Capítulo 12 | Ledger

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Lo primero que miro al entrar al apartamento de Tate es a su gatita dormida en el sofá. El sonido de mis pasos la despierta y luego de estirarse se anima a acercarse hasta a mí y me comienza a maullar. No es por la comida o por agua, definitivamente ha de estar preguntando por su dueña.

—Tate no dormirá esta noche en casa. La llevaré conmigo —le digo mientras le acaricio la cabeza.

No lo había notado antes, pero su cama, sus tazas y su alimento son, definitivamente, lo más lujoso de toda el apartamento. No puedo evitar sentir un poco de conmoción al ser testigo de cuán importante es este gato para Tate.

—Vamos a darte comida y mucha agua.

Lleno ambas tazas hasta el tope y le doy una última caricia antes de volver a cerrar la puerta. Al llegar a la entrada, Tate sigue mirando hacia el frente, con la mirada perdida y con las mejillas y los ojos húmedos.

El camino a los suburbios es silencioso como todo el anterior, a excepción de mi cabeza que no quiere guardar silencio. Tengo muchas preguntas ahora, pero me preocupa que no sea el momento adecuado para hacerlas todas. Tate sorbe la nariz un par de veces y se pasa la yema de los dedos bajo los ojos otro par más hasta que llegamos a mi casa.

Al cerrarse la cochera soy el primero en abrir la puerta y salir. Tate se queda unos segundos más, primero miro la luz de la pantalla de su móvil y luego la miro limpiarse las mejillas otra vez, pero no tengo el valor suficiente para acercarme y limpiarlas por ella o tranquilizarla y sacarla del Jeep para que entre conmigo, así que simplemente me quedo en las gradas de la puerta que dan a la cocina y espero pacientemente a que sea ella misma quien se apee.

La invito a pasar cuando finalmente lo hace y caminamos por la cocina hasta la sala.

—Traeré alcohol y algodón para el corte —le digo, pero no creo que me haya escuchado. Está mirando todo a su alrededor con expresión neutral, pero sé que muy en el fondo intenta disimular que le gusta lo que mira.

En el baño de la planta principal consigo el botiquín con alcohol, gasas, algodón, curitas y otras cosas. Ser un jugador de fútbol merita esto, precisamente. Mi madre se ha encargado de hacer pequeños botiquines de emergencia y ponerlos en los baños de mi casa, la biblioteca y la cocina, todo por si surge una emergencia. También me hizo uno para llevar a los entrenamientos, ya que siempre terminaba con un corte o un chollón. Creo que todo es culpa de papá, puesto que mi madre vivió junto a él toda la experiencia desde sus inicios hasta que su carrera futbolística se terminó. De todos modos, no cargo el botiquín conmigo todo el tiempo. Aunque estoy seguro de tener alcohol y algodón en el auto gracias a ella.

Estoy regresando a la sala, cuando mi teléfono comienza a timbrar. No es hasta que veo la pantalla que hay mensajes de texto acumulados. Cinco de mi padre y veinte de mamá.

—Estoy bien, mamá. Acabo de…

—¡Ledger Stanley Calhoun! ¡Para qué tienes ese teléfono si no lo contestas!

Dejo el botiquín en la mesilla de noche y le hago un gesto a Tate para que espere unos minutos más. No puedo evitar notar que trae los ojos enrojecidos e hinchados, igual que la nariz, pero parece que el llanto ya cesó.

—Mamá, estaba ocupado —miro de reojo a Tate desde las escaleras—. No podía tomar el teléfono.

—¿Ni para responder uno de mis mensajes?

—Mamá…

—Ya, ya. Lo entiendo —exhala—. Sólo quería saber cómo estabas. ¿Cómo van los entrenamientos?

—Todo está bien por aquí, mamá. No te preocupes.

—¿Vendrás el fin de semana?

—Por supuesto que iré, mamá. Iría aunque no fuese posible.

Mientras tú me amesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora