CAPÍTULO 22

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Narrador omnisciente

Daniela seguía recostada sobre el sofá, sintiéndose incapaz de poder levantarse, cada movimiento que osaba ejecutar se veía cruelmente interrumpido por el agonizante dolor que envolvía su pierna, no podía soportarlo, simplemente se veía incapaz de poder caminar sin sollozar en el proceso. La castaña apoyó sus palmas sobre el asiento del sofá, con lentitud y paciencia comenzó a subir su torso presionando sus caderas contra el borde del sofá, sus muelas se apretaron con fuerza entre sí, sintiendo su piel erizarse ante el agudo sonido de sus dientes rechinando, Daniela gimió de dolor comenzando a dar pequeños pasos con sus manos aun aferradas en el material de cuero, las lágrimas velozmente iniciaron su descenso al sentir el tormentoso malestar que envolvía su muslo por cada vez que esta delicada piel se rozaba contra una de las esquinas del sofá.

La joven gruñó y jadeó sintiendo el dolor propagándose hacia sus caderas. Luego de un par de minutos de suplicio la muchacha logró de forma efectiva el poder girarse quedando incómoda sentada sobre el sofá. Su cristalizada mirada viajó por la habitación sintiendo sus pulmones contraerse, ante el vivido recuerdo de Maria jose, siendo alejada de su cuerpo; d
Daniela suspiró con su labio inferior temblando ante las amenazantes lágrimas que deseaban descender por sus húmedas mejillas, rápidamente se tragó aquel nudo inexistente queriendo recomponerse, emocionalmente hablando. Daniela llevó sus manos hacia su lastimado muslo, sintiendo con la yema de sus dedos el bulto que cubría sus ajustados jeans, sus dedos acariciaron las vendas por sobre la tela sintiendo con tan solo aquel movimiento, como los músculos de aquella zona se contraían ejerciéndole dolor. El cuerpo de la joven tembló en el momento que escuchó la puerta principal, su mentón se alzó observando con fijeza la entrada de la habitación; los pasos eran fuertes pero a la vez delicados, los labios de la menor se entreabrieron al notar la presencia de su madre ingresando en el lugar. La Sra. Calle ingresó en la habitación con su cabello revuelto y las mejillas sonrojadas, la castaña rápidamente pudo notar la humedad en sus pómulos teniendo velozmente el sentimiento de querer protegerla.

- ¿Madre?, ¿Te encuentras bien? - preguntó Daniela confundida, teniendo el valor suficiente para colocarse pie.

Su interior comenzó a gritar de dolor en el instante que su pierna lastimada, tocó el suelo con la suela de sus zapatos, tragó saliva apretando con fuerza sus puños, queriendo colocar toda su concentración en el dolor de sus palmas y no en la necesidad de echarse sobre la fría madera en busca de un calmante. María Fernanda la observó en silencio, posando su cristalizada mirada sobre el rostro magullado de su pequeña, el corazón de la madre se contrajo al percatarse de la extraña posición que la joven estaba manteniendo en aquellos instantes. Rápidamente sus pensamientos se encargaron en recordarle lo sucedido minutos atrás en la casa de los Garzón, recordó el rostro enrojecido y las lágrimas descendiendo sobre la piel de la hija de sus amigos, todavía podía sentir su desgarrador llanto suplicando por que el Sr. Juan Carlos que la bajase de su hombro. La madre de Daniela caminó en dirección de su hija, envolviendo con cariño sus brazos sobre los hombros de la castaña, intentó apegarse al torso ajeno sin llegar a lastimar a su ya herida hija.

- Toda estará bien, lo prometo - susurró Mafe, mientras sentía las manos de la castaña atrapando su blusa - ¿Cómo sigue tu pierna? - preguntó alejándose del cuerpo de su hija para observar las muecas de dolor que envolvían las facciones de la nombrada.

La Sra. Calle recordó como la joven María José, había confesado que su pequeño Julián, había golpeado a su hermana, de lo mal que la había dejado su pierna, pero de lo que más le había llegado a calar sus delicados huesos fue oírla suplicando porque protegería a su hija del monstruo de su hermano. Maria Fernanda no podía aceptar el hecho de que su pequeño bebé, fuese un monstruo, ella simplemente no era capaz de aceptarlo.

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