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— Llegas tarde. — me dice sentado en el cesped. Vá con la misma ropa de siempre.

— Sólo fueron 5 minutos, tonto. — me tiro a su lado tratando de recuperar el aire. Vine corriendo desde la entrada hasta aquí.— Toma, es un obsequio.— se lo dejo a su lado.— me demoré comprándolas.

— Gracias, qué considerada. — me mira sonriendo.

Nos recostamos en el cesped y miramos el cielo. Yo trato de calmar un poco más mi respiración.

— ¿Y Morti?

— No ha podido venir, ha estado un poco enferma, ya sabes que el clima ha cambiado y bueno, ella es muy susceptible a gérmenes y bacterias. Ha pedido un descanso en el trabajo.

— ¿Le puedes decir que le mando saludos?

— Se lo diré. Lo que no entiendo es porqué siempre tengo que ser yo la palomita mensajera, digo, podrías decirle tú, así cómo lo haces conmigo.

Niega lentamente. — tal vez después te lo explique.

— Ok.

— Cuéntame... cómo te ha estado yendo éstos meses.

Suspiro.— Bien... he conseguido trabajo en una cafetería con Morti. Es realmente raro... Es decir, ¿Yo de mesero? ¿Te lo hubieses imaginado alguna vez?

Él se carcajea y me mira. — la verdad es que no puedo creérmelo.

— Lo sé, pero bueno, me siento muy bien ganando mi propio dinero, no me falta de nada, además Morti y yo nos la pasamos haciendo bromas en el trabajo.

— Me alegra que te esté yendo bien. — pone su mano sobre la mía. Sé que lo hizo porque siento algo frío en ella. — ¿Las cosas con Emilio van bien?

— Sabes que no me gusta hablar de eso contigo. — me giro a mirarlo.

— No te preocupes por mí, no me afecta.

— No me interesa, no voy a hablar de Emilio contigo.

Él se reí y luego siento que me mira otra vez. — bueno háblame de Morti.

Sonrío.— Oh Morti está re bien, claro al margen de su alergia a la estación, la semana pasada estaba enloquecida porque tenía una cita  con Roy y no sabía que ponerse. Adivina quién fué su asesor de imagen...

— Tú.

— Exacto. Obvio que tuvimos problemas porque ya sabes que del negro no puedes sacarla, pero ella fué a pedirme ayuda así que tuvo que atenerse a las consecuencias.

Vuelve a carcajear. — Hey... — susurra. — cómo te ha ido con el pequeñín.

Me incorporo un poco y me giro para verlo apoyando mi cabeza en mi mano. Él también se gira a verme.

— ¿El pequeño Leo? Sabes es cómo una mezcla de ambos... tiene mi color de cabello y ojos y tiene buen gusto para ser un niño muy pequeño. Elisabeth me cuenta que él elije su propia ropa y hace sus propias reglas. Imagínate... ha logrado que le permitan comer golosinas y chocolates, algo que yo nunca pude. Además les exigió a sus padres que lo dejaran venir los fines de semana, así que lo mandan en avión al menos 2 veces al mes. Las azafatas lo adoran. Es super malcriado igual que yo — río. — por otro lado... —suspiro, siento mis ojos humedecerse. — es igual a tí... ama el chocolate, es igual de adicto que tú. Cuándo llega a casa se pone a hacer una especie de mejunge con helado y chocolate que dá diabetes de sólo verlo. Le encanta hacerme bromas a la hora de la comida, me tira pedazos de pan y ama las hamburguesas con queso. A veces es tan parecido a tí que tengo que  pellizcarme para saber si estoy soñando ó no.— pauso y trato de tragar el nudo en mi garganta. — ¡Demonios! ¿Porqué tuviste que irte?

¡Señor, Sí, Señor! // Adaptación EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora