Capítulo trece

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CAER




Me levanto al día siguiente y mi ojo está peor de oscurecido que el anterior, aunque la petarda esa me pegó bastante fuerte, ya no me duele al menos. En vista de eso, y aun cuando no es mi costumbre, decido faltar a clases ese día, puesto que no tengo intención alguna de llegar al colegio con ese aspecto para nada bonito y que todos estén mirando y preguntando qué me sucedió. Y tampoco, deseo ver a la idiota esa que es la culpable de ese hecho, además, de haberme devuelto a un tiempo que dolió tanto para mí, cuyas palabras hago el mayor esfuerzo de que no me hagan daño.

Como no iré a clases y sé que mis padres no me dirán nada por decidir no ir en esas condiciones, bajo, vistiendo mi colorida pijama de unicornio, y unas pantuflas.

—Aurorita, por favor, el desayuno es la comida más importante del día y por eso, no es para jugar sino para comerlo, cielo. Anda, cómelo —escucho a mamá, el mismo cuento de todas las mañanas, a la hora de la comida y la cena. Mi hermana solía comer mucho cuando era una bebé, pero a medida que va haciéndose más mayorcita come cada vez y cada vez menos, digamos que es más lo que desperdicia al alimentarse que lo que mete en su boquita.

—Quiero chocolate —la oigo decir, pidiendo dulces a las siete treinta de la mañana. Río, acercándome.

—Antes, tienes que comer el desayuno, luego, los dulces, señorita —responde mamá. Aurorita está en su sillita especial para que vaya siendo una nena independiente que va aprendiendo a comer solita, el problema es que no come casi nada, y al final, mamá tiene que encargarse de hacerlo con besitos y mimitos para que al menos, la señorita coma un poquito.

Están todos en la mesa, excepto el bisnonno, y es que a veces tiende a dormir un poco más por las mañanas.

—Buenos días —saludo—. Decidí que hoy no iré al colegio. No me sentiría cómoda yendo a clases con ese ojo así —me lo señalo—, me veo horrible.

—Definitivamente, te ves horrible hermanita —emite Alonzo, con una risita. Lo fulmino.

—¡Alonzo! —papá lo reta.

—Pero si lo ha dicho ella misma, papá, que está horrible.

—Y vuelves a decir tú la palabrita y ya verás que harás sin tus videojuegos a los que eres tan adicto una semana, jovencito —lo amenaza papá, con lo que es más débil, por lo que Alonzo no dice más, solo suelta un bufido y continúa desayunando.

—No te preocupes, Aitana, que más horrible debe tener el corazón esa Ginevra, y eso sí que es feo —emite, Piero, a lo que yo le envío un beso y él otro a mí.

Es con el que mejor me llevo de mis hermanos, a decir verdad, el enano me tiene mucha confianza, por ello fui la primera en enterarme que estaba enamorado porque se acercó y me lo confesó. Todavía recuerdo esa charla tan tierna y como me dijo que iba a pedirle que fuera su novia. Su hermana mayor lo animó a qué lo hiciera, después de todo, su noviazgo solo consiste en andar agarrados de las manos, compartir las horas de juego en el colegio, hacer tareas juntos y pasarse horas pegados al teléfono hablando cosas de enanos, y tal vez uno que otro besito tierno. Es un noviazgo puro e inocente de dos bebés que no tienen ni idea de lo que es al amor todavía, a decir verdad.

—Tienes toda la razón, amor. Tener el corazón feo es lo más horrible del mundo en una persona —dice mamá en dirección a Piero que está frente a él, esté asiente y come su desayuno. Ella me mira—. Si no te sientes cómoda yendo a la escuela así, no vayas, está bien, quédate en casa y descansa. Llamaré al colegio para avisar que no irás, que estás enferma. —Asiento, agradecida—. ¿Cómo dormiste?

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