Capítulo 23 | Tate

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Han dejado que me dé un baño.

No sé exactamente cuánto tiempo llevo aquí. Ni siquiera sé qué hora es, pero el gallo lleva cantando cuatro veces a la misma ahora dos veces al día, así que supongo que han transcurrido alrededor de dos días.

Estoy en un baño pequeño. Llevo una toalla alrededor del cuerpo y el cabello mojado. Fiore no me ha dejado conocer la casa a la que me ha traído. He estado encerrada entre cuatro paredes en un cuarto oscuro con las ventanas cubiertas de negro, comiendo pan añejo y agua, pero hoy ha tenido compasión.

No he dejado de pensar ni un segundo en Ledger. Espero que esté buscándome como un loco. Espero que esté cerca de venir por mí.

Me limpio las lágrimas que se han quedado estancadas en mis ojos y abro la puerta. La figura de Fiore me recibe. Está delgado, como siempre, con la espalda encorvada y el cabello largo y despeinado. Recuerdo que antes me gustaba mucho su cabello. Antes enredaba mis dedos en él, principalmente cuando creía que estaba haciendo el amor con un hombre que yo amaba, y que me amaba de vuelta. Ahora el recuerdo sólo me da asco.

Me quedo en el umbral pensando qué hacer, si salir o volver a encerrarme ahora que no se ha dado cuenta de que he terminado de bañarme. Pero casi como si escuchara mis pensamientos, su mirada da conmigo y se pone de pie invitándome a que salga del cuarto de baño de una vez.

No creo que sea consciente del miedo que me provoca.

—¿Cómo te sientes? —pregunta como si nada— ¿Estás calmada?

Asiento frenéticamente, pero es sólo porque estoy nerviosa. —Gracias por dejar que me duche. Lo necesitaba.

Me tallo la toalla al cuerpo, como si eso me hiciera sentir más segura y lejos de su mirada sobre mí, y Fiore lo nota, porque esboza una sonrisa descarada. Pero no dice algo al respecto.

—Traje bastante comida, como para dos meses —se mete las manos en los bolsillos traseros de su pantalón roto y gastado—. Comenzarás a alimentarte bien ahora.

Vuelvo a asentir, mas no digo absolutamente nada. Fiore señala un par de bolsas sobre la cama y dice:

—También compré ropa nueva para ti. No es como sueles vestir, pero es algo.

—Gracias —me acerco a la pila de bolsas y hecho un vistazo rápido. Puedo ver un estampado floral que sin duda es de una falda. Al menos en eso no es un idiota—. Espero me quede.

Permanecemos en silencio.

Su mirada está puesta en mí, pero no sé exactamente qué pretenda hacer conmigo ahora. ¿Cuál es su plan? ¿Encerrarme de nuevo? ¿Obligarme a hacer algo que no quiero? La idea me hace entrar en pánico, así que disimulo calma rebuscando algo qué ponerme entre las bolsas de ropa que Fiore me ha traído.

—¿Y cuál es tu plan? —pregunto, todavía sin mirarle a los ojos— ¿Estar aislados de la gente de nuevo? ¿Quedarnos en esta casa encerrados como estuvimos haciendo en Rolling Hills?

—Saldremos de aquí en un par de días. Quizás una semana, como mucho.

La idea de salir tan pronto de aquí activa mis sentidos.

—¿Y luego qué? —mi tono sube dos niveles sin querer, pero a Fiore no le importa en lo absoluto.

—Te lo contaré luego —se rasca la nariz y señala el lugar con el dedo—. De momento será mejor que ningún vecino nos vea la cara. Estarás encerrada en esta casa, no vaya a ser que vuelvas a escapar y arruines el plan que tengo para nosotros dos.

Mi estómago comienza a dar vueltas, y a pesar de que está haciendo calor, mis manos sudan helado. El único motivo válido por el que quiera pasar desapercibido es porque planea un golpe grande. Uno de esos que sólo se termina en la cárcel, o muerto.

Mientras tú me amesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora