25 | Maldigo ser guitarrista

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25| Maldigo ser guitarrista

HALLEY:

La tarde estaba siendo preciosa. Los niños correteaban de un lado para otro persiguiendo una pelota y los que parecían ser sus hermanos menores jugueteaban con la tierra y con algunos globos que se habían destendido de una cuerda en la que había escrito un «feliz cumpleaños» al que le faltaban algunas letras.

Durante la mañana y la hora del almuerzo, el sol nos había bañado en calidez y nuestra posición en la manta del césped que habíamos usado durante el día se había convertido en nuestra postura de confort.

Me eché hacia un lado para levantar la tapa de la cesta de picnic que quedaba a mi lado y así poder alcanzar una botella de agua.

—¡Xander! ¿Qué estás haciénd...? ¡Ah! —exclamó la voz chillona de mi mejor amiga robando mi atención.

El bailarín estaba sentado en el césped cercano al enorme lago que hacía famoso al parque, desternillándose por la mueca de desagrado mi mejor amiga, a la que le había echado agua helada en la cara. Esta comenzó a golpearle y él a esquivar sus golpes, hasta que logró ponerse en pie y frenó el avance de mi amiga poniendo una mano en su frente. Como era visiblemente más alto que ella, la pobre no podía ni siquiera tocarle.

Vi que le golpeaba la espinilla y mi compañero de escenario cayó al suelo, no sin antes envolver con su mano la muñeca de Halle y llevarla consigo.

Reí desenroscando el tapón de la botella y la melodía de la canción que sonaba en voz bajita en mis auriculares me acompañaba en mi lugar de la manta.

La risa de Hache sonó por encima de la música y volví a desviar mi mirada después de dar un sorbo. El secuestrador se encontraba tirado en el suelo con Tocadiscos sobre él intentando arrebatarle con sus dientes el disco de color azul claro que el rubio sostenía entre sus manos.

Había estado jugando con él durante horas. Yo me cansé de corretear por el césped al momento de empezar, pero para el guitarrista la palabra cansancio no existía en su vocabulario, o al menos no desde hacía unos días, cuando se recuperó de su migraña.

Habíamos decidido venir a pasar el día en el parque porque los chicos consideraron que nuestra escapada del otro día fue una buena idea y quisieron probar a venir con nosotras, así que, no pudimos negarnos. Suspendimos el ensayo con la compañía para dejar que todos tuvieran un día de desconexión y lo preparamos todo para venir a Soleil.

Escuché a Tocadiscos ladrar y salí de mi ensimismamiento.

El animal ahora estaba toqueteando la cara de su dueño con el objetivo de cubrirle la vista y robar el objeto. Aquello me hizo tanta gracia que no pude evitar reír, llamando la atención del guitarrista, que giró la cabeza para mirarme y me sonrió.

A continuación, lanzó el disco y T. D. saltó ágilmente desde su posición para ir corriendo tras él mientras Hache se arrastraba por el suelo para poder incorporarse.

Había estado revolcándose por todo el parque, corriendo y escalando a los árboles para atrapar el objeto cuando se emocionaba y lo mandaba a volar demasiado alto desde que había comenzado su aventura con el perrito.

Trotó hasta mi posición y cuando estuvo a tan solo unos centímetros de mí, levantó mi barbilla y unió nuestros labios en un breve contacto que me hizo estremecer. Tiré de su sudadera beige —un color muy apropiado para revolcarse por el césped, di que sí— y lo apegué más a mí, obligándolo a hincar la rodilla en el suelo y robándole un jadeo.

Cuando el beso comenzó a acelerarse, me eché hacia atrás y mi espalda tocó la fina tela que nos separaba del césped.

Hache tuvo que detenerse porque el grupito de niños del cumpleaños se nos había quedado mirando fijamente, la excusa que dio para no continuar fue que podíamos generarles un trauma y yo no pude evitar reírme sintiendo que todo mi cuerpo se estremecía, deseoso de su contacto.

Al compás de las estrellas ✔ [#HR2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora