Joaquín.Nos levantamos más temprano de lo habitual.
Se nos exige tener el uniforme completo y limpio. Las botas bien lustradas y bien peinados.
La ceremonia del 4 de julio comienza a la salida del sol. Todos los internos están en filas bien prolijas y ordenadas, todas las cabecitas rapadas y las niñas con recogidos super prolijos.
Los abanderados llevan las bandera, vestidos con el traje formal que se vé impecable, cómo si fuera nuevo, recién estrenado. Llegan hasta el mástil y se toman su tiempo para subir la bandera hasta lo más alto para que pueda flamear con el poco viento que corre.
El capitán fulano, (nunca presté atención a su nombre) dice un discurso interminable sobre lo que significa el 4 de Julio para nosotros los norteamericanos. La vida de los mil millones de soldados que defendieron nuestra tierra de los ingleses y que lograron independizarse y que hace que ésta Nación sea lo que hoy es... y bla bla bla. Todos sabemos lo que significa el 4 de Julio. No veo el motivo por el cuál debería demorarse 4 horas hablando. Tampoco sé cómo es que se aguantan tantas horas parados.
Me duelen las piernas. Me hace calor. Me está picando la nariz y no puedo moverme hasta que el capitán cómo se llame termine de hablar y se rompan filas. Tengo hambre. Mi estómago ruge. Espero que luego de ésta ceremonia hagan algo digno de comer.
La ceremonia comienza a concluir. A lo lejos puedo ver a Emilio con su traje impecable y su sombrero bien puesto. Sus rasgos serios. Se vé tan... tan seriamente guapo.
Él y yo continuamos entrenando por separado en lo que vendrían a ser mis castigos por burlarme de él frente a todos. Pero negociando llegamos a la conclusión de que los castigos se usarían para entrenar golpes y llaves de combate.
Poco a poco comencé a sacarle risas amistosas. Aunque luego me termina regañando. Aún si sé que voy a terminar cayéndole bien.
Él me mira. Entonces yo me alarmo. Me he quedado mirándole varios minutos.
Él no puede hacer ningún gesto ni moverse. Pero lo veo perfectamente a la distancia de dónde estoy. Gracias a Dios puedo ver bien de lejos y distingo cómo me guiña el ojo derecho.
¡Me acaba de guiñar el ojo! Lo ví ¡Lo ví! No estoy loco.
Desvío la mirada un poco nervioso. Tengo que disimular lo mejor que puedo, porque si me muevo me van a mandar a un calabozo.
La ceremonia termina y se determina que será un día de festejos. Habrá barbacoa y a la tarde podremos apreciar los fuegos artificiales.
Doy un respiro y me muevo sacudiendo mi cuerpo sintiendo cómo los calambres van a llegar por estar 4 horas parado sin mover un músculo. Blue está igual que yo. Se soba las piernas y luego se queja.
Leo se burla de nosotros y luego en juego viene y nos alza a los dos en cada brazo cómo si fuéramos bolsa de papas.
— Son unos debiluchos. — nos suelta después de apretujarnos un poco. — Vamos a cambiarnos y a celebrar éste día.
Ruedo los ojos por su entusiasmo.
El 4 de Julio en Las Vegas se vive de otra manera. Extraño las fiestas de Las Vegas, luces, dinero, grandes shows, glamour, champagna, más dinero. Debo admitir que podría irme en éste instante, pero aún así no me surge la iniciativa. Es decir, podría armar un plan y largarme, cómo lo hice las mil y un veces que mi papá me llevó a los internados, pero... no sé. Hay algo que me detiene en éste lugar.
Me pongo una falda de jeans, mis Adidas y una blusa color celeste. No puedo usar otro outfit que no sea uno casual, la verdad que no vale la pena lucir mi ropa en éste tiradero, pero por lo menos estoy conforme con lo logrado. Morti usa el clásico negro, sus leggins, sus borsegos y su remera.
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¡Señor, Sí, Señor! // Adaptación Emiliaco
Fanfiction"- ¿Qué tú hiciste qué? - grito. - Estás demente, hombre." Joaquín Bondoni tenía la vida perfecta. Todo lo que pudieran imaginarse: Autos, motos, la mejor ropa, los mejores zapatos, un cabello rizado y largo esplendido y uñas bien pintadas. Claro...