CAPÍTULO 17

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Narrador omnisciente

Las manos de Daniela comenzaron a sudar en el instante que, quedó frente a la puerta principal, sus labios se sacaron mientras que su garganta se sellaba, estaba asustada, le aterraba la idea de saber que su madre ya no la quería, ¿Qué pasaría con ella?, ¿Dónde se iría?, ¿A qué lugar huiría?. Preguntas tras preguntas bombardearon con crueldad los pensamientos de la joven provocando que, por un par de segundos perdiera la estabilidad física, sus piernas flaquearon mientras que sus muslos comenzaban a temblar como si de gelatina se tratase. Daniela jadeo cerrando por un par de segundos sus párpados, rápidamente entreabrió sus secos labios intentando inhalar todo el oxígeno que el mundo podía ofrecerle, lentamente sentía que se sofocaba, de un momento a otro, sentía que con mayor desesperación sus pulmones se contraían impidiéndole nuevamente el paso de la oxigenación. La castaña se encorvó llevando sus dos palmas contra las rodillas, su caja torácica comenzaba a ejercer presión contra sus pulmones y corazón, la muchacha firmemente pensó que moriría, sentía que todos sus órganos comenzaban a fallar, ¿Era su fin?, Se cuestionó sintiéndose aterrada por preguntarse aquello.

De repente, sus rodillas colisionaron contra el suelo logrando apoyar sus dos palmas contra el suelo, nuevamente entreabrió sus labios intentando tomar bocanadas de aire, estaba sola, y aquello era lo que más le dolía. Comenzó a jadear sintiendo que, lentamente su vista se nublaba, y sus hombros colapsaban, estaba casi segura que se desmayaría. Chilló, o eso creyó, intentó de una forma desesperada buscar ayuda pero sus extremidades no estaban dispuestas a ayudarla. Se recostó en el sucio suelo dejando que las lágrimas descendieran por las esquinas de su rostro, Daniela no quería morir, no deseaba que fuese de aquella manera. De repente, su cuerpo ya no podía resistir la falta de oxigeno, no soportaba la presión de su pecho ni muchos menos los fuertes mareos que la dejaban a la deriva. Se quedó ahí, aclamando por piedad, pero, ¿A quién se lo estaba pidiendo en realidad?, La muchacha ni siquiera estaba siendo consciente del ataque de pánico que le había golpeado con tanta violencia. Daniela cerró sus ojos dejando su boca abierta; respiraba entre jadeo siendo este sonido completamente entrecortado, ni siquiera lo hacía por la nariz, sentía que se ahogaba más de la cuenta. Su corazón se detuvo por una milésima de segundos a la vez que la sangre se volvía fría; había sentido unas manos, están eran suaves y cálidas, por instinto abrió sus párpados topándose de golpe con la dulce mirada de la morena.

- Respira, Daniela, respira con calma - pedía Maria José mientras tomaba asiento al lado de la joven castaña - Solo respira - susurró tomando la cintura de la contraria para apegarla a su pecho, recostando la cabeza de la chica contra su clavícula - Estoy aquí y no te dejare morir - admitió a la vez que, lentamente acariciaba el suave cabello ajeno.

La Castaña negó mientras las lágrimas descendían con fuerza; se estaba ahogando, María José la ahogaba. Para la sorpresa de la morena, la ojos avellanas fue más fuerte logrando liberarse de su agarre. Daniela con algo de brusquedad empujó a la morena logrando tener espacio personal, la joven cerró sus ojos agachando su rostro, continuaba tomando grandes bocanadas de aire a la vez que sentía el sudor recorriendo su espina dorsal.

- M~Me, Me a~ahogó - susurró Daniela en un suave tartamudeo al mismo tiempo que se llevaba ambas manos a su pecho mientras que, de un movimiento desesperado comenzaba a tirar del cuello de su camiseta, exponiendo el sudor de su esternón - M~Maria José - llamó ante la desesperación que la envolvía - n~no... no quiero m~morir - admitió en el instante que su mirada chocaba con la nombrada.

La oji verde mordió su labio sin saber qué hacer, por instinto se colocó nuevamente de rodillas tomando a la castaña de los hombros.

- Respira - ordenó siendo completamente en vano sus palabras - Vamos, Daniela me estas asustando - confesó sintiendo sus manos temblar bajó las fuertes sacudidas que los hombros de la tailandesa estaban ejerciendo - Vamos María José, piensa en algo - se dijo a si misma teniendo rápidamente una idea - Espero que funcione - susurró armándose de valor para estampar con fuerza sus suaves labios con los ajenos.

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