Capítulo 6 | Ledger

128 15 0
                                    

—¡Ryder! ¡Deja de hacer el tonto y pasa el maldito balón!

El entrenador está riéndose en medio de la cancha revuelto con nosotros. Bobby está teniendo un mal día y Ryder ha estado jugando con su enojo bailándole con el balón sin pasárselo a nadie. A nadie hasta que me lo lanza a mí y yo se lo paso a Wilson con una rabona porque sin duda no estoy para manejar el balón ahora. Hay una manada rodeándome.

—¡Eres un chupón de mierda, Ryder! —le grita Bobby con enojo y no puedo evitar reírme.

El entrenador suena el silbato, pero es evidente que se quiere reír.

—Que sea la última vez que insultas en el entrenamiento, Miranda. No me gustan las faltas de respeto.

—Pero entrenador…

—Pero nada, deja de llorar y ve si puedes mínimo tocar el balón al menos una vez en todo el entrenamiento. ¡A correr! ¡Muévanse!

La pelota regresa a mis pies y Bobby se acerca a mí con toda la intensión de arrebatármela. Hoy, como en todos los entrenamientos, nos han dividido y puesto a una parte del equipo que hace el papel contrario un chaleco amarillo para diferenciarnos.

La novia de Bobby le ha terminado anoche así que toda su furia la ha reflejado en el entrenamiento y no ha podido siquiera tener un segundo el balón en sus pies. Finjo dejar que la tenga, pero cuando está cerca le hago un túnel y salgo corriendo hacia el marco con Bobby maldiciendo a mis espaldas.

El entrenador Yilmark se ríe y entre risas le anima a Bobby para que no deje de correr.

—¡Estoy libre! —me grita Chase que está cerca del marco y en un ángulo casi perfecto.

Tengo que hacerlo bien hoy para borrar lo mal que estuve en el entrenamiento del otro día, así que no lo hago. No le doy el pase.

Cuando creo tener la posición exacta, hago un remate al arco y la pelota se curva ligeramente entrando justo por la esquina de él.

Cierro los ojos y exhalo cuando escucho el silbato final.

—¡Es todo por hoy! Hoy fue un buen entrenamiento. ¡Calhoun! —me llama, mostrándome su pulgar arriba— Estuviste mejor esta vez. Buen trabajo.

No puedo evitar sonreír cuando escucho su felicitación. Normalmente mis entrenamientos son muy buenos, pero he estado tan agotado que últimamente son regulares y el de la otra vez estuvo pésimo. Pésimo porque desde la pequeña conversación pasivo-agresiva con Tate en la tienda ya venía irritado.

En realidad, nunca termino de otro modo que no sea irritado después de cruzar una o dos palabras con Tate.

En las duchas las burlas hacia Bobby no cesan, pero yo no me sumo a las bromas, así que sólo me ducho mientras escucho todo y me río para mis adentros. La pasión por el fútbol vino gracias a mi padre, el gran Stanley Calhoun. No jugó con el LB fútbol club como yo, pero fue un buen jugador mientras estuvo en California antes de ser fichado por el PSG tras debutar en su primer mundial y convertirse en una leyenda.

Mi madre es una aficionada y recuerdo que cuando estaba pequeño mi madre hacía todo un festín en casa y solía gritarle a la pantalla mientras mi padre manejaba el balón. Y ni hablar de cuando podíamos ir al estadio. Era una locura, pero no fue hasta que mi padre me llevó a un entrenamiento con el equipo que supe que yo también quería tener eso. Quería tener un equipo al qué ser parte, amigos que también les gustara lo mismo que yo, un entrenador que me dijera cuán malo era y me ayudara a ser mejor o lo increíble que podía ser manejando el balón. Y lo conseguí.

No puedo explicar lo orgullosos que están mis padres de mí ni tampoco ellos pueden expresarlo, y eso se siente bien. El quitarle las palabras a las dos personas más importantes para mí se siente como si lo tuviera absolutamente todo.

Chase se mete a la ducha a mi lado luego de un rato, pero no es hasta este momento que noto que no hemos hablado desde hace dos días. Ayer no entrenamos y hoy sólo me ha dicho «¡Estoy solo!» durante el entrenamiento. Chase no es un tipo callado, pero es evidente que le pasa algo.

¿Sabrá lo de Tate?

—¿Pasó algo? —le pregunto luego de un rato cuando me he quitado el jabón y cerrado la llave.

Cuando me estoy poniendo la toalla en la cadera, Chase dice:

—Tuve sexo con Tate la otra noche y después me ha dejado —sus cejas se contraen como si estuviera procesando lo que ha dicho—. Tampoco es como que tuviéramos realmente algo, pero me refiero a que me ha mandado a la mierda.

—¿O sea que ya no más?

Chase asiente. —Ya no más.

No puedo explicar con palabras el extraño alivio que siento de saber eso. Lo que sea que estuviera pasando no iba para ninguna parte y Chase es muy soñador. Con Tate jamás podría tener lo que él tanto espera conseguir algún día y es mi amigo, uno siempre quiere lo mejor para sus amigos.

¿Sabe lo de Tate?

Y, ¿Han hablado?

Chase sacude la cabeza antes de comenzar a secarse con la toalla.

—¿Por qué? —me pregunta, pero sacudo también la cabeza y me salgo de la ducha.

Sea lo que sea que yo haya visto la otra noche, sin importar la extraña relación que tuvieron Chase y Tate, no creo que sea yo quien deba decirle que Tate ha vuelto a ser Monique.

Es terreno pantanoso, y no me apetece ensuciarme.

Estoy en el supermercado haciendo las compras del diario

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Estoy en el supermercado haciendo las compras del diario. Llevo bebidas energéticas y cosas integrales para desayunar los días que vienen. Para ser honesto, mi cocina sigue llena, pero me gusta tener suficiente en mi casa. Mis padres a veces suelen llegar sin avisar y mis compañeros suelen planear noches de fiesta en mi casa. Hacemos comidas y vemos partidos o jugamos en el play, y siempre quise tener mi cocina con todo. No decir «Oh, creo que quiero comer lasaña esta noche» y saber que debo salir a comprar los ingredientes, sino que simplemente todo esté ahí, en casa. Siempre quise tener eso.

No considero que con veintiséis años lo tenga todo, todavía falta demasiado camino por delante, pero estoy satisfecho con la vida que llevo, porque tengo lo suficiente para sentirme así.

Estoy terminando de sacar mis compras del carrito para que la muchacha pase todo por la caja registradora cuando miro a Tate en una esquina del supermercado. Está entrando. Mira todo alrededor y noto que está agitada y sudada. Ella no me mira, porque estoy en una de las últimas cajas, pero yo si puedo verla.

Trae una de sus típicas faldas largas y holgadas y sus botines negros. La diferencia es que esta vez no trae uno de esos tops que sólo cubren su busto, hoy lleva puesta una camiseta blanca y floja y una bandana en la cabeza de nuevo con el cabello atado. ¿Qué hace?

Ella habla con el guarda un segundo antes de entrar al baño. En cuanto cierra la puerta, ya no la veo más.

Mientras tú me amesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora