CAPÍTULO 26

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Narrador omnisciente

Daniela observó a su hermano descansando sobre el borde de la camilla; su pómulo derecho sobresalía al tener la otra mejilla apegada contra el colchón a la vez que su claro cabello corto se esparcía por alrededor de las blanquecinas sabanas y su cabeza, la castaña se acomodó sobre la suavidad de las almohadas permitiendo que el joven frente a ella fuese capaz de tener mayor comodidad, sus ojos oscuros se posaron en las facciones del menor teniendo la ligera curiosidad por saber que era lo que estaba soñando, ¿Con quién soñaba?. Y ¿Por qué razón lo hacia sonreír?. Luego de un par de minutos la castaña decidió alejar su mirada del rostro ajeno concentrándose en sus delgadas manos, rápidamente los malos pensamientos vinieron a ella; ¿Cómo era posible?. Se cuestionó mientras que, una dolorosa sensaciones de angustia se instaló sin permiso en su caja torácica, ¿Por qué no vino a verla? Se preguntó intentando poder buscar una respuesta razonable a sus dudas, María José no era así y eso Daniela lo tenía más que claro, a pesar de todo, a pesar de las mil cosas que la joven oji verde cometió, los miles de errores que ejerció creyendo que la cuidaba, que la protegía, jamás, nunca jamás, la mayor había osado en dejar de verla cuando ella estaba mal, cuando la necesitaba de verdad. Y entonces llegó a esos pensamientos que intentó vanamente dejar pasar, aquellos que le gritaban que tal vez María José si estaba allá, afuera, esperando por ella, esperando por ver su rostro y decirle el momento de angustia que pasó por lo sucedido, pero ¿Realmente sus pensamientos tenían razón?. Sus ojos se volvieron a posar sobre las pacíficas facciones del menor recordando que ya no podía confiar en él, sus palabras ya no eran válidas para ella, simplemente él había perdido el beneficio de la duda.

Daniela suspiró echando su cabeza hacia atrás, ¿Dónde había quedado su pequeño Julián?, ¿En qué momento se había marchado?. Sus ojos se llenaron de lágrimas ante el vivido recuerdo de un pequeño muchacho de cinco años sentado sobre la incómoda arena de la playa, sonrió por instinto recordando como el joven castaño se llevaba sus pequeños puños envueltos en arena hacia la boca. Aquel momento fue uno de sus mejores recuerdos, no por el hecho de que Julián se ahogó con el sabor desagradable de la suciedad, ni mucho menos porque luego de aquello no dejó de llorar, sino porque aquel instante; fue uno de los pocos momentos donde vio a su madre estar con completa tranquilidad, donde pudo percibir la calma envuelta en su mirada y esa sonrisa amorosa que jamás abandonaba su rostro, a pesar de todo dolor, a pesar de que el mar no estuviese en calma, ella siempre se mostraba feliz ante sus ojos. La castaña escuchó un suave toque proveniente de la puerta, rápidamente llevó sus dos manos hacia el rostro limpiando todo rastro de lágrimas que pusiesen delatar su llanto.

- Adelante - permitió la joven logrando que su hermano levantara su cabeza con los ojos entrecerrados y los labios entreabiertos con una clara muestra de confusión implantada en sus facciones.

- ¿Q~Qué sucede? - cuestionó el castaño mientras que se incorporaba volviendo a apoyar su espalda sobre el respaldo de la silla, la mirada del muchacho se posó sobre el rostro de su hermana notando como esta observaba algo proveniente de la puerta, con un claro desconcierto giró su rostro hacia el lado contrario observando a una mujer bien vestida para en el umbral de la entrada - ¿Hum? ¿Hola? - saludó sin saber si estaba correctamente dirigirse de aquella forma.

La mujer de cabello negro y de contextura delgada le sonrió de aquella manera que lo hace la gente para decirte algo malo; como, cuando algún ser querido fallece y un pobre alma triste y desolada tiene que encargarse de darte la noticia, de aquella manera sintió Daniela que la mujer los observaba, al parecer estaba por confesarles que alguien había abandonado el mundo de los vivos.

- Un gusto, me presento; soy Juana Jiménez - se presentó mientras caminaba quedando frente a Julián, quien rápidamente estiró su mano atrapando la delgada ajena.

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