Capítulo veinticinco

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-SI MAÑANA-

Alessio

Mi garganta parece a punto de despedazarse con cada fuerte sollozo que expulso, y aun así, soy incapaz de parar. Mi pecho arde y de un modo insoportable, quema, es como sí me estuviera incinerado por dentro.

Sé que fueron mis decisiones, sé que si volviera el tiempo atrás no dudaría en hacer la misma elección, la alejaría porque no sería capaz de permitir que se marchite, que algo la lastime, atar sus alas que fueron echas para desplegarse y volar tan alto como ella lo desee, sin embargo, eso no significa que pueda soportar que me Aitana me odie.

Durante los últimos meses, la clínica se había convertido en mi única casa, allí pasaba días y noches, entre personas que luchan como yo para superar el cáncer, y otros que un día se les acabó la fuerza y perdieron la batalla. Cansado de estar allí, le pedí a mis padres venir a casa, pasar una noche aquí después de tantas en aquel sitio triste, y lúgubre, lleno de miedo y dolor... frío.

No me imaginé que al llegar a casa, la hallaría frente a mi puerta, a punto de tocar el timbre. Durante un par de minutos, presa del shock, dudé de que lo que veía fuera real. Lo creí un sueño, pero solo me bastó ver sus ojos para descubrir que no soñaba, era ella, mi Aitana.

Te odio, y tanto si te vives como si mueres, jamás te perdonaré.

Esas últimas palabras que dijo antes de salir huyendo de mi casa, no dejan de golpear en mi cabeza como un asesino cruel, una vez y otra vez, sin contención.

Me odia, y como lo temí una vez ella supiera porque la alejé, juró que nunca me perdonaría. Y no lo dijo solo por decirlo, lo vi en su mirada bravía. Vi en ellos la determinación.

—Alessio, bambino, tienes que calmarte. Eso no te hace bien.

Me súplica mi madre. Mientras estoy aovillado sobre mi colchón, rodeándome las piernas con las manos y la cabeza hundida en la almohada, empapada con mis lágrimas, temblando como una hoja en mitad de un fuerte ventarrón. La siento detrás de mí, rodeándome con sus brazos cálidos.

—E-ella me odia mamá —jadeo, asfixiado—. La mujer que quiero me... me odia.

—No es cierto —dice mamá, en un susurro ahogado. Siento sus manos acariciar mi cabeza calva. Mi cabello desapareció el primer mes de la quimio o más bien, yo decidí rasurarlo una vez noté que empezó a caerse, sabedor de que en cualquier momento, de todas maneras, terminaría perdiéndolo todo—. No creas eso. Esa chica te quiere, ambos os queréis demasiado, y cuando existe un amor tan grande no puede caber el odio, Bambino. Por favor tranquilízate, no puedo soportar verte llorar así, menos, al saber cuánto daño te causa.

Me giro despacio. Mi madre me rodea con mayor fuerza. Alzo la cabeza para encontrarme con sus ojos. Me sonríe, mientras continúa acariciando mi cabeza. Siempre lo hace, siempre me sonríe, aún en estos momentos en los que presa de la desesperación, la rabia, la frustración y el sufrimiento por los procesos que vivía, era una mierda con ella; mamá me sonreía y me abrazaba, sin dejar de decirme nunca cuánto me ama y cuán afortunada y agradecida ha estado con la vida porque le ha dado un hijo como yo. No soy el único que ha adelgazado durante los últimos meses, ella ha perdido un par de kilos, y tiene ojeras de noches enteras frente a mi cama, velando mis sueños, y de mucho llanto, lo sé...

—La conozco mejor que nadie, mamá. Lo vi en sus ojos, ella en verdad me odia —sorbo—. Yo elegí alejarla, es la consecuencia de la decisión que tomé, pero aun así, duele tanto. No soporto saber que me odia. No soporto saber que moriré y ella...

La Melodía Que Nos Une ✓✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora