31 | Te vas

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31| Te vas

HALLEY:

Me había despertado el dulce aroma del café.

Abrí los ojos, rezagada, intentando acostumbrarme a la claridad de la sala que parecía estar más iluminada que de costumbre, aunque me encontré con una maraña de pelo rubio frente a mis globos oculares, haciéndome cosquillas en la nariz.

Fruncí el ceño, desorientada, y traté de incorporarme. Aquel último gesto llamó la atención del guitarrista, que levantó la cabeza con el ceño fruncido decorando sus facciones y sus ojos todavía cerrados. Estaba sentado en el suelo y yo no comprendía nada.

Ayer llegamos tardísimo a casa. El autobús se fue sin nosotros y la caminata fue larga, en parte por eso y, además, porque quisimos regalarnos unos instantes para nosotros solos después de lo sucedido con Kevin y de la confesión de Hache acerca de su futuro profesional.

Fui a estirarme en el colchón, pero al ver que mi mano chocaba con algo mullido, me di cuenta de que no estaba en la cama sino en el sofá.

Y entonces recordé cómo había acabado ahí.

A pesar del cansancio acumulado tanto físico —mis pies y mi rodilla escocían anoche después de tanto ensayo y tanto baile—, como emocional —a causa de los nervios antes de comenzar, las duras palabras de Kevin y la futura e inminente partida de Hache en unas semanas—, no había podido conciliar el sueño. Sobre todo, por este último motivo.

Mientras el guitarrista dormía plácidamente y me estrechaba entre sus brazos como acostumbraba a hacer cada noche, mi cabeza no hacía más que darle vueltas a la idea de su partida.

Di tantas vueltas en la cama que no supe cómo es que no llegó a despertarse.

Y finalmente, cansada de intentar dormir sin resultados y abrumada por los sentimientos contradictorios que aparecían constantemente en mi cabeza, decidí levantarme y dar un paseo.

Halle y Xander estaban durmiendo cuando dejé la habitación de Hache. Era la primera noche que conseguían dormir al completo sin que la pobre de mi mejor amiga se levantase a vomitar, por lo que no consideré la idea de despertarla para contarle mis preocupaciones. Así que me limité a abandonar el apartamento y a dar una vuelta por la manzana, aun sabiendo que caminar de noche cerca del bosque podía ser peligroso, aunque me diese miedo hacerlo.

Cuando llegué a las seis de la mañana, el sol todavía no había salido y yo tampoco tenía sueño, por lo que me senté en el sofá y, sin darme cuenta de cuando sucedió, comencé a llorar en silencio como muchas otras veces, gracias a lo que mi madre me había estado enseñando durante años.

«Si les dejas que te vean llorar has perdido, Halley, la gente tiende a destruirnos cuando más vulnerables nos encontramos, no les des el gusto».

Pero ahí, sola en la penumbra del salón, sin nadie que pudiera preguntarme qué era lo que me sucedía, sin que tuviera que intentar explicar las emociones contradictorias que me apresaban, me permití volverme todo lo vulnerable que quise. Así que lloré de felicidad por Sky, por mí, por lo que todos habíamos conseguido: salvar el teatro una vez más y la posibilidad de hacerlo en el futuro. Pero también lloré por Hache, por los sueños que después de años lograría, por la distancia que tendríamos que volver a superar cuando se marchase, por tener que dejarle ir de nuevo.

Lloré porque no sabía qué hacer o qué pensar y también por sentirme apagada cuando verle brillar era una de mis prioridades desde que lo conocía. Siempre había querido que este momento llegase, no era capaz de comprender por qué había un sentimiento grisáceo que opacaba la felicidad que sentía.

Al compás de las estrellas ✔ [#HR2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora