Epílogo

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Miro las casas que rodean la calle ahora en pleno trabajo de pavimentación y me aguanto la respiración. Viví aquí la mayor parte de mi vida, pero el viento se siente diferente y el lugar un poco ajeno. Quizás porque es completamente diferente al que recordaba.

El auto que no deja de moverse por los baches finalmente se detiene. Ledger paga al taxista y nos apeamos. Miro niños sucios corriendo, ropa sucia encima, pies descalzos, pero felicidad en sus rostros. Yo también fui feliz con poco y nunca podría quejarme. Observo a todos lados hasta que a unas dos casas reconozco la fachada. Es esa, pienso. Mis pies avanzan solos, pero poco después vuelven a parar, dejándome de pie, firme sobre la calle de piedra. Ha pasado tanto tiempo.

Siento el nudo en mi garganta del mismo modo que reconozco esa opresión en mi pecho que no tiene más remedio que ser expulsada por el escozor que se acumula en mis ojos. Miro la escena desde lejos, aunque sé que sólo nos separan un par de pasos. Llega en una vieja bicicleta. No puedo creer que siga existiendo. Se apea y la abraza. Se abrazan con tanto cariño. Una sonrisa cargada de nostalgia se me escapa, y debido la sacudida de mi pecho una de mis lágrimas decide salir.

Al parecer mi risa ha sido más un sollozo, que es suficiente para llamar la atención de quienes he querido ver desde hace tanto tiempo. Las dos cabezas se giran, una más rápido que la otra, y la reacción que me he imaginado todo este tiempo es totalmente diferente a la que recibo.

Baldo suelta la bicicleta que cae contra el suelo y su boca se abre de par en par antes de correr dentro, probablemente a avisarle a Rosemary. Pero la reacción que más me preocupaba, es de la persona que tengo enfrente, que corre hacia mí como si el mundo estuviese a punto de terminar. Con cada paso noto una nueva arruga, un nuevo mechón blanco en su cabello que recuerdo había sido tan negro que daba envidia.

Al momento de que sus brazos me rodean y solloza contra mí, sólo me queda cerrar los ojos y recordarme que no necesito su perdón. Necesito el mío. Así que lo hago, me perdono, porque ahora mi hogar está completo, y al parecer ella no tiene nada qué perdonar. Nunca tuvo nada que perdonarme.

—Te extrañé tanto mamá.

Mientras tú me amesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora