―Vaya, tío, ¿te ha pasado algo bueno este fin de semana? Porque parece que estás brillando.

La máscara de Adrien flaqueó ―una parte de él hubiera querido que su mejor amigo advirtiese su falsedad―, pero se recompuso en un instante.

―Pasé la noche con una buena amiga. Nos lo pasamos bien ―contestó Adrien, pensando en Marinette y cómo había consolado a Chat Noir cuando se había derrumbado en su balcón. La verdad, aunque fuera a medias, siempre era más convincente que improvisar una mentira .

Acto seguido, se escabulló hacia el aula, para no darle a Nino la oportunidad de indagar más sobre el asunto. No se dio cuenta de que su mejor amigo se había quedado petrificado en medio de las escaleras, con los ojos y la boca muy abiertos, porque había malinterpretado sus palabras.

Sin embargo, en cuanto superó el pasmo, Nino sacudió la cabeza. Era imposible que su mejor amigo se hubiera referido a eso tan casualmente, Adrien era demasiado... inocente.

Así que desechó la idea, subió los escalones que le quedaban, entró en el aula y se sentó al lado de Adrien, que no le echó en cara la tardanza. (Incluso la agradeció.)

Nino se limitó a dirigirle una miradita perspicaz, y así quedó la cosa.

Mientras tanto, a su alrededor, la clase estaba sumida en un alegre cotorreo.

La victoria contra Ophidia no había tenido tanto público como la batalla contra Volpina, porque Miracle Queen había ahuyentado ―evacuado preventivamente― a cualquier posible testigo en el Arco del Triunfo, pero las noticia habían llegado hasta todas las esquinas de París.

Los héroes habían recuperado no uno, sino dos miraculous al mismo tiempo ―la serpiente y la abeja, según un comunicado emitido por Ladybug a través del Ladyblog―, lo que sumaba un total de tres. Un miraculous recuperado podría pasar por un golpe de suerte, pero tres era un patrón.

Ladybug y Chat Noir estaban ganando terreno.

Así que en entusiasmo de sus compañeros de clase era comprensible, pensó Adrien.

Y ese entusiasmo se había traducido en una cháchara constante y un griterío de voces que trataban de imponerse las unas sobre las otras.

El ruido de conversaciones cruzadas era ensordecedor hasta que, de repente, un chillido silenció el aula:

Última jugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora