Capítulo 41 2/2

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Lo que quiero y anhelo.


Horas antes.

La luz quema mis ojos, por lo que no puedo mantenerlos abiertos por más de cinco segundos sin que me duelan.

El cuerpo completo me duele de una manera que no puedo explicar, diría incluso que me duelen las pestañas.

no deberías sentir dolor.

<bueno, dolor no es, más bien un fuerte malestar>

El único dolor que siento es en la cabeza. Fuertes punzadas me taladran el cerebro y eso ocasiona que pasar saliva sea una completa tortura.

De seguro debes estar más pálida que la clara de un huevo.

<gracias por tu apoyo>

¿por qué sigues con los ojos cerrados?

<intenté abrirlos, pero me duelen>

Hazlo despacio. Quizás hay mucha luz y por eso te duelen.

<ya lo intenté, me duelen incluso cerrados>

¿y si los abres de una?

< ¿me quieres dejar ciega?>

Estás en un hospital, no vas a quedar ciega.

< ¡¿en un hospital?!>

Abro los ojos de golpe, soportando el golpe de dolor en mis ojos. Paseo la vista por mi alrededor. hago el intento de incorporarme en la cama, pero una fuerte corriente de dolor me hace quejar con fuerza.

Una habitacion blanca....

Yelena, no es la misma habitación...

<lo sé, pero eso no impide que mi cabeza traiga los recuerdos>

Concéntrate...

Bajo la vista a mis antebrazos, quitando la intravenosa con brusquedad ocasionando que una fuerte alarma empiece a sonar y no pasan ni cinco segundos cuando una serie de enfermeros entran en la habitación. Sus miradas caen en mí y enseguida se apresuran a tomarme de los brazos para que vuelva a acostarme. Forcejeo, pataleo, grito, muerdo.

Calma...

– señorita, debe tranquilizarse...

– ¡quítame las manos de encima! – grito.

– tranquilizante... – le dice uno, pero de un cabezazo lo mando hacia atrás impidiendo que me inyecten.

Yelena.

Son muchas manos.

Muchas personas.

Están muy cerca...no respiro.

Concéntrate en mí.

Hay mucho ruido....

Yelena...

Mucho ruido...muchas personas....

¡Yelena!

– ¡suéltenme!

Entre muchos intentan mantenerme en la cama. Mi vista empieza a nublarse y mi cabeza comienza a confundir la realidad con los recuerdos, provocando que proyecte la imagen del vengador en uno de los enfermeros.

– ¡déjame! – lo golpeo en la cara, logrando que otra alarma empiece a sonar y más enfermeros empiecen a entrar.

– ¡tranquilícese o se le abrirá la herida! – escucho como me grita uno.

YelenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora