Epílogo

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EPÍLOGO.
Brynn Beaumont

Tres años después.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que Jason llegó a Columbus para quedarse?

Mmm... tres años.

Jason llegó justo para el primer cumpleaños de Maia. Y si, lloré muchísimo porque llegó de sopresa. No tenía ni idea, nunca lo imaginé, para ser sincera. La fiesta era pequeña, solo familia y amigos, fue de temática de conejitos y todo rosa pastel, comimos dulces y torta, fue muy linda, estaba tranquila y un poco triste hasta que mi padre me mando al segundo piso por unas cosas a su habitación y quedé infartada.

Jason estaba allí.

De pie, con dos ramos de flores y yo solo podía pensar en como es que había entrado a mi casa sin que yo me enterara.

Ese día fue hermoso. Celebramos juntos el primer cumpleaños de nuestra hija. Y esa noche, me dijo que se quedaba, para siempre. Y también, me dijo que las llaves que le habían regalado de navidad eran las llaves de la cabaña. Y ahora sería nuestra cabaña.

Nuestras vidas cambiaron para bien. Nos mudamos a su casa, mi último semestre de universidad estaba por acabar, Jason consiguió trabajo de profesor de ciencias en un colegio y realizaba investigaciones junto a un equipo del museo de la ciudad, Maia estaba al cuidado de Marie por las mañanas, pasabamos las tardes en el jardín viendo a la bebé ir de un lado al otro, ibamos a parques y al mueso, veíamos series coreanas mientras cenabamos en el salón, escuchabamos música bebiendo vino y hacíamos el amor al llegar a la cama.

Luego de mi graduación, nos mudamos a la cabaña y fue la mejor decisión. Ver nevar desde allí es asombroso, además, es muy acogedora y tenemos buenos recuerdos allí dentro, y estamos creando más.

Nada me hizo más feliz que tener mi pequeña familia.

Lo que siempre quise, ya lo tenía.

Ahora, que han pasado tres años, estamos logrando nuestros sueños, juntos y propios. Y también, hace un año dimos un paso más, solo... un pasito más.

El 21 de octubre fue nuestra boda.

Algo sencilla, pero muy lindo. Fue en un jardín a las afueras de la ciudad, hubo muchas flores, velas y luces, hubieron pocos invitados, solo los cercanos, mi vestido fue de seda con escote de bandeja y mangas, y Jason estaba más guapo que nunca. Maia fue la niña que tira los petalos y estuvo con Garret toda la ceremonia. También hubieron dos sillas vacías en las primeras filas.

La de la derecha fue en honor a Regina, tenía su flor favorita.

Y la del lado izquierda, de mi madre, también tenían su flor favorita. Orquídeas rosas.

La luna de miel fue en Italia, y solo puedo decir que fue magnífica.

Mi vida, en estos momentos, es como jamás imaginé. Estoy casada, tengo mi propia familia y aprendí a amar y a ser amada. Hemos pasado momentos difíciles, la vida no es color de rosa, hemos tenido diferencias, hemos aprendido a pedir perdón, a tratar bien al otro y saber hablar, ha reconocer nuestros errores, pero también a seguir amandonos, valorarnos y reconocer nuestros logros, a ser padres y cuidar bien de nuestra hija.

Ya han pasado tres años desde aquella navidad.

Maia tiene cuatro años.

Yo tengo veinticuatro.

Y Jason, hoy cumple veintisiete.

Bebo mi cafe mientras reflexiono un poco, y también mientras veo a Maia y Jason pelear por quién pintará al gato de la ilustración que dan en los restaurantes para entretener a los niños. Les observo, ceñuda.

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