CₐₚÍₜᵤₗₒ ₂₅ - ₐZᵤₗ

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Joaquín.

Después de nuestra sesión diaria de golpes y flexiones, cuándo el sol se mete, decidimos terminar.

Después de comer los frutos secos que me dió, el Sargento Calvin Klein estuvo raro. Bueno... no raro, estuvo neutral. Ni muy estricto, ni muy burlón cómo lo hizo en el almuerzo. Cambió de un momento a otro con una actitud seria.

Rarísimo.

Bueno, aunque ahora todo en él me parece raro, porque a primera vista me parecía un viejo cascarrabias de 70 años encarnado en un cuerpo celestial y ahora al ver distintas fases de su personalidad no sé qué pensar de él.

No me quiero involucrar,  especialmente sabiendo que me iré, tal vez antes ó después, pero me iré.

Irme. Vengo diciendo que me iré desde el primer día y ya vamos por 2 meses y medio y aún no me he dado a la fuga más que para salir por un par de tragos.

Tengo que apurarme.

Dejando de lado al modelo Calvin Klein, voy a las duchas para terminar con mi dia agotador. La cena ésta vez si fué solitaria, cosa que no me importó demasiado porque había de cenar pasta con salteado de verduras.

Elisabeth estaría en la gloria aquí.

Tomo mis cosas y me ducho tranquilamente sacando toda la tierra de mi pelo. Qué horror éste suelo por Dios. Sales un segundo y ya sientes la cara áspera de la tierra y el polvo que acarrea el viento.

Una vez limpio, cosa que durará muy poco porque dentro de un par de horas tendré que levantarme y recibir el entrenamiento de Roy.

Tomo mi cepillo de dientes y entro al baño para poder terminar con mi aseo y poder ir a dormir, pero cuándo abro la llave del agua, siento un sollozo raro.

Cierro la llave y agudizo mi oído para saber de dónde viene.

Camino lentamente viendo por debajo de los cubículos algunos pies que delaten a quién esté llorando, pero no sólo veo unas botas negras al último cubículo, sino que veo sangre gotear. Gotas gruesas y oscuras cayendo al suelo.

Me asusto y abro la puerta de golpe. Ella me apunta con sus tijeras y yo me alarmo, pego un salto hacía atrás.

— Joaquín. — dice mirándome con ojos rojos y abiertos. Su cara húmeda y su antebrazo izquierdo recubierto de sangre.

— ¡Azul, qué demonios!

Tomo sus tijeras en ese momento de sorpresa y las tiro lejos.

Ella me mira sin poder creerlo y mira su antebrazo.

— ¡Cómo se te ocurre!

Ella rompe a llorar y yo aún me quedo pasmado viendo esa desgarradora escena.

Levanta su mirada y sin dejar de soltar lagrimones habla: — me han mandado un comunicado. Mi abuela ha muerto.

Recuerdo aquella señora abrazar a Morti con tanto cariño y amor. Una abuela. Algo que no sé qué es, pero me imagino que ha de ser lindo, porque siempre escucho a las personas hablar de sus abuelos y las cosas que hacen los abuelos por consentir a los nietos. Y a juzgar por lo que ví, creo que era la única persona que Morti tenía.

Me acerco a ella y la abrazo.

No sé muy bien que se hace en éstos casos. Pero verla tan destrozada me remueve el corazón.

— Se murió y no pude decirle que la amo. — llora con fuerza en mi pecho mientras se aferra a mí con los dos brazos.

No me importa que esté limpiándose los mocos y el maquillaje corrido en mi remera Adidas blanca, ni que tampoco me esté manchando con sangre la parte de atrás.

¡Señor, Sí, Señor! // Adaptación EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora