Capítulo ocho

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—MERECER—

—Buenas tardes, señorita. Adelante —me pide, en la puerta de la casa de Alessio, una de las chicas de servicio.

Suspiro mientras ella me mantiene abierta la puerta pidiéndome entrar, yo me mantengo ahí detenida sin hacerlo, incluso cuando había venido decidida a... eso.

Alessio no había asistido a clases el día de hoy, pues tuvo un accidente el día anterior en su auto. No fue grave, por fortuna según dijeron sus amigos, solo se ha estropeado una pierna que lo dejará usando escayola durante al menos dos semanas.

No tengo nada que hacer aquí, se ha hecho daño en una pierda y algunas otras magulladuras mínimas, pero aun así, aquí estoy, frente a su puerta, con la excusa de querer ver con mis propios ojos qué tan bien está cuando...

—Señorita, ¿va a entrar? —pregunta la muchacha del servicio, pues sigo detenida en la puerta sin moverme.

Inhalo y exhalo mientras decido que ya que estoy aquí...

Asiento.

—Sí, disculpe.

Ella me da una pequeña sonrisa, para acto seguido pedirme que le espere allí, pues tiene que ir a avisarle al señorito Alessio (sus palabras) que tiene visita y si puede recibirme. Asiento mientras ella se dirige por unas escaleras en forma de «L»

Antes de subir me había pedido tomar asiento, mas, no lo hago. Me muevo un poco por la amplia sala, y más allá de detener mis ojos en los diferentes adornos de lujo que llenan el espacio, camino hasta que me detengo frente a una pared con diversas fotografías familiares. Deslizo mi mirada por las mismas, hasta que me detengo en una en especial. Reconozco el chico de unos ocho años, con una sonrisa a la cual le faltan dos dientes delanteros y vestido con un disfraz de Capitán América. Río, pensando que se ve muy mono. Continúo explorando las demás fotografías, sintiéndome un poco atrevida, y al mismo tiempo, emocionada de ver fotos de él cuando era más pequeño, como la siguiente foto. Debe tener unos once años ahí y parece que el día que le fue tomada la fotografía estaba algo enfadado, pues luce muy serio viendo a la cámara, aunque no deja de parecerme guapísimo y sus ojos verdes más destacables. Está claro que lo suyo es belleza desde que era muy pequeño, nació siendo bello.

Continúo viendo más fotos, aunque solo las suyas, puesto que las demás las ignoro dejando claro cuales son las únicas que me interesan. Veo una, ya más grandes, en dónde estaba haciendo surf, en otra esquía y...

—El señorito Alessio dice que puede subir, señorita. —Me vuelvo rápido ante la voz de la muchacha del servicio. Asiento, ella me indica el camino. Me detengo un segundo mientras inhalo, para luego proceder a comenzar a caminar.

Pocos segundos después estoy detenida frente a la puerta de la habitación de Alessio. La muchacha no me acompañó porque sabía que yo la encontraría. Había estado ahí una vez después de todo. Alzo la mano, toco y recibo un rápido «adelante» al otro lado. Tomo un par de inspiraciones profundas antes de sostener la manija de la puerta, tirar hacia adentro y lo veo ahí. Está recostado sobre su cama, tiene en las manos un control como si hubiera estado jugando a la consola antes de que yo entrase y al ver un poco más, noto su pierna escayolada sobre un almohadón. Observo su rostro y noto que tiene unas tiritas en la frente.

—Aitana —musita al verme—, pasa, principessa, por favor —me pide en tono suave, pues me había quedado detenida frente a la puerta de su habitación. Relamo mis labios mientras cierro la puerta tras de mí y me acerco a su cama. Alessio me ve todo el tiempo, me sonríe.

—Yo... Eh... —balbuceo un poco—, que bueno que al final el accidente no fue tan grave —emito.

—Siéntate aquí —me pide, mientras como puede, se mueve un poco y me deja espaci a su lado para que me siente. Paso saliva, doy un par de pasos y me acomodo a su lado. Alessio me mira, de ese modo que me pone a temblar, sobre todo, por la intensidad. Ese modo que tiene de verme en el cual parece querer descubrir todo lo que debo estar pensando dentro de mí—. Es bueno verte —dice, al tiempo que siento como lleva su mano a mi mejilla, me acaricia un poco de piel antes de esconder un mechón de mi cabello suelto detrás de mi oreja para dejar mi rostro despejado para él—. Y sí, por fortuna solo me rompí la pierna y me di un golpe acá —señala las tiras en su frente—, nada más. Aunque a decir verdad...

La Melodía Que Nos Une ✓✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora